Política de la retirada

Es probable que en una Euskadi sin ETA la mayoría social moderada tienda a expresarse en alianzas variables entre dos de los tres principales partidos: PNV, PSE y PP. Sería lógico que esos partidos consensuaran los límites para favorecer la retirada definitiva de ETA. No se trata ahora de que renieguen de su pasado (eso vendrá después), sino de exigir su renuncia a la negociación de contrapartidas políticas.

En vísperas del juicio contra Otegi que se inicia hoy ha habido varias iniciativas en favor de su liberación con el argumento de que fuera de la cárcel podría contribuir más eficazmente al fin de ETA. Es el mismo argumento que se empleó para sostener que Batasuna debía recobrar la legalidad para que trabajara desde ella por el final de la violencia. Pero si ese desenlace parece hoy más cercano es porque la negativa a ceder por parte de la justicia ha convencido a Otegi y a otros como él de que no habrá vuelta a la legalidad mientras ETA siga presente.

A Otegi y otros dos dirigentes de Batasuna se les juzga por un supuesto delito de enaltecimiento del terrorismo en su intervención en el mitin de Anoeta (noviembre de 2004) en el que presentaron su propuesta de «resolución del conflicto vasco» mediante un proceso de negociación. Sus defensores sostienen que aquel acto abrió el camino de la paz que ahora se está a punto de culminar.

Sin embargo, no fue el proceso iniciado algo después, sino la rectificación que siguió a su fracaso, lo que ha debilitado a ETA y hecho posible que Batasuna dispute a la banda la dirección política del movimiento abertzale radical. Pero la ruptura del Otegi actual con el de Anoeta es incompleta. Se mantiene la pretensión de utilizar el fin de ETA como moneda de cambio de una negociación política cuyo resultado sería la asunción por los demás partidos (y por millones de ciudadanos) de las reformas institucionales que ellos consideran necesarias para resolver el conflicto vasco.

Entre los consejos que, a propósito del caso irlandés, ofrece Tony Blair en sus memorias sobre la forma de hacer frente al terrorismo hay uno aplicable aquí: recomienda partir de que el objetivo no es solucionar el conflicto invocado como causa del problema, sino, más modestamente, despejar de violencia el escenario para abordarlo. Muchas personas piensan que la derrota de ETA tiene que serlo a la vez del independentismo. Simétricamente, los teóricos del nacionalismo violento dan por supuesto que la retirada de ETA debe abrir expectativas a la altura del significado que ellos dan al abandono de las armas: expectativa de convertirse, tras años de resistencia armada, en la vanguardia de un movimiento soberanista capaz de alcanzar la mayoría electoral en el País Vasco. El horizonte de los de Otegi no son las municipales de mayo de 2011 sino las autonómicas de 2013.

Su referencia es Irlanda: tras los acuerdos de Viernes Santo, el Sinn Fein, brazo político del IRA, se convirtió en la primera fuerza de la comunidad católica, superando a los moderados de John Hume y entrando, junto a los unionistas de Ian Pasley, en el Gobierno de Irlanda del Norte. Los de Otegi cuentan también con su propia experiencia de las autonómicas de 1998, inmediatamente después de la tregua de Lizarra, en las que pasaron de 166.000 a 223.000 votos. La ensoñación de sus teóricos es que, retirada ETA, la nueva Batasuna, al frente de una coalición con las otras formaciones independentistas, EA y Aralar, puede desbordar al PNV y convertirse en la fuerza nacionalista hegemónica.

Sin embargo, como viene sosteniendo hace años Savater, y recientemente Andrés de Blas (EL PAÍS, 24-8-2010), es probable que una vez desaparecida la coacción etarra como condicionante esencial del comportamiento electoral, los resultados reflejen más fielmente la pluralidad y mayoritaria moderación de la sociedad vasca y su identificación con la autonomía antes que con el soberanismo.

El partido de Gerry Adams, único organizado en las dos Irlandas, pasó en la del Sur de 1 a 5 escaños en las primeras elecciones posteriores al Viernes Santo de 1998. Los republicanos consideraban esencial ese ascenso, y a ese ritmo, para entrar en los Gobiernos de Dublín y Belfast y convertirse en factor determinante para el desarrollo de las medidas de impulso a la reunificación previstas en los acuerdos. Pero ocurrió que en las siguientes elecciones del Sur, en 2007, no solo no hubo el esperado crecimiento sino que el Sinn Fein perdió un escaño. Sin violencia, la gente vota por otras cosas.

El futuro no está escrito, pero es probable que en una Euskadi sin ETA la mayoría social moderada tienda a expresarse en alianzas variables entre dos de los tres principales partidos autonomistas: PNV, PSE y PP. Y sería lógico que esos partidos consensuaran los límites a no traspasar para favorecer la retirada definitiva de ETA. No se trata ahora de que renieguen de su pasado (eso vendrá después) sino de exigir su renuncia a la negociación de contrapartidas políticas, eje de toda estrategia terrorista. Otegi tendrá hoy la oportunidad de hacer explícita, ante el tribunal que le juzga, esa renuncia. Sería la prueba de la sinceridad de su desvinculación del terrorismo.

Patxo Unzueta, EL PAÍS, 11/11/2010