Presentación del libro ‘Periodismo práctico’, de Arcadi Espada

Texto de las intervenciones de Santiago González y Arcadi Espada durante la presentación del libro de éste ‘Periodismo práctico’, el día 5 de febrero de 2009 en Bilbao, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad. 


Editorial Espasa. ISBN: 978-84-670-2987-1. PVP: 16,90 €

Santiago González

Buenas tardes, queridos y queridas, vascos y vascas, de una y otra parte. O parta. En nombre de la Fundación para la Libertad quiero agradecerles su presencia en este acto en el que presentamos un nuevo libro de Arcadi Espada.

Esto, en rigor, no es noticia, o no debería serlo, porque nuestro invitado de esta tarde escribe y publica mucho. Confieso que al encontrarme con este nuevo libro ‘Periodismo práctico’ en un anuncio de la Editorial Espasa, llamé al autor para manifestarle mi sorpresa porque en nuestras muy frecuentes conversaciones no me había anunciado que lo estuviese escribiendo o que fuera a publicarlo.

Entonces asocié a Arcadi con Mario Ángel Marrodán, un incansable polígrafo de Portugalete que a su fallecimiento dejó escritos alrededor de 400 libros, entre poemarios, ensayos sobre disciplinas variadas y críticas de arte. El notable poeta manchego, -de Tomelloso, para más señas- Eladio Cabañero, dejó escrita en un breve poema la admiración que le produjo la actividad incansable de Marrodán:

«¡Cojones!, dijo el cartero,/ tres libros de Marrodán/ y estamos a dos de enero.»

No está aún en cifras comparables, pero hay que darle tiempo, porque todavía es joven.

Leí con especial interés este breviario, porque entre todos los periodistas de España, Arcadi es, probablemente, el que más tiempo y con más provecho ha reflexionado sobre este oficio. Después de leerlo le llamé para saber si querría presentarlo en Bilbao y convencí a Teo Uriarte para que lo invitase en calidad de gerente de esta fundación. No me costó mucho, la verdad.

Debo decir que me une a este hombre una pasión malsana por el oficio que tenemos, seguramente el más antiguo del mundo, y por las herramientas del mismo. De esto hablaré un poco más tarde, pero ya que lo he citado, voy a deshacer ahora un equívoco que viene arrastrándose durante demasiado tiempo. Es harto improbable que el oficio más antiguo de los seres humanos sea la prostitución. Les voy a decir por qué.

Cuando, en la evolución de las especies, fueron a encontrarse el primer hombre, digamos Adán, y la primera mujer, digamos Eva, lo más razonable es suponer que la primera cópula tuviera un carácter experimental y no venal. Aún cuando supongamos a, digamos Eva, una excepcional inteligencia, tuvo que haber entre ambos al menos un par de citas para que ella se diese cuenta del efecto extraordinario que aquella especial gimnasia producía en el galán, para que empezara a pensar en que ella podía sacar un excelente rendimiento a eso.

Sin embargo, es casi seguro que, digamos Adán, en cuanto terminó el primer lance amoroso se fue corriendo a buscar a otro macho de la misma especie para contárselo. Fue entonces, queridos y queridas, cuando nació el periodismo.

Una vez aclarado este asunto, volvamos a lo nuestro. Lo primero que yo leí de Arcadi eran las columnas que escribía semanalmente en la Última de El País durante cinco años, hasta que topó con el nacionalismo, el catalán, en este caso, y a partir de entonces su periódico le dedicó a tareas sin duda apasionantes, pero más discretas, en páginas interiores.

Lo lamenté, porque eran aquellas unas columnas bien escritas, airosas, bien planteadas y rematadas con garbo y casi siempre con gracia, como corresponde a la definición canónica de lo que debe ser una columna. Fue en aquellos años, los noventa, cuando me encontré con su primer libro. Se titulaba «Contra Cataluña» y ya, desde el título, me pareció fascinante.

