Para septiembre

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 26/07/14

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· El anuncio de que ETA pretende continuar actuando políticamente después de desarmarse contraría la convivencia y la propia paz.

El curso político parece despedirse, en eso que se denomina ‘materia de paz y convivencia’, con la reunión que el jueves mantuvieron dirigentes de Sortu y del PNV –al parecer para citarse al comienzo del próximo curso– y con ese otro encuentro que no llega entre el lehendakari Urkullu y el presidente Rajoy. Si hubiese que proceder a un balance de lo que el ‘monotema’ ha dado de sí desde septiembre de 2013 a julio de 2014, nos encontraríamos con que el galimatías de planes, plataformas, iniciativas, mediadores, verificadores y términos al uso ha crecido exponencialmente. Ha sido un curso verdaderamente provechoso en palabrería, y en gestos que solo han cobrado sentido para sus protagonistas.

Pero ¿cómo es que un problema tan amortizado sigue siendo noticia incluso cuando no ofrece novedades? Probablemente porque la Euskadi política sufre una extraña adicción al ‘monotema’, de la que los medios de comunicación hacen también causa. Pero sobre todo porque ETA es capaz de perpetuarse y alienar a próximos y extraños, incluso ahora que existe más como oprobio moral que como amenaza real. La adoración con la que su nombre es preservado, frente a cualquier imprecación o emplazamiento, en el sagrario particular que ostenta la izquierda abertzale describe el pasado y ensombrece el futuro inmediato.

El mecanismo de la omnipresencia del ‘monotema’ es bien sencillo. La existencia misma de ETA es un tabú para la izquierda abertzale. Sortu y sus aledaños viven su declive y la situación de los presos con la ambivalencia de quienes continúan necesitando de su poder fáctico –entre otras razones porque no pueden juzgarlos críticamente sin traicionarse– y al mismo tiempo necesitarían desembarazarse de todo eso para ocupar con solvencia los nuevos espacios de la vida institucional. De ahí que los presos aparezcan y desaparezcan de escena en el discurso y en las actuaciones de la izquierda abertzale. Sortu comparte su carga con los demás integrantes de EH Bildu –EA y Aralar– que experimentaron una involución en la materia tras unirse a la izquierda abertzale. Pero necesita también enredar al PNV en la faena, sin que por ello esté dispuesto a concederle réditos en la pacificación.

Se trata de necesidades primarias de la izquierda abertzale, instintivas o intuitivas, que por eso mismo parecen a menudo contradictorias, unas veces desganadas y otras chantajistas. No existe una estrategia al respecto por parte de la izquierda abertzale, y por eso mismo tampoco la hay en el PNV. La escena sigue dominada por una gran confusión, que tampoco puede disimularse con la redacción de un Plan omnisciente de escuadra y cartabón. Sencillamente porque la capacidad de control o persuasión que Sortu y PNV mantienen sobre los dos actores que ostentan el poder en el asunto –ETA y el Gobierno central– es insuficiente. Con la importante diferencia de que la tozudez de la banda terrorista puede ser capitalizada por la izquierda abertzale, mientras que la extrema contención que aplica Rajoy al caso impide que el PNV adquiera un protagonismo propio.

La efervescencia gestual del curso que termina ha resultado, al final, tan estéril que no hay razón alguna para suponer que a partir de septiembre las cosas vayan a cambiar. En los últimos meses han sido muchos los llamamientos a dar «pasos adelante ahora», antes de que en 2015 se inicie un nuevo ciclo electoral, con las municipales y forales, seguidas de las generales, y con las autonómicas en el horizonte del año siguiente. Llamamientos recurrentes por parte de quienes se han erigido en mediadores. Pero eso supondría, en el fondo, acelerar entre octubre y noviembre por el carril de las «decisiones unilaterales» de ETA para así, cuando menos, sacar el tema de la paz y la convivencia de la confrontación electoral entre Sortu y el PNV. Es decir, tanto como pedir algo que no está en manos de quienes anteayer se reunieron en Sabin Etxea.

Además, con la persistencia de ETA la izquierda abertzale cree y necesita creer que está en posesión de un patrimonio que debe administrar con tiento. Un patrimonio del que formaría parte también Arnaldo Otegi, cuyo valor de mercado podría incrementarse –según las claves de Sortu– mientras continúa en prisión.

Hace ya dos años que Patxi Zabaleta avanzó la idea de que, una vez desarmada, ETA debía convertirse en una marca civil; posición en la que Aralar ha insistido recientemente. Lo que hasta hace poco se interpretaba como mera negativa a disolverse y desaparecer se convirtió en el último comunicado de la banda en la expresión de su voluntad de continuar existiendo. Cuando todavía no se sabe si los presos bajo la disciplina de la banda –por el momento armada– van a atenerse a lo establecido en la legislación vigente para acceder a beneficios penitenciarios, asoma otra decisión provocadora.

El mero anuncio de que la organización terrorista tiene el propósito de continuar actuando públicamente cuando empaquete las armas, y que se produzca además antes de que haya hecho efectivo el desarme, añade un problema de grueso calibre. Una eventual ‘no desaparición formal’ de ETA podría soportarse como parte de las reservas mentales que explican ese mundo, sin que tuviese mayor trascendencia. Pero la expresa reconversión de una banda armada en una banda desarmada y políticamente activa, reivindicando las mismas siglas, perturbaría de tal manera la convivencia partidaria y violentaría de tal forma la memoria de sus víctimas que sería conveniente que las instituciones y las formaciones parlamentarias no pasasen por alto estos primeros avisos.

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 26/07/14