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Ni siquiera agosto sirve para el descanso ante la vorágine de acontecimientos políticos. No hay tregua. Se echan de menos aquellos años, donde los medios creaban serpientes de verano para mantener el interés, porque la clase política desaparecía del mapa. El sistema funcionaba, la democracia por fin era aburrida. El terrorismo, salvo caso excepcional, con su rutina de muerte casi no era noticia, cada partido estaba en su sitio, y la estabilidad constituía la base para observar el futuro con cierto optimismo. Ahora, cuando determinados líderes políticos parecen  predicadores anunciando quimeras, revanchas con el pasado, soluciones imposibles, es cuando verdaderamente la inquietud domina el espacio social y nada parece sólido. Hasta el veraneo queda en suspenso tras la última maniobra política o en espera de la siguiente. La inestabilidad política es el origen de tanta inquietud y de tanta pregunta sin respuesta, una inestabilidad que se ha ido creando tras un sumatorio de iniciativas perversas para la democracia.

Se pregunta Luis Ventoso en ABC, o el presidente de la Asociación de Víctimas de Cataluña, por las pancartas de bienvenida de Santi Potros en su pueblo. Otros comentaristas se preguntan por los escraches a Casado en Vitoria o a Inés Arrimadas en diferentes localidades catalanas, o por qué el nacionalismo prepara protestas al rey cuando aparezca en el acto de conmemoración a los atentados yihadistas en Barcelona. Vemos que no hay respeto por el adversario, convertido en enemigo, especialmente si lleva o se le adjudica el calificativo de derecha, hoy extrema derecha, y se acepta no dejarle hacer declaraciones en la calle o manifestarse en público. Hay aquí, en España, quienes se consideran legitimados a arrebatarles a otros sus derechos, su libertad e, incluso, su jerarquía institucional. Evidentemente, no existe una cultura republicana-liberal, democrática. El presidente del Gobierno osa calificar a la derecha democrática de extrema derecha, por lo que no es sorprendente que el presidente de la Generalitat, redactor de textos supremacistas, califique a Ciudadanos de fascista. Los escraches en Vitoria o localidades de Cataluña tienen su origen en determinado uso de descalificaciones desde altas esferas del poder.

Las preguntas ante homenajes a etarras, en el presente, tienen su contestación en decisiones adoptadas por el Gobierno y el partido en el poder en tiempos de Zapatero. La legalización de HB por el Constitucional, contradiciendo al Tribunal Supremo, por presión del sector zapaterista del PSOE, supuso la asunción de la no condena del pasado terrorista de ETA por parte del mundo radical legalizado. A cambio de algo tan perverso como su condena en el futuro “si se produjera”. Una especie de amnistía política que permitía la supervivencia de los colectivos y del discurso que hoy dan cobijo a Potros y a todos los que salgan de la cárcel sin mácula de arrepentimiento o distanciamiento de ETA. Es decir, no tenía ningún preso que arrepentirse, pues se asumía por el Constitucional no condenar el pasado terrorista por parte de HB. Se hicieron las cosas desde el Gobierno para que este acontecer de pancartas y recibimientos se produjera. No hay de qué sorprenderse hoy, ni otorgar toda la perversión al abertzalismo.

En su día, todos los excarcelados por la anulación de la doctrina Parot, hicieron en Durango una masiva rueda de prensa en la que pudieron lanzar el discurso legitimador de su comportamiento. Podían hacerlo porque el Constitucional había abierto ese espacio subversivo protagonizado por personajes con graves delitos a sus espaldas. El actual Delegado del Gobierno en Euskadi, voluntariosamente anuncia hoy que va a prohibir los recibimientos a excarcelados, cuando su partido potenció la legalización de lo que había sido el mundo de ETA.  A ver cómo lo impide ahora. No harán apología de un terrorismo para el futuro, pues el pasado legitima el futuro. Les es suficiente, máxime en este ambiente en el que el Gobierno retira el recurso ante el Constitucional por la ley de abusos policiales surgida en el Parlamento vasco. Y se legalizó a Batasuna cuando ETA estaba policialmente derrotada.

