Potemkin

DAVID GISTAU-EL MUNDO

LA DECLARACIÓN de Íñigo Errejón acerca de las tres comidas diarias servidas en Venezuela tiene un precedente histórico. Hasta con estos muchachos genesíacos que creen que todo sucede con ellos por primera vez ocurre que no son sino una repetición como farsa comprimida para caber en un tuit escatológico. En 1931, cuando Stalin usaba las hambrunas como una herramienta genocida que en Ucrania provocó decenas de millones de muertes y pavorosas escenas de canibalismo desesperado, George Bernard Shaw, excelso precursor del marxismo rococó y del turismo utópico que en la actualidad peregrina a Caracas, regresó de un viaje a la URSS, convocó a la prensa y dijo: «Vuelvo del país mejor alimentado del mundo». Más allá de la predisposición ideológica al sesgo deshumanizado, idéntica a la de Errejón, a Shaw terminaron de engañarlo con las célebres aldeas Potemkin ocupadas por orondos campesinos y hermosas ocas de atrezo.

La hipocresía fanática de Errejón –¡el moderado de Podemos, el listo, el socialdemócrata!– es más cruel porque en los tiempos de internet se hace fácil descubrir qué hay detrás del decorado Potemkin y no fomentar el autoengaño. Por ello resulta más grosero que sea capaz de omitir el hambre, los centros de torturas, los asesinatos, los exilios. Elementos que ya deberían haber inspirado en la izquierda española, a modo de recapacitación, la aparición de la figura de un converso por conciencia. Lo que fue Arthur Koestler cuando, después de participar en la guerra española enviado por el Komintern, comprendió que el lado equivocado de la historia era también el de los crímenes en masa del comunismo. Shaw siguió diciendo gilipolleces porque no estaba dispuesto a quedarse sin su juguetito mental, capricho detectable en muchos de nuestros comunistas veteranos que permanecen apegados al prestigio intelectual del comunismo, su único triunfo, aún pendiente de desactivación. Lo malo es que también hay que ponerse a desactivar el prestigio zombi del nuevo fascismo, no damos abasto.

Orillemos la represión, la miseria y la muerte en Venezuela y veamos cuál es el modelo de sociedad que Errejón quiere traer a Europa: uno en el que, mientras el Estado proveedor dispense tres comidas diarias, la sociedad civil ha de permanecer monolítica, mansa e infantilizada. Si lo lograron en Venezuela, un país con clase media y recursos, vigilen que no acabe un Shaw cualquiera haciendo proclamas del éxito del experimento español mientras nos alienan detrás del decorado Potemkin.