Parlamento

ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 27/07/16

· Las ideas más catastróficas suelen parecer a corto plazo bastante buenas. Durante la Primera Guerra Mundial, Reino Unido y Francia consideraron que la liquidación del imperio otomano (y su sustitución por los imperios civilizados europeos) no sólo facilitaría la victoria, sino el progreso de la humanidad. Oriente Próximo no ha conocido la paz desde entonces. Concluida la contienda, a franceses y británicos les pareció que la forma de evitar futuros conflictos consistía en machacar a Alemania para que no volviera a levantar cabeza. Lo que obtuvieron fue el nazismo y la guerra total.

Salvando las distancias, enormes, lo que ocurre ahora en España podría tener malas consecuencias. Los partidos políticos quieren salir guapos en la foto y que sus rivales salgan feos. Eso es todo. Lo que cuenta son las ambiciones personales, la protección del statu quo (muy benévolo con esos partidos caros, depredadores y chanchulleros) y los cálculos a corto plazo. Los cortesanos de la política, avezados en cuestiones tan cortoplacistas como la demoscopia y la economía, creen que diseñan el futuro de una generación: consolidar la hegemonía del PP, relanzar la socialdemocracia, aislar a los separatistas y esas cosas, pero se engañan y engañan a los demás. Lo que ocurra más allá de unas hipotéticas terceras elecciones les trae sin cuidado.

Están dañando la democracia parlamentaria. Un marco legal deficiente ha conducido a que en las Cortes no se debata y sólo se vote lo que manda el partido. El siguiente paso, muy de Mariano Rajoy, consiste en que no se vote siquiera si el resultado no se conoce de antemano. En esta época de falsa pureza, casi toda Europa está sometida a la tentación de tocar una democracia desnuda y desprovista de adjetivos como parlamentaria. Pero una democracia desnuda funciona a golpes de consulta, demagogia, paranoia colectiva y sentimentalismo, y una sociedad tan madura como la británica lo ha experimentado ya.

Cuanto menos Parlamento, cuanto menos pacto, cuanta menos eficacia, mayor resulta la tentación ciudadana de cargarse el adjetivo. Cuando Rajoy sueña con aniquilar a la oposición en unas nuevas elecciones y Sánchez sueña con obligar al PP a asumir en solitario unos problemas gravísimos (pensiones, desigualdad, terrorismo), ambos contribuyen a estimular las tentaciones y a desacreditar el sistema. Que, recordemos, es malo, pero no tan malo como cualquiera de sus alternativas.