En sus páginas, mientras el autor describía su desencuentro con su tierra o por mejor decir con el desgobierno de su tierra, me fui encontrando una autobiografía con ecos familiares. Arcadi Espada y yo habíamos empezado a militar en el mismo año en el mismo error político y los dos nos bajamos del carro en el mismo año. Me enteré también de que él trabajó en el Gabinete de Prensa de la Delegación del Gobierno en Cataluña al mismo tiempo que yo lo hacía en la del País Vasco. Es verdad que yo soy mayor que él, pero la transición se produjo para los dos en la misma época y Franco se murió para los dos exactamente el mismo día.

Esto podrá parecerles una perogrullada, pero no lo es. Hay mucha gente con mando en la España de hoy mismo que sospecha que aún vive, y que, por tanto, aún hay una oportunidad de ganarle esa guerra civil que la historia registró con una anotación equivocada.

Estas coincidencias predisponen. Después, cuando lo conocí personalmente, me di cuenta de que aquel paralelismo biográfico no era un capricho del azar, que estaba frente a lo peor de mí mismo, y ya, en este plan, no tuve más remedio que amarlo tiernamente, dada mi falta de vocación por la autolisis.

Debo y quiero reconocer que en todos los lugares donde tengo que hablar de periodismo, sea en foros de periodistas o en los ‘master’ de los periódicos, antes en El Correo, ahora en El Mundo, arranco siempre con algo que me contó Arcadi sobre su primer día de clase a sus alumnos de primero de Periodismo en la Universidad Pompeu Fabra. Cuenta que al terminar las clases el primer día, se dirige a ellos y les dice (no sin un cierto punto de sadismo, supongo):

«Ahora, lo que deberían hacer ustedes es ir a sus casas y escribir un editorial. Ordenen ustedes y escriban en forma de artículo las ideas que sin duda tienen para hacer un espacio mejor de este mundo en que vivimos: «Sí a la paz, no a la guerra, salvemos las ballenas, paremos el cambio climático». Al día siguiente escriban otro y al siguiente otro y cuando hayan hecho esto durante tres o cuatro años estarán en disposición de asistir a su primera rueda de prensa.»

Puede tomarse como una provocación, pero es, en realidad, una breve, hermosa, intensa lección de periodismo y una acabada declaración de principios sobre la convicción de que los cimientos de este oficio, pese a lo que casi todos los días podemos leer en los periódicos, oír en la radio o ver en la televisión. Es ese principio que el director del Wall Street Journal tenía enmarcado en su despacho hace veinte años según contaba el periodista italiano Furio Colombo: «Creemos que la verdad en periodismo se construye como las catedrales góticas piedra sobre piedra; con un hecho encima de otro hecho y encima de otro hecho».

Los hechos y las palabras con que se cuentan, ese es todo el secreto de este oficio y es algo en lo que nuestro invitado no se ha permitido un momento de descanso. Los blogs que ha alimentado en Internet son una lección diaria y un testimonio de esta actitud. Sus ‘Diarios 2002’ son el diario de un lector de periódicos a lo largo de un año de su vida y, a la vez, el piso piloto del mejor periodismo que hace Arcadi Espada, como antes había sido ‘Raval’, sobre el caso de pederastia improbable, en el que sólo él se empeñó en preguntarse y preguntar por los hechos en contra de la estupidez medioambiental.

‘Diarios 2004’ es la reelaboración de su blog en aquel año tan intenso y de tantas emociones, en el que los españoles nos topamos con el terrorismo islamista y nos dimos el primer presidente no gubernamental de nuestra historia.

Hace tres años, Victoria Prego, que fue la artífice del fichaje de Arcadi Espada por El Mundo, escribió un artículo en el que le atribuía una maestría consumada en la aplicación de lo que ella llamaba ‘la técnica Durero’: «se echa cuerpo a tierra y acerca la vista hasta casi aplastar su nariz contra una brizna, una frase, un adverbio, una mirada. O una estupidez.»

