¡Ping!

ABC 20/04/15
DAVID GISTAU

· Con la dureza infligida a Rato, el PP aspira a expiar los viejos recelos de sus protecciones endogámicas

MARIANO Rajoy aún era jefe de la oposición cuando comenzaron las detenciones por Gürtel. Este cronista y un compañero, Carlos Cue, se lo cruzaron entonces en un pasillo del Parlamento y él se detuvo a saludar. En ese instante, un timbrazo del iPhone lo advirtió de que acababa de entrarle un mensaje escrito. Se sacó el teléfono del bolsillo del pantalón, miró la pantalla y resopló con alivio: «Uf, vivo con pavor a que cada mensaje traiga la noticia de que han detenido a alguien del PP».

Durante los últimos años, a Rajoy le ha timbrado tanto el iPhone que con la próxima detención ya directamente le sonará la musiquita del «jackpot», le caerá confeti y aparecerán unas «majorettes» para imponerle una banda conmemorativa del imputado un millón. La teoría del malvado estepario, del delincuente infiltrado, que hizo fortuna con Bárcenas, ha quedado invalidada por tal acumulación de timbrazos de iPhone que la nueva consigna pide a los portavoces del PP que se contenten con divulgar adjetivos que son variaciones del pasmo fingido por el capitán Renault. Anodadado. Indignado. Escandalizado. Cabreado. Ay, que me desmayo. Todo mientras el barrio de Salamanca es atravesado por un pelotón spengleriano de reporteros erizados de micrófonos que corren de un portal a otro para permitir que algún parroquiano cumpla la liturgia, antaño referida a los estranguladores, de decir que el detenido parecía una persona normal y educada. Los vecinos acabaremos alquilando balcones, como en Semana Santa, para las procesiones de los dolientes llevados al registro de sus moradas.

Con todo, la actitud de Rajoy cuando nos lo cruzamos por el pasillo es característica de su falta de reacción mientras el partido se le colapsa hasta su inminente evaporación. Dos servicios jerarquizados por el Estado detienen a un exvicepresidente y le aplican un tratamiento cruel en el que todo está pensado para abrir informativos y portadas, y el presidente hace creer que se enteró cuando el iPhone le hizo ¡ping! y entonces se quedó anodadado, e indignado, y escandalizado, y cabreado. Con la dureza infligida a Rato, el PP aspira a expiar los viejos recelos de sus protecciones endogámicas: «Luis, sé fuerte, mañana te llamo». Pero incluso ese tacticismo ha terminado volviéndose contra el Gobierno por unas declaraciones de portavoces del PP demasiado escandalosas para la escasa reacción que han provocado: que dice el PP que deberíamos agradecerle y tomarnos como una gracia que nos hace el hecho de que el Gobierno no haya saboteado (¿porque podría?, ¿porque suele hacerlo?) o demorado hasta un momento de mayor conveniencia política una operación policial contra un antiguo alto cargo de sus siglas. Me parece significativo que el propio PP asuma que semejante comportamiento es excepcional, porque nos sirve de indicio para comprender cuán honda es la urdimbre de complicidades puercas que se ha dado en llamar la democracia española