ARCADI ESPADA-EL MUNDO

HAY DOS imágenes recientes que tienen como protagonista al ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero y como víctima a España. En la primera, solo en apariencia anecdótica, Delcy Rodríguez, la vicepresidenta del tiránico Gobierno venezolano, se despide de él así: -Chao, mi príncipe. Y él le contesta: -Cuídate. Mi príncipe forma parte de la amabilidad venezolana coloquial. Es verdad que no está a la altura íntima de Mi rey, que, además, habría provocado la radical denuncia de las metómanas. Pero la familiaridad es francamente repulsiva, por ser Rodríguez quien es.

En la segunda, durante una entrevista con una cadena televisiva, en Washington, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, declaró: «El señor Zapatero… Mi consejo, es un consejo nada más: ‘Que no sea imbécil’ (…) Defender una dictadura como hace él, eso sí que es ser un político perimido, arcaico y anacrónico». El insulto de Almagro, una alta autoridad política americana, provocó la protesta del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Y la protesta reforzó el insólito blindaje que reciben en España las actividades venezolanas de Zapatero. El patriotismo español es perfectamente descriptible; pero ni siquiera un nivel de afecto comparable al que reciben los padres de la patria ingleses o franceses sería capaz de pasar por alto la perturbadora evidencia: Zapatero se ha convertido en el principal aliado de la tiranía.

La protesta de Borrell sirvió también, paradójicamente, para subrayar la desaparición del Gobierno español de la dramática escena venezolana. Tal vez coartado por la propia actividad de Zapatero, el Gobierno ha visto recientemente cómo hasta Francia, Macron mediante, le arrebataba protagonismo moral al liderar desde Europa y junto a lo mejor de América la petición de que la Corte Penal Internacional investigue los crímenes de lesa humanidad en Venezuela. Pero ni siquiera desaparición es el término que corresponde. Influido sin duda por la evidencia de que buena parte de la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno es aliada de Maduro –no solo la Podemia y Bildu: Maduro es el único jefe de Estado que apoyó el Proceso independentista–, el presidente Pedro Sánchez ha anunciado su intención de visitar Cuba. Visitar Cuba es siempre una indignidad. Ahora supone, además, patear la funesta suerte de los miles y miles de venezolanos que mueren, huyen y sufren a causa de la tiranía. Localmente hablando, abre, por último, el presagio de las cotas de abyección a que podrá llegar Doctor Sánchez en la hora, por otra parte felicísima, de que sea nombrado ex presidente del Gobierno de España.