José Luis Zubizarreta-El Correo

  • Cada partido reacciona a los disgustos electorales de acuerdo con el talante de sus ocasionales líderes y el arraigo de sus costumbres y tradiciones

La reacción ante las decepciones electorales varía en los partidos según el talante de sus líderes y el arraigo de sus tradiciones. A raíz de las elecciones europeas ha podido constatarse cómo dos partidos como PNV y PSOE, con sus diferentes liderazgos y costumbres, han reaccionado cada uno a su modo ante los adversos resultados que han cosechado. El PNV de Ortuzar, siguiendo su tradición, tras reconocer su decepcionante desempeño en los últimos procesos, ha optado por el repliegue sobre sí mismo y la apertura de un tiempo de reflexión. El PSOE, en cambio, arrastrado por su hiperliderazgo caudillista, se ha amoldado al intrépido y arriesgado talante del líder y procedido a una huida hacia adelante que confía el éxito más al azar, a la confianza en sí mismo y al desprecio del rival que a la ponderación de los acontecimientos, a la espera, una vez más, de una barakah tantas veces tentada y nunca, de momento, fallida. Ni uno ni otro tienen, en cualquier caso, garantizado de antemano el éxito o el fracaso.

Estamos viendo así, comenzando por los socialistas, cómo, tras cosechar tres resultados consecutivos entre malos y regulares, su líder se ha aventurado a una agresiva política centrada en dos de los asuntos más delicados a los que cabe enfrentarse en un sistema de libertades. La ha llamado de regeneración y afecta a la reorganización del Poder Judicial y al control o la reordenación, elija cada cual el término, de los medios de comunicación. El objetivo confesado consiste en la despolitización de los juzgados y la transparencia de los medios respecto de su financiación y la objetividad de su información. El temor a que la intromisión gubernamental en las interioridades del tercer y del llamado cuarto poder del Estado resulte empeño harto arriesgado es considerado sentimiento de pusilánimes que no detiene la osadía del intrépido. Iuvat audaces fortuna.

El contraste de las circunstancias en que se encuentran los dos partidos citados hace menos chocante la diferencia entre ambas reacciones. Ortuzar, tras salvar su partido los muebles en los comicios autonómicos, cuenta con un futuro de cuatro años asentado en una bien engrasada, por la costumbre, coalición de Gobierno con los socialistas. No disputan terrenos comunes. Tiene por delante un tiempo de sosiego que sólo desavenencias internas de motivación identitaria podrían hacerlo implosionar. El tempo político en que ha de moverse Sánchez es, en cambio, tan acelerado que cualquier huida hacia adelante, por rápida que sea, va a verse atropellada por unos acontecimientos que cabalgan a arrolladora velocidad. Sólo su enumeración aterra. Las secuelas de todo orden que arrastra la aplicación de la ley de amnistía resultan tan difíciles de prever como imposibles de enmendar: fiscales en pie de guerra, jueces desconcertados y malhumorados, recursos prejudiciales a instancias de la UE de dilatada resolución, inquietante incertidumbre en los amnistiados, riesgo de abandono de alianzas que sostienen al Gobierno central y de ingobernabilidad y repetición de elecciones en el único feudo seguro de la Generalitat catalana. Súmense a ello las investigaciones judiciales del más íntimo entorno del presidente. Material todo él inflamable en manos de una oposición impaciente e insatisfecha por la avara generosidad de sus victorias, aunque, a la vez, tan beoda que, dando la vuelta a la expresión de Machado, no logra que su mano acierte a hurgar en las abiertas heridas por las que se desangra el Gobierno.

Y, por si todo esto fuera poco y superable por el desbordante optimismo de un liderazgo con menos límites que ambición, ha de soportarse la pesada carga de presidir una coalición de Gobierno en la que sus miembros rivalizan por terreno común y que más se sostiene por satisfacer la necesidad de cada socio que por alcanzar objetivos compartidos. La crisis abierta en el menor, carcomido en sus apoyos por el mayor, puede acabar, si no derribándolo, sí convirtiendo al Gobierno en un zombi que deambula tambaleándose sin orientación ni sentido. Entretanto, el PNV de Ortuzar procurará rastrear y recuperar, desde el sosiego de un Gobierno bien avenido, los millares de votos que en los últimos tiempos se le han ido desparramando por las lindes del camino. ¡Quién sabe si por no haber atendido el consejo paterno de no juntarse nunca con malas compañías! Pero si, el acierto de ambos es igualmente incierto, el comportamiento de cada uno merece juicio distinto.