Patria

EL ECONOMISTA 16/01/17
MARIANO GUINDAL

De la misma manera que la película Ocho apellidos vascos (2014) supuso un fenómeno social y cinematográfico de primer orden, la novela Patria (Tusquets) lo está siendo desde la vertiente literaria y política. Es la cara y cruz del drama vasco. Si Emilio Martínez-Lázaro utilizó la comedia para poner de manifiesto el punto de inflexión que supuso el final del terrorismo etarra, Fernando Aramburu ha elegido el drama de las víctimas para reflejar las secuelas de 40 años de acoso, que hacen muy difícil pasar página como si nada hubiese ocurrido.

Una novela que duele al leerla por su «verismo escalofriante», como me dice mi amigo José Antonio Zarzalejos, quien se vio obligado a abandonar su amada tierra en compañía de su familia para evitar los zarpazos de la banda y de una sociedad que en su mayoría se hizo cómplice con su silencio de lo que estaba sucediendo. No es una excepción: 300.000 vascos tuvieron que abandonar Euskadi y ahora se ven reflejados y sobre todo comprendidos.

Se trata de una novela impresionante, muy bien escrita y que a través de la psicología de sus personajes ayuda a entender lo que ha ocurrido en el País Vasco en estas últimas cuatro décadas. No se trata de un relato político sino humano, sin estereotipos ni maniqueísmo, en el que se describe el comportamiento de una serie de personas en medio de una comunidad rota por el fanatismo político.

Y es aquí donde pone el dedo en la llaga, porque el origen del drama vasco se encuentra en un nacionalismo excluyente. Éste, instrumentalizado por la izquierda radical, dio lugar a una especie de «nacional populismo con inserción social», que tanto daño ocasionó a la Alemania de Hitler, a la Italia de Mussolini, a la Rusia de Stalin y a la Cuba de Castro, por no referirnos a la Venezuela de Chávez. Los mismos perros con distintos collares.

Y ante esto, una sociedad que participó activamente en el acoso contra los disidentes no nacionalistas y en la exaltación de los matones.

Solo hay que leer Lo difícil es perdonarse a uno mismo (Península), del exetarra arrepentido Iñaki Rekarte, para saber de lo que estamos hablando.