Olatz Barriuso-El Correo

  • El autorretrato de la sociedad vasca la pinta exigente y descreída del soberanismo y de los partidos. No es casual que el PNV promueva la «reconciliación» con la política

Si el lehendakari Imanol Pradales ha leído el Deustobarómetro publicado ayer, habrá tenido la sensación de que la sociedad vasca le pone deberes. También de que, pese a que no se percibe una angustia vital extrema ni una urgencia económica acuciante (hablando, por supuesto, en términos generales ), los habitantes de Euskadi se autorretratan como idealistas (el valor irrenunciable del sistema es para la mayoría la protección de los derechos humanos, muy por encima de preocupaciones más propias de democracias avanzadas, como la rendición de cuentas o el derecho a una información veraz), tibiamente nacionalista y escorada a la izquierda -un 3,88 siendo el 10 la extrema derecha y el 5 el centro-. En lo tocante al bolsillo, tampoco parece irnos mal.

Y, sin embargo, Euskadi demanda cambios. No ha votado mayoritariamente cambio -por los pelos: Bildu no logró el ‘sorpasso’ al PNV pero se quedó a las puertas-, pero exige políticas de refresco para vivir mejor. Reclama un volantazo no se sabe bien hacia dónde pero sí hacia dónde no: curiosamente, el autogobierno y la renovación del Estatuto en la que insisten tanto el recién investido lehendakari como su principal oposición sólo le parece un asunto prioritario al 4,2%. Las mayores ‘mochilas’ las cargan, por el peso de la exigencia, en cambio, los consejeros Alberto Martínez (Salud) y Denis Itxaso (Vivenda) en tanto en cuanto la tercera preocupación, la inmigración, no es competencia del Gobierno vasco salvo en materia de acogida de refugiados.

Euskadi emerge como una sociedad nada dispuesta a tolerar la autocomplacencia en sus representantes políticos. Los partidos vuelven, de hecho, a la cola de las instituciones en las que se puede confiar, sólo por delante de dos clásicos: la Iglesia católica y la Monarquía. El autorretrato refleja una paradoja propia de las sociedades posmodernas: la insatisfacción permanente de ciudadanos en perpetuo estado de alerta, aunque por causas profundas de difícil diagnóstico. Como sostiene el filósofo Daniel Innerarity en su ensayo ‘Política para perplejos’, una decepción generalizada que no remite a nada concreto: «Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más cómo identificar ese malestar, a quién hacerle culpable y a quién confiar el cambio de dicha situación».

Koldo Mediavilla destaca que hay consejeros que han entrado al Gobierno «perdiendo» dinero

Con tanto insatisfecho difuso (siete de cada diez), al nuevo Gobierno los deberes se le pueden poner cuesta arriba. Por eso, la primera medida real que ha tomado Pradales ha sido irradiar empatía. El PNV también emite señales claras de haber esbozado un diagnóstico de urgencia sobre cómo aplacar esa incomodidad social, que en su caso se traduce en adelgazamiento electoral: intentando devolver el prestigio perdido a la labor política.

No es casual en absoluto que la Fundación Sabino Arana organizara ayer un seminario con el exalcalde de Barcelona Xavier Trias (médico) y la exportavoz de Ibarretxe Miren Azkarate (catedrática universitaria) para deslizar sutilmente un mensaje contra la política como modo de vida. «Está bien tener una profesión a la que volver», apuntó el excandidato de Junts. «El planteamiento de permanecer en política durante años puede conducir a dejar de lado la convicción inicial y convertir en objetivo la idea de continuar por encima de cualquier otra consideración», sostuvo la exconsejera de Cultura, se supone que sin mirar a nadie.

Por si quedaban dudas, el burukide Koldo Mediavilla lo dejó claro al destacar cómo hay consejeros que han accedido a entrar al Gobierno «perdiendo» dinero y renunciando a su «comodidad personal y familiar». «Esta nueva forma de actuar nos reconcilia con el ámbito político. Hay compromiso», alabó. El relato es cristalino. Está por ver si contribuye a diluir el malestar.