Por un pacto vasco de convivencia

Ampliamente plural y todavía golpeada por la violencia terrorista, lo que la sociedad vasca necesita es un gran pacto por la convivencia abierto a todo el que quiera suscribirlo. El Estatuto de Gernika lo fue en buena medida y ahora deberíamos pactar los principios de la convivencia en el nuevo siglo. No es fácil, aunque lo que deberíamos pactar cabe en un folio.

El resultado de las últimas elecciones, además de suponer un gran éxito del socialismo vasco, creo que tendrá consecuencias políticas no desdeñables, además de la reflexión que cada formación política efectúe. Parto de dos consideraciones objetivas para luego extraer conclusiones. Es imposible negar la polarización de la sociedad vasca aunque todo está lleno de matices. El voto del PSE más el del PP suman 632.269 y el del PNV, EA, Aralar e IU, 433.274. Es obvio que a este último grupo habría que añadirle el voto que habría conseguido ANV si hubiera podido concurrir a las elecciones. En todo caso, agrupando el voto de la anterior manera aparece una sociedad claramente dividida en torno a dos opciones. Una se asienta en la defensa de la Constitución y del Estatuto de Gernika, incluida su posible reforma, que ha resultado claramente mayoritaria, y la otra incluye a opciones que pretenden superar el actual marco jurídico a través de propuestas poco claras o difusas que apuntan hacia la autodeterminación o la reivindicación de la independencia.

El otro dato objetivo de estas últimas elecciones es que ETA, después de varios años sin matar en el País Vasco, ha vuelto a asesinar a una persona, Isaías Carrasco, por razones políticas. ETA no ha renunciado a seguir en la excepcionalidad que en toda democracia supone que haya fanáticos que conculcan los derechos humanos fundamentales de los demás y que convierten a determinados sectores sociales en una especie de ‘sociedad perseguida’ ante la certeza de que hay personas que pueden asesinar a otras.

Partiendo de lo anteriormente señalado, las consideraciones siguientes vienen referidas a los planteamientos políticos del lehendakari, que seguro no es insensible ni al resultado de las elecciones ni, desde luego, al asesinato de Isaías Carrasco.

Comienzo por este salvaje suceso. El lehendakari Ibarretxe lleva varios años planteándonos como proyecto político el plan que lleva su nombre y una o varias consultas populares a partir del llamado derecho a decidir. El lehendakari, durante mucho tiempo, empeñó su palabra en afirmar una y otra vez que en todo caso la consulta que propone se realizaría «en ausencia de todo tipo de violencia». Empeñó su palabra en esta cuestión y parece estar dispuesto a incumplirla, lo cual, según nos han enseñado nuestros mayores, no es ‘muy vasco’. Debe tener en cuenta el lehendakari que el brutal asesinato de Isaías Carrasco nos devuelve con crudeza a una realidad que persiste en el tiempo, en la que una parte importante de los ciudadanos vascos no nos sentimos plenamente libres, por sufrir amenazas y ser conscientes de que defender determinadas ideas en el País Vasco nos puede conducir a perder lo más preciado, la vida. Comprendo que esto sólo se siente cuando se padece. Los excluidos, en principio, del punto de mira pueden imaginarlo pero no sentirlo. Esta circunstancia debería suponer para éstos un mayor acicate para vivir la vida del otro y entender que no somos un pueblo plenamente libre porque una parte no lo es. Y siendo esto así, el primer objetivo de su propuesta política, lehendakari, no debe situarse en una consulta soberanista, sino en la defensa de la vida y la libertad para todos los ciudadanos vascos. Además debería cumplir con la palabra dada de que no habrá consulta con violencia: vuelva a su criterio anterior, que era correcto ya que parece obvio que con violencia la consulta estaría tutelada por ETA en todo caso, la compartiera o no. El último atentado nos ha vuelto a recordar que ETA no va a cejar en su empeño de interferir en la vida política vasca por medio de la amenaza y el crimen.

