Póquer

JON JUARISTI, ABC 08/09/13

Jon Juaristi
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· Ante la crisis árabe, los intervencionistas parecen haber sustituido la estrategia por las apuestas azarosas.

Al senador John McCain, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos frente a Obama en 2008, le ha pillado un fotógrafo de Washington Post, el pasado miércoles, jugando al póquer con su teléfono móvil en medio de un debate sobre la conveniencia de bombardear Siria. El senador reconoció la pifia y comentó, para rematarlo: «Y lo peor es que perdí».

Menos mal que Washington es América. Aquí la bronca habría sido mayúscula. McCain, con todo, ha demostrado que es capaz de jugar al póquer y de no perder comba en una discusión parlamentaria. No como el pobre Gerald Ford, que no podía andar y mascar chicle al mismo tiempo. Aunque tampoco posee McCain las habilidades sincronizadas de Obama, que mata moscas con los dedos mientras responde a las preguntas de los periodistas (como es sabido, McCain perdió movilidad en los brazos a causa de sus heridas de guerra y las torturas que sufrió a manos del Vietcong).

McCain se ha distinguido en las últimas semanas por mantener posiciones intervencionistas cercanas a las de Obama y a contracorriente de la tendencia dominante en su partido, que ha vuelto a la cautela tradicional del republicanismo en política exterior, después de los pésimos resultados de las guerras contra Sadam Husein durante los mandatos presidenciales de los dos Bush. Sostiene el senador que los rebeldes sirios son demócratas, o al menos, islamistas moderados, pero no puede probarlo.

Estuve en Siria una sola vez, pocos meses después del 11-S, y lo que vi en las calles fue una simpatía abierta por Al Qaida, incluso entre los nacionalistas. No olvidaré el discurso de bienvenida con que me obsequió durante una recepción en la Embajada de España un intelectual del régimen, profesor en la Universidad de Damasco (y cristiano, por cierto), que metió en el mismo saco a los fedayines palestinos y a los terroristas de Bin Laden, todos ellos, en su opinión, patriotas árabes, y responsabilizó al «fanatismo judío» de los atentados de las Torres Gemelas y del Pentágono. Así estaban las cosas hace diez años. Admito que han podido cambiar desde entonces, pero no creo que el islamismo radical haya desaparecido como por ensalmo, dejando tras sí un floreciente movimiento democrático y moderado. El 11 de septiembre de 2001, los nacionalistas árabes de todo pelaje, incluso en el Líbano, aplaudieron con las manos o con las orejas los atentados de Nueva York, porque suponían una humillación para los Estados Unidos. Osama parecía odiar por igual a los americanos, a los israelíes y a la monarquía saudí, pero todavía no se había metido con los nacionalistas. Hoy los islamistas van a por ellos.

La travesura de McCain revela algo más que aburrimiento. Es significativo que juegue al póquer y no al ajedrez, matriz de todos los juegos de estrategia. El póquer no tiene nada de estratégico. Es puro riesgo: se trata, fundamentalmente, de apostar. Lo que caracteriza las alternativas intervencionistas en la presente crisis es la ausencia escandalosa de consideraciones estratégicas. Hay un exceso de hipótesis y de apuestas sobre hipótesis. McCain apuesta por la hipótesis de que los rebeldes sirios son demócratas y moderados. Una hipótesis, sin duda, de alto riesgo. En todo juego de azar, cuanto mayor es el riesgo mayores son las compensaciones para el ganador. Se entiende que la estrategia esté desacreditada después de la guerra de Irak, pero sustituirla por el riesgo no parece que suponga un gran avance. La guerra no es un juego, sino la continuación de la política por otros medios. Y en política, apostar sin conocer las cartas del enemigo resulta sencillamente estúpido.

JON JUARISTI, ABC 08/09/13