Miquel Giménez-VOZPÖPULI

Al ver al ex ministro Ábalos siendo interrogado en el congreso, sonriendo y tranquilo, me ha venido a la memoria la serie Perry Mason. A la gente nos gustan las series de abogados y juicios. A poco que estén bien hechas, son una apuesta segura. La del perspicaz abogado Mason fue un éxito mundial que duró nueve temporadas con doscientos setenta y un episodios nada menos. Como muchos saben, el actor Raymond Burr encarnó al personaje creado por el escritor norteamericano Erle Stanley Gardner. En su época – e incluso ahora – mucha gente se sabe de memoria la banda sonora de la serie, “Pulso de Park Avenue”, compuesta por Fred Steiner.

Teniendo esas referencias en mi mente, he echado en falta que las preguntas de sus señorías a Ábalos carecieran del acento hispanoamericano tan característico que tenían las series que llegaban a España en la década de los sesenta, dobladas en Miami. ¿Se imaginan a un diputado del PP mirando fijamente al ex ministro, agitando un abundante fajo de papeles en la mano como el que sostiene el hacha del verdugo, y diciendo con voz acusadora “¿No es más sierto que la cajuela del carro contenía el saco del occiso?¿No se reunió usted con Miss Delcy en un galpón para llevarse al bilding de su propiedad la plata que ella le entregó?”.

Porque el asunto Ábalos es digno de una serie de abogados, de esas en las que el juez tiene casi que romper el mazo – la mayoría son de producción norteamericana y allí la judicatura va diferente -, el fiscal ruega que el jurado no tenga en consideración lo declarado por el acusado, el abogado se levanta airado y dice ¡protesto! o se guarda una prueba o un testigo sorpresa para el final que deja a acusado

Estas son cosas que costarían poco, tan solo imitar el acento. Ni pinganillos ni traductores. Porque el asunto Ábalos es digno de una serie de abogados, de esas en las que el juez tiene casi que romper el mazo – la mayoría son de producción norteamericana y allí la judicatura va diferente -, el fiscal ruega que el jurado no tenga en consideración lo declarado por el acusado, el abogado se levanta airado y dice ¡protesto! o se guarda una prueba o un testigo sorpresa para el final que deja a acusado, juez, jurado, fiscal ay espectador atónitos. Y éstos pueden especular y decir “¿Lo ves? Ya te decía yo que era la vecina sindicalista y no el concejal de festejos”. ¿Podría pasar eso con Ábalos? ¿Se imaginan que las puertas de la sala de la comisión parlamentaria se abriesen de pronto y entrase Sánchez, cuello de la camisa desabrochado, corbata desanudada, empapado en sudor y, asiéndose a una silla, gritase “¡Sí, yo lo hice, no puedo vivir con ese peso!”? Aunque no espero nada de los directivos de la Televisión Espantosa, sería menester que hicieran una serie de abogados inteligentes, jueces que parecieran salidos de una estampa de la Biblia y acusados aviesos, dispuestos a lo que sea. Todo aderezado con un fiscal que rivalice en inteligencia con el letrado y un policía con más conchas que un galápago. Durante el interrogatorio final, el culpable se derrumbaría en el estrado, gimiendo como un colegial, abrumado por las inquisitoriales y sutiles preguntas del letrado viendo el fracaso de su embuste desmoronado pieza a pieza, y reconocería que fue él quien insultó a Ayuso en Twitter, escribió la carta a Sánchez o le convenció de que tenía que salir más a la calle. Que ya es ser malvado.

Con este nivel de corrupción, abuso de poder, persecución del disidente, injerencias en la justicia o compadreo con criminales, lo mínimo es que se nos brinde todo en formato de serie con buenos actores y buen guión

Con este nivel de corrupción, abuso de poder, persecución del disidente, injerencias en la justicia o compadreo con criminales, lo mínimo es que se nos brinde todo en formato de serie con buenos actores y buen guión. Siempre es preferible el embuste de la ficción – que no otra cosa es inventar historias para entretener – que el embuste que pretende pasar por verdad en los informativos. No tengo más preguntas, señoría.