A mí me parece muy bien descrita esa «técnica de Durero» o ese instinto de perro perdiguero (depende de que consideremos que el periodista se hace o nace) que lleva a Espada a aproximar el hocico a la realidad y no despegarse de ella hasta aprehenderla.

No es amante de las fantasías. De ahí que abomine de la mixtura entre la ficción y los géneros que describen los hechos, la ‘fiction’ y la ‘faction’, que tiene su arquetipo en ‘A sangre fría’, la falsa crónica del cuádruple asesinato de la familia Clutter contada por Truman Capote. Esa definición de la frontera le llevó a una notable polémica con Javier Cercas, el autor de ‘Soldados de Salamina’, cuando ambos compartían paginas en El País. O la que motivó la famosa bronca con el fotógrafo Javier Bauluz por su premiada foto ‘La indiferencia de occidente’.

‘Periodismo práctico’ es un recorrido por la prensa diaria y sus excesos. Como lo es su blog ‘El Mundo por dentro’, en el que todos los días hace una crítica del periódico para el que ambos trabajamos. Háganse el favor de leerlo y, por si pudiera incentivarles, déjenme que les lea la última página del libro, por lo que tiene de enseñanza práctica, de conocimiento de su oficio, de retranca irónica y de, como decía nuestro maestro Paul Johnson, de revelación de carácter.

¿Qué hacer cuando ha de escribirse una necrológica?

1.-Tenga en cuenta que usted sigue vivo.

2.-Evite ponerse, por si acaso, en el lugar del muerto, tipo «a él le habría gustado así».

3.-Evite las cartas a tumba abierta, tipo «allá donde estés, amigo, quiero que sepas».

4.-Evite convertir una muerte natural en un suicidio, tipo «se fue tan discretamente como había vivido».

5.-No espere una mejora de su conducta, tipo aquel necrologista que riñó a su muerto.

6.-Sobre todo, no hable de su sonrisa, tipo «nos acompañará siempre».

7.-Si siempre ocultó lo que realmente pensaba sobre él, haga ahora un pequeño y postrero esfuerzo.

8.-Examine si supone un acto de respeto haber esperado a su muerte, tipo «ahora ya se puede desvelar cómo».

9.-No olvida jamás que la necrológica que está escribiendo puede ser lo único vivo que quede de él.

10.-Y dado que en algún caso, aunque escaso, el muerto se ha levantado y ha leído, escriba usted siempre con las precauciones del que espera réplica.

Este libro debería ser de texto en las Facultades de Periodismo y es absolutamente recomendable para que los lectores se enfrenten cada mañana a la tarea de descodificar los periódicos.

Hace ahora un año, cuando firmé el contrato con El Mundo, Arcadi escribió un artículo sobre mí, dándome la bienvenida al periódico, como antes lo había hecho con él Victoria Prego. Entonces pensé que esta era una tradición en El Mundo, una especie de ‘tú la llevas’, o un cargo hereditario, como el del pirata Roberts en ‘La princesa prometida’.

Daba cuenta en él de la pasión que compartimos por la lectura de periódicos describiendo una escena matutina muy frecuente, que yo le llamo a él o él me llama a mí, diciendo: «¿Pero has leído esto?»

«A veces, cuando cuelgo el teléfono, me da la sensación de que dos cojos van avanzando por un camino infinito, aguántandose el uno al otro, charlando sin parar, intactas las ganas de reñir».

Al leerlo, tuve la impresión de que era lo mejor que se ha escrito sobre mí. Qué quieren que les diga, las novias que he tenido eran todas de rigurosa tradición oral, como corresponde a las mejores hijas de esta tierra. Pero lo de sus buenas intenciones, las de Arcadi, quiero decir, fue una impresión pasajera. Luego albergué la impresión de que todo ello era hojarasca para cubrir su verdadero propósito: criticar mis gustos gastronómicos.

