Pactos de estado

Una llamada a cerrar filas contra Ben Laden no puede disimular el hecho ominoso de que Gobierno y primer partido de la oposición están entregados a su mutuo desgarramiento, en contradicción flagrante con el supuesto espíritu conciliador del pacto que ofrece Zapatero contra el terrorismo internacional.

En su comparecencia ante la Comisión sobre el 11-M, el presidente del Gobierno ha propuesto un gran pacto nacional –por supuesto él no ha utilizado la expresión «nacional» para no herir la fina sensibilidad de sus socios»– para luchar contra el terrorismo islamista. A primera vista, parece una iniciativa loable destinada a prestar solidez política a una empresa que por su dificultad y alcance requiere del concurso de todos. Sin embargo, un análisis algo más profundo revela inquietantes inconsistencias y, lo que es peor, una dosis apreciable de hipocresía.

Zapatero ha establecido un paralelismo entre este hipotético acuerdo entre todos los partidos del arco parlamentario y el ya existente contra el terrorismo de ETA, que se tradujo en la ilegalización de Batasuna. Sin embargo, las diferencias son notorias y el significado, completamente distinto. El pacto contra ETA tiene por objeto combatir el crimen organizado interno, planeado, financiado, alentado y ejecutado por ciudadanos españoles que, con el pretexto de que no quieren serlo, se dedican a matar a los que les parece bien que España exista como proyecto colectivo. Además, hay fuerzas políticas que no sólo se han negado a suscribirlo, sino que lo denigran permanentemente y no regatean esfuerzo en insuflar oxígeno a la banda, que todavía prosigue con su siniestra labor en el Parlamento vasco. El Gobierno socialista, por su parte, mantiene estrechos vínculos de colaboración, tanto en Cataluña como en Madrid, con organizaciones que se han situado al margen de ese pacto y que se dedican sistemáticamente a sabotearlo.

El terrorismo fundamentalista de raíz islámica, en cambio, recibe el repudio general y, que se sepa, no cuenta con representantes en las instituciones de ninguna Comunidad Autónoma ni con protectores benevolentes en el Congreso y en el Senado. Por consiguiente, una expresión solemne y por escrito de la voluntad unánime de acabar con Al Qaida resulta superflua y no añade nada a los instrumentos necesarios para desarrollar esta imprescindible tarea. Estamos, en consecuencia, ante una cortina de humo destinada a tapar la vergüenza ajena que produce en la gente de la calle el espectáculo del enfrentamiento a cara de perro entre el Partido Socialista y el Partido Popular para desentrañar las claves del horrible atentado en los trenes de cercanías de Madrid, y demostrar los unos que los otros mintieron y los otros que los unos manipularon desaprensivamente aquellos trágicos sucesos para ganar las elecciones.

Salir a esta alturas con una seráfica llamada a cerrar filas contra Ben Laden no puede disimular el hecho ominoso de que Gobierno y primer partido de la oposición están entregados a su mutuo desgarramiento en contradicción flagrante con el supuesto espíritu conciliador que inspiraría ese pacto que Zapatero ofrece mientras sigue removiendo la daga en las entrañas de su adversario.

Aleix Vidal-Quadras, LA RAZÓN, 17/12/2004