Las decisiones adoptadas en el pasado por un talante que ha dejado huella en la estrategia del PSOE, llevan al presidente del Gobierno a declarar su rechazo a cualquier dinámica judicial ante la rebelión del nacionalismo catalán. O se explicó mal, o demostró una ignorancia peligrosa sobre la independencia de los contrapoderes en una democracia, un lapsus que podría ponernos enfrente de un aventajado “bolivarianismo doméstico”. Aunque sea útil “desinflamar” el problema catalán, como desea Sánchez, lo será cuando el Partido Socialista sea capaz de sostener un debate desde parámetros constitucionales frente al secesionismo -más que dudoso ante su limitado nivel de cultura política-. Sánchez debiera tener muy presente, porque supondría la quiebra del Estado constitucional, que mientras los interlocutores sean los secesionistas, y no el PP y C´s, el sistema se destruye. Sin un núcleo constitucional no pervive el funcionamiento político. Pero pudiera ser que no sea consciente de ese riesgo, o que no le importe. Que lo primero, y único para él, sea el acceso al poder a cualquier precio, y si de paso salva de su desaparición al partido socialista, su comportamiento queda justificado. Sin núcleo constitucional el sistema está políticamente enfermo.

Sin embargo, este acercamiento por parte del Gobierno a la subversión, no es más que la coherente consecuencia de la convergencia contra el PP que le dio a Sánchez la presidencia del Gobierno. Apoyo al que tendrá que responder modulando a la baja su respuesta a la rebelión nacionalista, incluso aceptando la ilegalidad. Mientras Sánchez esté más cerca de Torra que de Casado o Rivera, la deriva del sistema hacia su disolución es evidente.

Lo que busca Sánchez es ganar tiempo para poder salvar a su partido de la crisis agónica que padecía. Pero un comportamiento inteligente, difícil de llevar a cabo por la enajenación ideológica que padece su generación, pudiera consistir en arrastrar al nacionalismo catalán a una disparatada dinámica de rebeldía, desórdenes públicos -mientras que el dialogante es él- y aplicar esta vez seriamente el 155, a lo que ni el PP ni Cs se iban a negar, y convocar elecciones en plena gloria como patriota pacificador. Una jugada demasiado inteligente. Antes cometerá errores, como mandar al Rey ante los escraches el día 17.

Constitucionalmente enfermo, otra posible respuesta.

La defensiva actitud de Rajoy ante el secesionismo sólo vino a complicar aún más el problema. La actitud de concesiones de Sánchez ante la rebelión es contraproducente. Lo único que va a proceder es a animar aún más la agitación nacionalista, y que finalmente tenga que asumir la disyuntiva de la secesión de facto o aplicar un 155 que suponga la suspensión de la autonomía.

Se admiraba un comentarista en ABC -es curioso que los comentarios laudatorios del republicanismo vengan de la “derecha”-la izquierda hace tiempo que cayó en una suerte de nihilismo- del canto masivo de la Marsellesa de los ciudadanos franceses al abandonar el estadio de futbol ante los crueles atentados terroristas que en esos momentos asolaban París. La muestra patriótica de la ciudadanía es de admirar, pero es que allí existe una cultura republicana liberal asumida por la mayoría donde determinados principios y valores son incuestionables. Aquí, donde ni se puede consensuar una ley de educación, cualquier tema de estado es cuestionable, nuestra propia nacionalidad, las fronteras, el idioma común, todo ello ha acabado por ser denominado “facha” por la izquierda. La identidad, la discriminación positiva, el privilegio, la diferenciación hasta lo extravagante, el particularismo, el romanticismo conmovedor, y el odio a los otros, a los de al lado, a los compatriotas, y la solidaridad exótica, son el fundamento ideológico, reaccionario, de la izquierda autocalificada progresista. Si en España existiera una extrema derecha de verdad, esta izquierda progresista podría ser consciente de que participa en la mayor parte de sus planteamientos.

Con la Constitución del 78 los españoles nos dimos un ordenamiento político a “la francesa” en sus elementos fundamentales, igualdad, fraternidad, libertad, y humanismo brillan poderosamente. Salvo en cuestiones autonómicas, donde se coló el viejo régimen, es fundamentalmente un ordenamiento republicano-liberal. Sin embargo, el pensamiento político dominante es tradicionalista, romántico, reaccionario, promovido especialmente por la periferia autonómica. Mientras las instituciones centrales gestionan, las autonomías, y no solo las nacionalistas, fomentan los discursos hacia el pasado, la legitimidad de los derechos históricos, frente a la certeza jurídica y al racionalismo. Proponen el descuartizamiento territorial de España mediante la exaltación a nacionalidad histórica de cualquier autonomía, la apología del localismo, del folklore y la tradición, de cualquier rescoldo idiomático que perviva. Izquierdas y derechas sin distinción -salvo Ciudadanos- beben del mismo pasado pre-liberal pero sin punto de conexión, porque para ambos la cohesión nacional, un espacio político común, no existe.