Aquí hemos llegado a lo único que de verdad supone una brecha insalvable entre Arcadi y yo. Lo contaré con un chiste, el del tipo al que se le para el coche en una llanura manchega. Abre el capó, empieza a mirar por si ve alguna anomalía muy obvia y oye a su espalda una voz que le dice: «Es cosa del carburador». El hombre se vuelve y resulta que era un caballo. Echa a correr y no para hasta llegar al pueblo, al final de la recta, a tres o cuatro kilómetros. Entra en un bar y pide un coñá. Lo bebe de un trago y pide otro. El tabernero se interesa por su agitación y nuestro héroe le cuenta el suceso: «¡Y era un caballo!», remata. El otro, sin inmutarse, le pregunta: «¿Era un caballo bayo, de bastante alzada, con las crines muy bien recortadas?» «¡Justo! Así era», responde nuestro héroe, a lo que el tasquero replica: «Bah, entonces no se preocupe. Ese no tiene ni puta idea de mecánica…»

Algo así me pasa a mí con los juicios gastronómicos de Arcadi Espada y su pasión por la cocina, pero es que, en esta vida no se puede tener todo. En el fondo, se lo agradezco, porque si, además, supiera cocinar, no tendría más remedio que pedirle en matrimonio, ahora que esto goza de bastante prestigio social.

Y por mi parte, nada más, salvo cederle la palabra y escucharle con la atención que merece.

Arcadi Espada

Muchas gracias a la Fundación, tan amable siempre con mis cosas. Qué voy a decir de mi amigo Santiago…: yo soy polígrafo para que él pueda presentar mis libros.

(Santiago González: …Estaría bien que encontráramos la manera de que lo paguen.)

Que paguen los bolos… Quiero contarles algo; la amistad no enturbia mi pasión por los hechos. Cuando Santiago me dijo que presentaba mi libro me sentí muy honrado, y sugirió que fuéramos a comer antes de ello. Me sentí más honrado, pues incluso dijo que iba a invitarme. Le pedí que, sabiendo que tengo gustos amanerados –soy catalán, me gusta la cocina trasparente…– y aunque a él le gustan mucho las pochas, yo quería algo moderno, un restaurante de estos en los que no se come apenas… Así ha sido: hemos comido muy bien, ciertamente. Pero les voy a detallar qué: espárragos cojonudos, chipirones encebollados y merluza frita con ese pisto que ustedes hacen… a la bilbaina. Lo digo para que se hagan idea de lo que Santiago considera cocina moderna. Y hasta dónde llega su extravagancia. Así es nuestra vida.

(Santiago González: …Son los platos que él ha elegido.)

Por lo demás, en realidad Santiago y yo hemos escrito este libro. No es un exceso retórico. Está escrito también por él. Cuando habla con cariño de mí y de mi trabajo, y yo de él, estamos hablando de lo que los dos desarrollamos de manera diaria. Será muy bonito explicar algún día con detalle las largas, frecuentes conversaciones telefónicas que mantenemos sobre las 9 de la mañana… Él es más tempranero, es el primer hombre que lee los periódicos en España, y será el penúltimo… Entre las 9 y las 12 elaboramos un poco al alimón lo que vamos a escribir en nuestras columnas y cómo se nutrirán nuestros blogs; qué nos ha indignado más de nuestro medio y de los ajenos, de los socialdemócratas y de los liberales, de esa jerga que manejamos para defendernos. Esas charlas son lo mejor de mi oficio en estos momentos. El oficio del periodismo y de la escritura en general es árido y aburrido: muchas horas de soledad ante los hechos o ante el ordenador, tratando de ver en ellos algo relevante, un amago de sentido. Es un trabajo que la gente tiene por variado, ‘romanticón’ y atractivo, pero no. No aconsejaría que nadie se dedicara a ello. Sus satisfacciones son escasas y el grado de penetración de la amargura ante los hechos terribles del mundo –y no es nada novelero– deja un poso de tristeza y desmoralización.

