IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El inminente relevo en el Banco de España dejará al Supremo como única alta institución independiente del Gobierno

Anda de despedida el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, que concluye en junio su mandato irrenovable. Lo nombró Rajoy en una polémica decisión tomada el día antes de la moción de censura de Sánchez, y ha sabido mantener la independencia de la entidad en una época de convulsión política incesante. El presidente tiene ahora vía libre para designar a quien quiera, aunque quepa suponer que la necesidad de moverse en el ámbito de la supervisión europea requiere un perfil de cierta solvencia técnica, lo que en teoría descarta a la mayoría de los pretorianos de su cuerda. Hay candidatos razonables, pero vista la política de recursos humanos de Moncloa siempre queda un margen de sorpresa por el que puede colarse algún peón de estricta obediencia.

El banco central es una de las pocas instituciones que restan por ocupar a un Gobierno capaz de desembarcar paracaidistas en el Instituto de Estadística, la Comisión de la Competencia, el CIS o Correos, donde al final ha tenido que encomendar a Pedro Saura que enderece como pueda el descalabro financiero. Ha enviado exministros al Tribunal Constitucional, a la Fiscalía y al Consejo del Estado o a las embajadas en el Vaticano, la OCDE y la Unesco, y ahora ha decidido construir también cabezas de puente en el sector privado –Telefónica, la Caixa– para asegurarse una adecuada transmisión de sus deseos. Le falta por conquistar la cúpula del Supremo, pero ya anda en ello. Sólo hay que darle un poco más de tiempo.

A esto se le llama regeneración en el idioma sanchista. Por lo general, los altos cargos de la Administración y las empresas públicas suelen proceder de las canteras partidistas; la novedad consiste en la costumbre de sacar de ahí también los miembros de los organismos encargados de controlar la acción ejecutiva y sobre todo en no dejar una sola institución, por poco relevante que sea, sin la correspondiente cuota de apoderados gubernamentales con la misión de restringir su autonomía. Gente de confianza y disciplina: haberle escrito al presidente una tesis o una biografía, por ejemplo, cuenta como mérito preferente para progresar en esta política regenerativa.

El retrato-robot del aspirante al sillón de Cibeles exige sobre el papel un mínimo grado de decoro, de experiencia y de prestigio, sin que ello haya impedido que antecesores con alta reputación profesional se comportasen con notable sectarismo. En ese nombramiento se verá hasta qué punto está Sánchez dispuesto a asegurarse de que la autoridad monetaria quede a su servicio y de que su acreditado gabinete de estudios se convierta en una terminal más del aparato propagandístico. El título de ‘gobernador’ se presta a la interpretación literal de un delegado del Consejo de Ministros, pero será el elegido el que decida, al amparo de las garantías de su estatuto jurídico, cómo ganarse la legitimidad de ejercicio.