Frente a la tendencia racional hacia la unión -para ello se inventó la democracia-, la integración humana en colectivos políticos más amplios -del que en su día se hizo participe el socialismo, no así el anarquismo-, se produce la vuelta al pasado y a la dispersión, para provecho de los caciques locales, lo que atrae tanto a la derecha como a la izquierda. La derecha española, salvo excepciones, no supo separarse de un nacionalismo tardío y conservador, que poco tiene que ver con el admirado republicanismo mostrado por los aficionados al fútbol en París aquel trágico día. Los del PP para mostrar su patriotismo no tienen mejor idea que mandar a varios de sus ministros a cantar “El Novio de la Muerte” ante la procesión malagueña de la Legión, un acto religioso militarista, añejo, de difícil anclaje democrático, o ir de procesiones, la vieja España de las cadenas, aunque también en ellas puedan coincidir con muchos cofrades de izquierdas. Pero el problema más grave no es que la derecha tenga un poso cultural tradicionalista de la nación, y que vaya a cantar el Novio de la Muerte, es que la izquierda, incluida Podemos, surge seducida por derechos históricos, carlismos y nacionalismos periféricos, más que por una España, la de Cádiz, Riego, Espartero, Prim, Azaña ……, como realidad democrática por obra común de su ciudadanía.  

 La derecha cree en la España de los Reyes Católicos, la izquierda aún no ha asimilado la de Cádiz, menos la del 78, se conforma con enfrentarse a la derecha, demasiada distancia entre ambas concepciones políticas, inexistencia de espacio común, que en el Reino Unido o Francia lo promovió el republicanismo. Sin un Cádiz y una Constitución del 78, no hay solución, unos seguirán con los Reyes Católicos -algo es algo- y los otros perdidos en los particularismos, la diferenciación, el cainismo y en la exclusiva reacción política. En cuanto a la amenaza secesionista simplemente decir que su líder resulta una parodia de los pretendientes carlistas en el exilio, con corte incluida.

Los bolcheviques, tras teorizar sobre la revolución permanente, saltar del viejo régimen a la revolución socialista sin pasar por el estadio político liberal, y añadir a ello la teoría del eslabón más débil, empezaron a señalar a España como el siguiente lugar revolucionario por poseer en cierta forma la falla histórica del liberalismo. Habían descubierto en Rusia el salto del viejo régimen al soviet, en España observaban un marco profundo de contradicciones entre el antiguo régimen, que no acababa de desaparecer, y la irrupción de un importante movimiento obrero, su inconveniente en el caso español, para la ortodoxia comunista, es que el movimiento obrero estaba fuertemente influido por el anarquismo. Pero su deducción no era del todo falsa, en España se carecía de un espacio, la nación, y unos valores, republicano-liberales, que sostuviesen la convivencia política. Las derechas hoy se debaten entre el centralismo decimonónico y la apología a lo regional seducidos por el historicismo, y la izquierda por todo que ponga en crisis la política y el Estado -ambos burgueses, que diría cualquier anarquista- yendo a refugiarse en lo periférico y negando la existencia de la nación, también bajo la falsa legitimidad del historicismo. Una mera ideología antisistema.

Sin un espacio compartido nacional España está en una profunda crisis, no es gratuito que el presidente actual lo sea por obra de todos los que se la quieren cargar. Un modelo coherente para la política sería la existencia de una derecha de origen tradicionalista y talante conservador, que lo es, pero que no ponga en entredicho la unidad política llevada por su otra alma carlista, virtud necesaria para que el sistema de convivencia perviva. La izquierda desafortunadamente desde hace años carece, en unos casos, de proyecto de unión política, y en otros está declaradamente en contra de la convivencia nacional, le sobran las derechas, la “extrema derecha” que tanto gusta calificar desde las filas del socialismo. O se recompone el consenso constitucional y la izquierda asume el pasado republicano-liberal español y evita concederle el monopolio de la defensa de la unidad nacional a la derecha, con su bagaje conservador, o continuaremos en una espiral de deterioro político donde los homenajes a etarras y los escraches callejeros serán sólo el prólogo de lo peor. Y los moderados del PSOE tendrán que volver a la aventura del 34 a Asturias, aunque no les guste.

Eduardo Uriarte Romero