De ese oficio hay pocas cosas que a uno le rediman. Entre ellas, por no decir la única, cuando existían las redacciones y éstas eran, aparte de oficinas de gestión, lugares de debate y compromiso, uno encontraba en ellas cierto calor polémico, cierta vibración intelectual. Hoy, desgraciadamente, se han convertido en oficinas de gestión donde se procesan textos y el calor es difícil de encontrar.

Además del calor, hay una cuestión fundamental. El debate intelectual. Los asuntos a los que Santiago y yo nos dedicamos interesan cada vez a un menor número de personas. No es dramático. Es una constatación de lo real. Somos los actores de un crepúsculo de una época en la que el periódico y el periodismo era el único gestor del debate social. La moderna se basa en la sustitución del periódico en el que las personas dirimían sus problemas desde hace 200 años. Ahora hay miles de páginas en Internet en las que personas que no son periodistas debaten lo que les interesa en foros, blogs y webs sin que medie la intervención del periodista. Ya no organiza el debate social en régimen de monopolio. No digo que sea ni bueno ni malo ni regular. Como cualquier otro proceso social deberá ser evaluado cuando se desarrolle más y podamos ejercer una mirada crítica sobre ello.

Pero quiero dejar constancia, es uno de los propósitos de mi libro, de que ‘Periodismo práctico’, que será el último libro sobre mi oficio porque estoy cansado, tiene un cierto tono elegíaco. Me crié intelectualmente en papel de periódico, como Santiago. Como tenían a gala los anarquistas de principios de siglo, todo lo hemos aprendido en los periódicos, me han llevado a los libros, a las personas, a la política. Y nada más que el periódico ha gestionado mi pasión por el conocimiento y mi ambición de saber. Ha sido un elemento fundamental de alfabetización de las masas, en España todavía menor que en otros países como Francia y Alemania. En España tenemos la desgracia de que el analfabetismo duró hasta bien entrado el siglo XX y se remedió cuando la televisión impactaba sobre el cuerpo social; de ahí el escaso índice de lectura de periódicos españoles. Pero su papel en la formación del gusto, la sensibilidad y el conocimiento ha sido fundamental.

Este breviario de la vida que es el diario se está acabando y será sustituido por algo mejor…, soy de los que creen en el progreso humano. El mundo va siempre a mejor. Nuestros hijos verán en conocimiento y pensamiento crítico escenarios más limpios, metódicos, precisos y agradables que nosotros. Pero éstos han sido los nuestros y, sin ánimo dramático, bueno es decir que éste es un mundo que se termina y que nuestras preocupaciones no están en el foco central de las de los demás, de los jóvenes y de las generaciones de periodistas que vienen detrás.

Todo esto pertenece al dominio del periódico como formato, superficie, orden del mundo que se acaba. Pero no he hablado del periodismo. Hay un debate vivo en la cultura de EEUU y anglosajona en general sobre el lugar del periodismo. Me rebelo contra aquellos que asocian el fin de un formato con el fin del periodismo. Me parece una frivolidad insolente. La última anotación del libro dice qué hacer con la muerte del periodismo. Dar la noticia. Con esa ironía quiero subrayar la imposibilidad de que se produzca esa muerte porque si es así alguien tendría que dar la noticia y eso sería una muerte retórica.

