Pericás

Para los que ahora andan resucitando a Stalin en posmoderno porque creen que eso es la izquierda, resulta un buen ejemplo el caso de Pericás y de esos amigos suyos que no fueron estalinistas ni cuando ‘se llevaba’ y que volverían a encontrarse décadas después en el Foro Ermua para lo mismo, para pedir libertad.

Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 21/6/2004

Hay anécdotas en las que queda plasmado de una manera genuina el carácter de una persona, en las que ésta se retrata entera y vitalmente. Por eso es inevitable recordarlas cuando se muere. Por eso es casi imposible hablar de Antonio Giménez Pericás sin rememorar aquel trágico consejo de guerra de los años sesenta en el que solicitó públicamente su ingreso en el Partido Comunista a su secretario general en el País Vasco, Ramón Ormazábal, mientras era juzgado como él y como Agustín Ibarrola o Vidal de Nicolás, que salieron de allí igualmente condenados.

Han pasado los años y ahora entrar en el PCE es un poco más sencillo y menos vistoso. Ahora se dan algunas facilidades más y se corren menos riesgos aunque haya quien se empeñe en ver peligros por todas partes. Pero yo creo que aquella pintoresca forma de afiliarse a ese partido que tuvo Pericás ante las narices de un tribunal castrense de la dictadura franquista dice mucho de cómo era el tipo de gente que se atrevía a hablar en aquella España en la que no hablaba nadie. Creo que ese episodio -que pone algo de luz y humor en la foto de aquella época sombría y amarga- es ilustrativo de un grupo generacional de la izquierda de este país que tuvo el mérito -nunca reconocido- de saber reflexionar y evolucionar ideológicamente en una situación nada favorable de represión donde «lo fácil y lo justificable» era enconarse y enquistarse en la ortodoxia estalinista. El mérito de haber sabido reír heterodoxamente en medio no sólo de la «tarde pragmática y dulzona» del franquismo sino de la «noche dogmática» del socialismo real.

Ser del PCE al modo en que lo fue Pericás en aquellos años tristes en los que ese carnet no daba un sueldo de concejal sino un rincón en el trullo era quizá la única forma de agitar la bandera de la libertad. Para los que ahora andan resucitando a Stalin en diferido y en posmoderno porque creen que eso es la izquierda, resulta un buen ejemplo el caso de Antonio y de esos amigos suyos que no fueron estalinistas ni cuando ‘se llevaba’ y que volverían a encontrarse décadas después en el Foro Ermua para lo mismo, para pedir libertad. Hoy se habla mucho de la izquierda pero a veces no se está hablando de la misma cosa. Hay un modo estalinista de entender ese término que, en nombre de un resentimiento que ya no puede ser de clase, apela a todas las alianzas y trampas que sean precisas para vencer al rival de turno. Y hay otro concepto de la izquierda que es el de quien está dispuesto a arriesgar su vida para que quien lo desee pueda ser de derechas. Esa izquierda era la de Antonio.


Iñaki Ezkerra : La Razón 22/6/2004

Pericás y la compasión

Ayer, lunes, un amplio grupo de amigos despedimos en el crematorio del cementerio vizcaíno de Derio al magistrado Antonio Giménez Pericás, alguien que supo conciliar de forma natural en su biografía la lucha contra la dictadura de Franco y la que después tuvo que encarar contra ETA y ese nacionalismo totalitario que le obligó a vivir durante los últimos años de su vida escoltado, sin poder disfrutar de esa libertad que él se había ganado a pulso como otros compañeros de generación. Hay un aspecto que no suele mentarse cuando se habla de la actual situación vasca y es lo que ha tenido de dura prueba para determinados «históricos» de la izquierda que de repente, en plena etapa democrática, se han visto en el dilema de callar ante el chantaje del nacionalismo, de sus Lizarras, sus planes Ardanza e Ibarretxe o levantar la voz y jorobarse los paseos de su tercera edad teniendo que llevar guardaespaldas. Prueba del todo humillante sobre todo para quien se pasó años contando batallitas de la clandestinidad y hoy ha tenido que comprobar que mientras él guardaba silencio daban la cara los concejales veinteañeros, los «niñatos» del PP. Pues bien, Antonio Giménez Pericás es de los que superó esa dura prueba antes de morir.

Había conocido las cárceles franquistas de la década de los sesenta tras un consejo de guerra en el que tuvo la osadía de solicitar su ingreso en el PCE aprovechando que en esa sala también estaba siendo juzgado Ramón Ormazábal, el secretario general de los comunistas vascos en aquella época de miedos que quisiéramos menos cercanos y menos parecidos a los que ahora marcan la conducta de algunos de nuestros políticos o de nuestros simples conciudadanos. Antonio Giménez Pericás fue uno de los fundadores de Jueces para la Democracia y del Foro Ermua, dos entidades cuyos principios sólo consideran irreconciliables quienes nunca han entendido ni el sentido que tiene el asociacionismo en la vida civil (los foros en la Euskadi que ETA y el nacionalismo quisieran militarizada) ni el sentido de la revolución democrática de Ermua ni tampoco el sentido de la Justicia y de la propia Democracia. En el acto que tuvo lugar ayer en ese crematorio próximo a la capital bilbaína, Antonio Beristain, otro estigmatizado de la Euskadi de hoy que fundó el Instituto Vasco de Criminología y cuyo delito ha sido trabajar para que llegue a esa parte de la Unión Europea el Estado de Derecho, habló de las relaciones de la Justicia con la compasión, dos conceptos que tampoco eran irreconciliables en el corazón de Giménez Pericás. A él le gustaba mucho una cita del Talmud: «Si sois piadosos con los crueles terminaréis siendo crueles con los piadosos». En esa cita está la clave de la Euskadi sin compasión que hemos conocido en los últimos años y de esa España que la está imitando y que hemos empezado a conocer.


Iñaki Ezkerra, EL CORREO y LA RAZÓN, 21-22/6/2004