Porco governo!

EL MUNDO 01/02/14
ARCADI ESPADA

Querido J:
Entre las obligaciones de los gobiernos, y del establishment, y hasta de la realidad en general, está la de llevarse francamente mal con el periodismo, dificultar su trabajo y jugar sucio con él. Si esto sucede de otra forma, no se tratará ni del periodismo ni de la democracia. La noticia de que el presidente del Gobierno se indigna a menudo con los contenidos de este periódico donde te echo las cartas, trata de influir en él y lo somete a presiones que van de lo protocolario a lo financiero es, por lo tanto, una no noticia. Yo, desde luego, no puedo detallar cómo y hasta dónde este principio general se ha manifestado, en el caso de la destitución de Pedro J. Ramírez; y mucho menos podría hacerlo un día antes de que él escriba su último artículo como director y dé a sus lectores una explicación de lo que sabe. Pero me parece evidente que no ha sido el Gobierno el que ha echado a Pedro J. Ramírez de su periódico, y creo que en este caso podrás aceptar la legalidad estricta del posesivo.
Tampoco lo ha echado ningún fracaso periodístico. Achacar a su gestión la brutal bajada de ingresos y de ventas sería una estupidez, inconcebible incluso en España, y una razón poderosa para que todos los directores de periódicos siguieran su camino. Pedro J. Ramírez ha hecho frente a la crisis general y a la crisis particularísima de los periódicos con un gran entusiasmo, una enorme capacidad de trabajo y también con notables aciertos, como el diseño inicial de Orbyt (cuyo desarrollo han frenado, probablemente, graves problemas financieros) y este llamado cambio de piel de la web, que la ha dejado no sólo más atractiva, elegante y viva, sino inscrita en un razonable modelo de pago. Creo que la suma de virtudes y defectos profesionales de Pedro J. Ramírez son ahora los mismos de los del día en que su periódico tiró 710.000 ejemplares para informar de que habían encontrado al civil Luis Roldán. Y que eso lo saben los lectores, los anunciantes y los accionistas. Y el Gobierno.
Sin embargo, que el pavoroso descenso de ingresos sea un argumento ilegal no supone que no pueda ser eficazmente utilizado. Se verá bien con un ejemplo inverso. Hace años, cuando el diario El País atravesaba una época esclerotizada, de puro piloto automático periodístico, llegaban a la mesa de Jesús de Polanco algunas consideraciones sobre la conveniencia de cambiar de director. Parece que él las escuchaba cortésmente y luego zanjaba con cierta irónica resignación, sí, de acuerdo con lo que dices, pero, hombre, piensa tú cómo voy a echar a un director que cada año me trae un aumento de beneficios. Entre Pedro J. Ramírez y su Consejo de Administración había diferencias. Pero nada ataja las diferencias como un exuberante reparto de beneficios.
¿Quién o qué ha echado entonces de su puesto a Pedro J. Ramírez? Es fácil: los lectores. La defección de los lectores es la primera causa de la caída de un director de periódicos. Lo sorprendente es que se trate, en este caso, de todo lo contrario. No sólo se conservan perfectamente sanos los 710.000 lectores de aquella legendaria edición: es que su número ha aumentado considerablemente. Nunca, en ningún otro momento de su historia, los contenidos del periódico fueron compartidos por mayor número de ciudadanos. El motivo obvio es la revolución digital, aunque a veces pienso si no sería más correcto empezar a llamarla la reacción digital. No cometeré la ingenuidad de llamar lectores (¡estatus que hay que ganarse!) a los 7,2 millones de eso que llaman usuarios únicos, que con el nombre ya paga…, verás… ¡es un decir! Pero alguna nutrida resaca ha de dejar ese oleaje. Hay algo, además, muy específico. EL MUNDO ha sido el diario español que mejor se ha adaptado a la conversación digital. No sólo por el activismo, a veces puramente enternecedor, que su director ha practicado, sino por las propias características del modelo de periódico. Se decía de EL MUNDO, cuando entonces, que se compraba según su primer titular, explicitando fidelidad a la historia más que a la marca. El titular, exhibido en el quiosco, obligaba muchas veces a inclinarse y pagar. Y la potencia de la historia de portada relegaba a un cierto envoltorio todo lo demás. Hoy no hace falta inclinarse. Ni el más mínimo esfuerzo. La historia de portada (los SMS de Bárcenas o las palabras botsuanas de Corinna) se replica hasta el infinito. Del infinito no se conoce bien su propia existencia; pero se sabe que es un lugar donde todo es gratuito. EL MUNDO de Pedro J. Ramírez ha sido el principal suministrador de la conversación digital española. ¡Pero cuántas agudas y chispeantes tertulias no han obligado al cierre de bares, después de que valleinclanes, sernas y borralleras se la pasasen, la tarde, con un vaso de agua de seltz!
Hay mucha gente preocupada en España por la marcha de Pedro J. Ramírez. Invocan las graves, grandes palabras: libertad de expresión, democracia, e incluso, los más impertérritos, pronuncian periodismo. Lo que yo quisiera saber, aunque tuviera que decírmelo Sigma Dos, es cuántos de los que invocan han pagado. Cuántos de aquellos 710.000 se han habituado al racaneo y al pillaje de los contenidos de EL MUNDO mientras exhiben su rostro de seres perfecta y vorazmente informados. Cuántos de los que erigen a Pedro J. Ramírez como epítome del periodismo de verdad saben (y practican) que el único blindaje de un periodista ante el poder son sus lectores; y que el único blindaje de un periódico es la organización de una comunidad de lectores consciente, atenta y orgullosa de serlo. Twitter no sólo no produce pedrojotas. Como enseñan duramente sus 228.706 followers, ni siquiera puede mantenerlos. Es cierto que Pedro J. Ramírez ha sido víctima del Sistema. De ese Sistema según el cual la información es un Derecho, y como Derecho verdadero, libre de cualquier carga económica a la hora de ejercerlo. Pues no. No es un Derecho, sino una pura y simple mercancía. Pedro J. Ramírez ha caído víctima de una red. De una red social, concretamente. De todos los que confunden el derecho a la libertad de sus expresiones con el derecho a recibir informaciones. Y que ahora, armados de su formidable cara dura sistémica, jalean a Pedro J. Ramírez con el más célebre grito de los irresponsables.
Sigue con salud
A.