Todo el parloteo sobre esa muerte, separada de la agonía industrial del periódico, tiene un cariz peligroso. En los últimos dos siglos europeos se ha desarrollado un sistema llamado democracia, que cuando éramos capitanes llamábamos democracia burguesa, y otros, orgánica. Esa democracia se ha caracterizado por la separación de poderes, la libertad de expresión, el voto secreto… Pero no hay ni ha habido ni puede concebirse una democracia sin periodismo. No lo sería. Sin que el poder reciba el reflejo de lo que piensan los ciudadanos a través de los mediadores que designan, no tenemos noticia de una democracia así. Se está hablando en el fondo de la muerte de la democracia y eso ni periodistas ni ciudadanos nos lo podemos permitir. Aquí hay algo más que una crisis gremial: hay una alerta a la que debemos prestar mucha atención. La posibilidad de que un día determinado gestionemos una democracia sin periodismo es una hipótesis falsa de la historia. Con el periodismo se iría también, como con el agua de la bañera, el niño, la democracia que tenemos.

Coloquio

Pregunta: Ha dicho que el periodismo refleja estados de opinión. ¿Puede crearlos?

Sin ninguna duda. En las primeras versiones del protoperiodismo, allá por el siglo XVI, eran cartas entre corresponsales. Ahí hay dos cosas: los hechos que suceden, vecinales, una pared caída, la muerte de un animal; y pegado a eso, la opinión que eso le merece al impresor, su visión. Luego separadamente, es así. No sólo hay una voluntad de describir el mundo, sino una preceptiva de cómo debería ser. Es muy humano describir lo real y dar soluciones alternativas a lo que funciona mal. Incluso lo más banal. Es normal que el periodismo construya realidad con su afán pedagógico para su beneficio moral, económico, político, etc. Nada extraño.

Pregunta: Dice que el periodismo no puede morir, pero ¿no corre el riesgo de volverse cada vez más superficial? Si miramos la forma de los periódicos de hoy, con textos más cortos, menos sitio… ¿Cómo combatirlo? ¿O es eso lo que pide el público?

Lo corto me gusta bastante. Yo soy corto. Me encanta encerrarme un verano con una gran novela, pero eso es avaricia, glotonería. Las cosas se pueden decir de manera breve y ésa es una de las grandes enseñanzas del periodismo. Ha simplificado grandes problemas de la Humanidad metiéndolos en un lead… Aquel titular del nombramiento de Juan Pablo II: “El nuevo Papa, un polaco joven, abierto en política e inflexible en el dogma”. Lo escribió un amigo nuestro, Félix Bayón. Uno no hace en ese momento frases para la historia, pero en cinco minutos resume quince años de pontificado. Hoy se podría haber escrito eso mismo…, excepto lo de joven. Se puede ser corto y breve y dar, es lo que tenemos que hacer. Es verdad que el papel está siguiendo el camino que usted dice, no por la limitación en el espacio sino por el ‘surfing’, esa manera de hacer periodismo, de pasar por la ola pero no empaparte de ella. En cambio no estoy de acuerdo del todo con que suceda en Internet… Resulta difícil imaginar, incluso para mí que llevo desde el 97 usando Internet, me resulta muy complicado pensar cómo hacíamos periodismo sin Internet. A veces en casa me pongo a pensar qué hacíamos… Para escribir un artículo banal consulto en la Red una media de treinta veces: la grafía de un nombre, una fecha olvidada, un detalle histórico. Eso ha supuesto una gran precisión el periodismo más convencional. Y además en Internet está el ‘link’, el hipertexto: poder ir de un texto corto a otro, los textos no van a lo extenso sino a lo hondo, a las capas de información. Eso ha hecho visible eso de las lecturas de lo real. Hay muchas maneras de leer gracias a los ‘links’. Para los periodistas analógicos el ‘link’ es una cruz: el formato. En Internet no existe el formato. Yo a veces hago versiones más largas de un artículo en Internet que en papel, porque aquí ya se sabe que mandan los fotógrafos y los compaginadores. Ahora el formato lo hago yo. Una de las razones del éxito de los blogs es que no obliga a un formato determinado y eso es de sentido común. Yo estoy para el aforismo muchas mañanas. Cada día tiene su afán y cada texto su cosa. Y si además puedes meter esos pozos de sentido que son los ‘links’…

Editores, 6/2/2009