Podemos contra podemos

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 19/07/14

· Es un archipiélago de círculos, franquicias y plataformas locales que sus líderes controlan generando un enorme abismo respecto a los demás.

El pasado 25 de mayo miles de ciudadanos encontraron la papeleta que buscaban para salirse del redil de las siglas tradicionales y mostrar su disgusto votando Podemos. En vísperas de las europeas pocos declaraban que iban a respaldar a la opción liderada por Pablo Iglesias. Tras el escrutinio Podemos pasó a ser la alternativa por la que había apostado gente de lo más variopinta, que se reconocía en el éxito alcanzado. La última encuesta del CIS es un buen reflejo del descubrimiento general de Podemos. Es probable que cuando los encuestados conceden una nota alta a la campaña de la nueva opción lo hagan por su sorprendente resultado más que porque recuerden en qué consistió su estrategia electoral. Pasa a ser la tercera marca en preferencia –detrás del PP y del PSOE, y por delante de IU– gracias a que fue el único ganador del 25 de mayo.

Pero Podemos son dos cosas distintas: un fenómeno electoral que suscitó la adhesión de mucha gente que se decidió en el último momento y una intención política que está siendo puesta en tela de juicio a todas horas. En el voto a una formación consolidada, sería demagógico y falaz separar la adhesión ciudadana de la política real del partido de que se trate. Pero en el caso de Podemos su novedad permite diferenciar los motivos que llevaron a tantos votantes a inclinarse por dicha opción de la política que representa una formación que todavía no se ha constituido formalmente. Podemos representa una alternativa nueva y vieja a la vez. Nueva, porque así parecen haberla visto sus votantes. Vieja, por lo que indica el documento que se ha publicado sobre sus intenciones. Es lo que invita a pensar que, más allá de las apariencias, Podemos se enfrenta a sí misma. Se enfrenta al desafío de mantener e incrementar el favor popular obtenido el 25 de mayo a medida que desgrana objetivos netamente políticos sin ofrecer a cambio más que una constante «impugnación del orden existente».

Ya sabemos lo que pretende Podemos, pero no está nada claro para qué lo quiere. Se muestra decidido a desenmascarar las contradicciones del «régimen» surgido de la Constitución de 1978 desde dentro del mismo. En otras palabras, multiplicando los seis escaños que obtuvo en el Parlamento de Estrasburgo en cientos de concejales y de alcaldes la próxima primavera, y en un número de diputados y senadores a finales de 2015 que ponga patas arriba el mapa partidario español. El documento que recoge sus intenciones sería todo un ejemplo de transparencia, salvo que Podemos no tuviera intención alguna de hacerlo público en su literalidad. Ningún texto interno de los partidos al uso ha recogido, por lo menos en las últimas tres décadas, un plan más explícito de sus objetivos… y de sus temores. Los temores de Podemos son que la recuperación económica pueda atenuar el descontento social y que el PSOE cuente con margen para reactivarse gracias a una nueva generación de dirigentes.

Pero la lectura del documento preliminar redactado para el congreso de Podemos sugiere algo más. Permite pensar que su proyecto no es un artificio de última hora, ni la eclosión improvisada y entusiasta de una serie de reivindicaciones. En su transparente escrito sus promotores vienen a jactarse de que ya hacía tiempo que lo tenían claro: que se trata de echar abajo el régimen instaurado en 1978. Resulta hasta tranquilizador saber que Podemos no surge de repente; que su estrategia obedece a años de reflexión a la espera de una «ventana de oportunidad».

Podemos busca obtener de inmediato el máximo de poder institucional dentro del ‘régimen’ surgido de la Constitución de 1978 para, desde su seno mismo, promover un nuevo proceso constituyente que invalide el anterior para alcanzar otro estadio, cualitativamente diferente. En este sentido, el ‘pre-borrador de ponencia política’ no tiene empacho alguno en criticar a quienes desearían mantener el espíritu «movimientista» del 15-M alejado de la política, y urge a que la acción política se adelante a los acontecimientos para plantar cara al «bloque dominante». Lo que evoca una de las diatribas más viejas en el seno de la izquierda: si la toma del poder político ha de preceder al cambio social definitivo, o si las aspiraciones políticas deben madurarse en una paciente transformación de los deseos ciudadanos.

Podemos tiene prisa y tampoco lo disimula. «No tenemos todo el tiempo del mundo». Necesita acabar con la lógica del bipartidismo, y situarse como factor clave para la gobernabilidad de autonomías y municipios en menos de un año. Y necesita desconcertar a «una socialdemocracia subalterna», y a una IU que se reconoce insuficiente, aturdiéndolas con su mirada directa. En apariencia, Podemos se enfrenta al PSOE y a Izquierda Unida para hacerse valer ante el PP y la «oligarquía». Pero sobre todo confronta su éxito electoral, pretendidamente renovador, con el diseño de una estrategia trazada según el viejo canon leninista de ‘mejor poder en mano que ciento volando’.

Lo importante, ahora, es la toma del poder instituido para, cuando menos, tomar la delantera a los subalternos socialdemócratas de Pedro Sánchez y, por supuesto, a los ‘insuficientes’ herederos de la ‘izquierda real’, que ahora se debaten entre Cayo Lara y Alberto Garzón. Para lo que Podemos va estructurándose como un archipiélago de «círculos», franquicias y plataformas locales sobre las que sus promotores influyen mediante el viejo arte de marcar una abismal distancia respecto a los demás. Podemos corresponde a ese nuevo modelo dirigista que desconfía de las estructuras tradicionales –bien llamadas ‘aparatos’– para inaugurar el tiempo en el que el líder se relaciona directamente con sus seguidores, haciendo como que escucha mientras no deja de hablar. A ver si el Podemos electoral aguanta al Podemos que lo dice todo.

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 19/07/14