En lo que se refiere a la consulta en sí misma, debo confesar que nunca he entendido cuál es su contenido. En relación con el referéndum anunciado para el próximo 25 de octubre se nos plantea que, en caso de acuerdo con Zapatero, éste sería sometido a consulta, lo cual parece a todas luces innecesario puesto que bastaría en ese supuesto una ratificación parlamentaria. A partir de la hipótesis de que no hubiera acuerdo confieso que me pierdo. ¿Qué es lo que se nos preguntaría? ¿Si debemos tener derecho a decidir? El planteamiento no puede ser más confuso porque cuando se habla del llamado derecho a decidir hay que concretar sobre qué se quiere decidir, cuál es la decisión que se consulta, y debe tener una formulación muy precisa. No basta con decir que queremos decidir sobre nuestro futuro, porque futuros posibles hay muchos y muy dispares. Yo no conozco ningún precedente en el mundo en el que se hable tanto del derecho a decidir y no se conozca cuál es la pregunta concreta que se va a hacer a los ciudadanos para que éstos aporten su respuesta. ¿Qué se nos va a plantear? ¿La reforma del Estatuto de Gernika? ¿El estatus de libre asociación? ¿La confederación? ¿La independencia con salida a la Unión Europea? ¿Cuál es la pregunta, señor Ibarretxe, que nos quiere hacer a los vascos en su famosa consulta?

Aparte de la indefinición, pienso que el camino elegido supone una profunda equivocación política: Primero, porque rehúye el acuerdo entre los partidos políticos vascos pretendiéndose pactar con Zapatero sin un previo acuerdo en Euskadi, lo cual no es muy autonomista que digamos al considerar innecesario el acuerdo entre los partidos ‘de aquí’. El lehendakari se erige en única voz legitimada para pactar el futuro de los vascos, por encima de la realidad política vasca e ignorando a quienes no comparten sus planteamientos y representan por lo menos a la mitad de la sociedad vasca. En segundo término, porque tiene garantizado de antemano un enfrentamiento muy duro con sectores de la sociedad vasca, mayoritarios en las últimas elecciones, que no apuestan por el soberanismo rupturista. Y en tercer lugar porque si usted sigue adelante con su propuesta no se están respetando las reglas del juego establecidas y, señor Ibarretxe, cuando no se respetan las reglas del juego la tentación de entrar en la jungla de la arbitrariedad puede extenderse a todos, siempre con malos resultados para los pueblos.

Creo sinceramente que lo que una sociedad como la vasca, ampliamente plural y todavía golpeada por la violencia terrorista, necesita es un gran pacto por la convivencia abierto a todo aquel que quiera suscribirlo. Deberíamos empezar por ahí. El Estatuto de Gernika lo fue en buena medida y ahora deberíamos pactar los principios que debieran regir la convivencia entre los vascos cuando estamos en la primera década de un nuevo siglo. Soy consciente de que el acuerdo no es fácil, aunque lo que deberíamos pactar cabe en un folio. A modo de ejemplo sugiero:

1. Rechazo activo de todo tipo de violencia terrorista. Apoyo permanente a las víctimas y solidaridad con los amenazados.

2. Compromiso de erradicar de nuestra sociedad cualquier tipo de discriminación por razones religiosas, étnicas, políticas, lingüísticas o de lugar de nacimiento. Una sociedad libre con iguales derechos para todos sus ciudadanos.

3. Respeto del imperio de la ley y las reglas del juego establecidas, incluidas las que contiene el Estatuto de Gernika, que fue aprobado por el pueblo vasco mediante referéndum, para su reforma.

4. Cualquier cambio del actual marco jurídico-político deberá contar con un amplio acuerdo de los vascos. Para garantizar este principio se requerirá una mayoría de 2/3 del Parlamento vasco para cualquier modificación del estatus actual.

5. El futuro de Navarra sólo pueden decidirlo los ciudadanos de esta comunidad foral.

6. Asumir el compromiso de construir una comunidad, nacionalidad o pueblo siempre intentando la integración y desechando el frentismo y la exclusión.

7. Construir una sociedad vasca en la que impere la justicia social y la solidaridad, con unos ejes de convivencia y comportamientos sociales modernos, integrados en la cultura democrática y de respeto a los derechos humanos.

Alcanzado un acuerdo de esta naturaleza o similar, los problemas que nos planteamos en la actualidad se pueden encauzar porque la aceptación de estos principios deriva a un método en el sentido de que, al menos, señala con claridad qué es lo que no se puede hacer o plantear. El acuerdo pasa por alcanzar un punto de encuentro posibilista, huyendo de soluciones totales o perfectas, que permitan el acuerdo entre nacionalistas y no nacionalistas que aboque a un marco común de tolerancia y respeto mutuo sobre unas mínimas bases de convivencia pactadas como embrión de lo que queramos construir en el futuro a partir de las mismas.

José María Benegas, EL DIARIO VASCO, 2/4/2008