El Correo-LUIS HARANBURU ALTUNA

Los vascos somos contribuidores netos de la lengua española. El euskera dotó al castellano de su sistema vocálico, pero también ha contribuido a su riqueza léxica con vocablos cono ‘zulo’ o ‘akelarre’. Dos palabras, como se ve, bastante siniestras, pero no son las únicas. El euskera ha contribuido de manera determinante a la formación de la palabra «izquierda», que proviene del término euskaldun «ezkerra». El vocablo «izquierda» sustituyó muy tempranamente a la palabra «siniestra», que procedía del latín. Ambas conviven con desigual fortuna. En castellano se ha impuesto la palabra izquierda a siniestra, aunque ambas signifiquen lo mismo. De hecho solemos decir «a diestro y siniestro’ para significar a «derecha e izquierda». Claro que con la palabra «siniestro» también designamos lo avieso, lo funesto o lo aciago. Es a la polisemia de la palabra «siniestro (a)» a la que me referiré en estas líneas.

Pido el perdón del sufrido lector que ha tenido que soportar el extravagante inicio de este artículo, pero mi intención no era otra que la de denunciar el uso espurio que de la palabra «izquierda» se suele hacer en política. Desde la Revolución Francesa de 1789 el término «izquierda» con el que se identificaba a los secuaces de Robespierre, por su posición espacial en la Asamblea, ha gozado de la prerrogativa de una excelencia moral y política del que aún disfruta. Muchos movimientos y partidos políticos suelen definirse «de izquierdas» para ganarse el favor del electorado supuestamente progresista. Las formaciones de izquierda tienden a apoderarse de todas las causa justas como la ecología, el feminismo o el pacifismo, y concluyen por arrogarse en exclusiva el adjetivo de demócratas.

Sin embargo, no todo es lo que parece y a veces se utiliza la etiqueta «de izquierda» para ocultar una ideología o un comportamiento político que está en las antípodas del progreso y de la libertad. A dichos partidos les conviene más y mejor el termino de «siniestros» en el sentido que la RAE asigna; es decir, les convendría más el significado de avieso, funesto o aciago.

Sin ir más lejos, la denominación de la «izquierda abertzale» no deja de ser un oxímoron por cuanto que su historia atestigua todo lo contrario a lo que se supone que debería ser un movimiento progresista y amante de la libertad. Basta con echar una mirada al famoso documento ‘Ortzadar’ para cerciorarse de ello. Pretender, como allí

se pretendía, socializar el sufrimiento está en las antípodas del progreso y de la ética política.

En esta incierta hora en la que España desconoce el rumbo político de los próximos cuatro años, parece ser que Pedro Sánchez va a optar, finalmente, por su opción preferida, que es la repetición de las alianzas que le catapultaron a la Moncloa hace un año. Aunque ha fingido buscar complicidades en el ámbito constitucional, no ha sido capaz de proponer un programa que lo hiciera viable. Ha amagado posturas y ha sembrado confusión, sin que haya realizado ninguna tentativa de formar un Gobierno que no esté al albur del secesionismo y del populismo. Parece que prefiere el apoyo de los que se sitúan a su siniestra o reniegan de los valores constitucionales como la igualdad, la soberanía nacional o la supremacía de la ley. De todas las maneras, a quienes apoyaron en su día la candidatura de Sánchez en la moción de censura cabe calificarlos de siniestros antes que de progresistas o de izquierdas.

Al Gobierno de Pedro Sánchez, apoyado por el secesionismo vasco y catalán y por el populismo de izquierdas que lidera Pablo Iglesias, se le bautizó en su día como «Gobierno Frankenstein», pero al que ahora vaya a formar con el apoyo de los mismos socios cabría calificarlo de «Gobierno siniestro» dada la catadura política de sus socios por acción u omisión.

El PNV, feliz inventor del nacionalismo extractivo, es el único entre los eventuales socios de Sánchez que no reivindica ser de izquierdas, ni falta que le hace, pero todos los demás –desde ERC, EH Bildu y Unidas Podemos– son merecedores del título de partidos no ya de izquierdas, sino directamente siniestros. Y lo son por la políticas siniestras que han llevado a cabo o intentado implementar.

ERC es el siniestro partido que con el ‘proces’ ha dislocado a la sociedad catalana y de su catadura política nos da una idea el hecho de que su máximo líder esté a punto de ser condenado a largos años de cárcel por rebelión y malversación. De EH Bildu, heredero político de ETA de quien no ha condenado sus crímenes, solo basta recordar su animadversión a la Constitución española, que comparte según declaración del 29 de diciembre del año pasado, con el PNV. Finalmente, la formación de Pablo Iglesias es el avalista en España del desastre bolivariano en Venezuela, del que se siente solidario y cómplice.

El de Navarra parece ser el anticipo siniestro del Gobierno central que Sánchez pretender formar. Sánchez ha jugado a despistar y a engañar a la sociedad española al decir que si repite socios será porque la derecha constitucionalista no le deja más remedio; sin embargo, lo cierto es que Sánchez prefiere cabalgar el tigre siniestro de quienes impugnan nuestros valores constitucionales. No todas las políticas que se dicen de izquierdas lo son, algunas son siniestras.