Príncipe de la paz

ABC 30/07/15
IGNACIO CAMACHO

· Las grandes causas de la Humanidad fueron siempre la principal inspiración de ZP, fuente de sus más esclarecidos discursos

AFLIGIDOS, llorosos y transidos de pesadumbre están los miembros del Consejo de Estado por la marcha inminente de su más lúcida minerva, el expresidente Zapatero. El antiguo prestidigitador de la Moncloa, el hombre que caminaba sobre las aguas, se lleva su sonrisa de Gioconda a una fundación alemana dedicada a la paz de los pueblos, asunto sobre el que declaró sentir un ansia infinita de concordia. Esas grandes causas de la Humanidad han sido siempre su fundamental motivo de inspiración política, como demuestra la benéfica Alianza de Civilizaciones, y fuente de iluminados e inolvidables discursos –«la tierra sólo es del viento»– en los que resplandecía su pensamiento mágico. Esto del Consejo de Estado debe de ser una cosa sumamente aburrida, a juzgar por el poco entusiasmo que le guardan los inquilinos cesantes del palacio monclovita. González y Aznar lo abandonaron pronto para apalear euros dando vueltas a sus puertas giratorias y ahora es el esclarecido ZP quien va a privar a la patria de su brillante asesoría. Se quedan allí, en sus apolillados salones, los tristes jurisconsultos que carecen de tirón o de audacia para desplegar su sapiencia en foros de renombre.

En honor de la verdad es menester admitir que Zapatero ha mostrado fuera del poder bastante más sensatez de la que usó cuando lo ejercía. Su responsabilidad de Estado le sobrevino al final del mandato en brusca epifanía telefónica de Merkel y Obama, con tan mala fortuna que ese tardío sentido de la realidad le costó un descrédito mucho mayor que el que le ocasionaban sus fantasiosas ocurrencias de gobernante en perpetua levitación ideológica. Como consejero de Estado ha sido poco zapaterista, revelando un criterio mucho más prudente y discreto del que exhibió cuando sus improvisados requiebros se convertían en decretos y leyes. Sólo que desde que salió de la Presidencia ha parecido en un eterno conflicto consigo mismo, aguijoneado por su indomable espíritu de zascandil. Y en cuanto se consideró fuera de cuarentena no ha podido resistir la tentación de aligerar la moderación institucional con ocasionales incursiones en la intriga.

Pedro Sánchez es testigo –y víctima– de sus enredos en el partido como el ministro Margallo lo es de sus manejos en política exterior. Cuando no cenaba con Pablo Iglesias se reunía con los Castro; siempre escorado a la misma amura. Su sucesor no le va añorar con desconsuelo, harto de que enciñazase su trabajoso liderazgo dando alas a Susana Díaz o auspiciando alternativos candidatos a primarias. Está por ver sin embargo que Sánchez no se le acabe pareciendo, y no como relativamente inofensivo ex sino como mandatario en ejercicio según ese inquietante principio de la repetición histórica como tragedia y como farsa. Aunque tratándose de Zapatero, al que la paz acompañe, será objetivamente difícil superarlo en cualquiera de ambos géneros.