Psicología y Ética: comprender o juzgar

Vicente Carrión Arregui, 29/1/12

Con las elecciones municipales vino el primer susto: Bildu arrasaba en el País Vasco. Muchos quisimos pensar entonces que las decisiones del Supremo y del Constitucional habían calentado el ambiente para que el tradicional victimismo abertzale recibiera su premio. Pero con las elecciones generales la ola se llamó Amaiur y fue a más. Su creciente protagonismo mediático nos permitió ir conociendo su actitud ante el terrorismo etarra, ese “sirimiri” (lluvia fina) que nos ha mojado a todos, en palabras del diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano.

Tras la Conferencia de Aiete, el comunicado de ETA y la última campaña electoral el mensaje ha ido definiéndose: “Estamos orgullosos de nuestro pasado” (Rufino Etxeberria), “la izquierda abertzale pedirá perdón cuando el Estado reconozca lo que han hecho en las calles y en las comisarías” (Rafa Larreina) y  ”ochocientos muertos los ha generado ETA pero otros cuatrocientos no” (Pello Urizar). Una ceremonia de la confusión en la que, como si fueran equiparables los excesos policiales a la alevosía criminal del coche bomba o del tiro en la nuca, dicen condenar la violencia “venga de donde venga” para eludir la responsabilidad del fanatismo étnico en el terrorismo etarra. “Violencias múltiples” es el último eufemismo acuñado en la comparecencia del 17 de diciembre en la Casa de la Paz para alimentar la deformación histórica que están propiciando.

Mientras tanto, entre quienes habíamos permanecido unidos contra ETA afloran las divisiones, sea en relación a la dispersión de presos, al centro de la memoria, al grupo parlamentario de Amaiur o, lo que me parece aún más grave, a la manera de asimilar el éxito electoral obtenido por los radicales. Viéndose venir las cotas de poder que la población vasca parece decidida a conceder a la izquierda abertzale, en Euskadi se está propiciando un clima de “aquí no ha pasado nada”, “qué bien se come” y “qué majos somos”. Reconocidas voces de la resistencia contra ETA empiezan a resultar incómodas cuando ignoran la nueva corrección política para expresar su decepción o su hartazgo por la inconsciencia social con que se están recompensando las cabriolas “semánticas” de quienes hasta hace nada legitimaban el crimen. Pienso en el silencio con que ha sido recibido el excelente libro de Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Moral de la UPV, “Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente” y tantos otros; pienso en la sobrerrepresentación mediática de todo lo que sea euskaldún, abertzale, gastronómico e ilusionante; observo el estomagante “buenismo” de algunas opiniones en extremo equidistantes o la inquietante frialdad con que se exceptúan Lemoiz y Leizaran del fiasco etarra y me entra la sensación de ser un aguafiestas por resistirme al maquillaje moral que algunos proponen.

Corren malos tiempos para la ética por lo que busco consuelo en la psicología para atemperar esos sentimientos de asco, vergüenza e impotencia que a veces me invaden. Y lo encuentro en las famosas etapas con que la doctora Kübler-Ross definió el modo natural de afrontar los procesos de duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Etapas que ella formuló refiriéndose a la muerte, que luego se han aplicado a otros quebrantos de la vida y que, me parece, son perfectamente aplicables a la dimensión colectiva que nos ocupa. Hemos vivido una experiencia tan honda de odio y fragmentación social que bien nos merecemos una expresión intensa de duelo por todo el sufrimiento ignorado. Querer saltarnos sus fases más incómodas (la ira, la depresión) no acelerará su desenlace, ese necesario  horizonte de convivencia pacífica en Euskadi que todos ansiamos. Al contrario, minimizar la responsabilidad etarra diluyéndola en una violencia equidistante puede enquistarnos en agravios, malentendidos y reproches. Respetar los tiempos necesarios para reconocer el dolor, la pena y el daño sufrido es la condición indispensable para poder superarlos de verdad, sin heridas cicatrizadas en falso.

Encuentro también alivio en las palabras de Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología en la UPV, en su artículo “La necesidad de recuperar la vida cotidiana”, especialmente cuando alude a los mecanismos de defensa con que la población vasca ha tratado de sobreponerse al impacto de tantos años de violencia y miedo. Los manuales de Psicología definen los mecanismos de defensa como “estrategias inconscientes que las personas utilizan para evitar, negar o distorsionar las fuentes de amenaza y ansiedad. También se usan para tener una imagen idealizada de uno mismo, de forma que podamos vivir tranquilos” (Mc Graw Hill, 1º de Bachillerato).

Así, la desazón moral provocada por la indiferencia con que la ciudadanía vasca ha intentado “pasar” del terrorismo y sus consecuencias podría esquivar los incómodos atributos de “cobardía” o “complicidad” y explicarse como un valioso ejercicio de supervivencia y de sensatez: no hemos permitido que el terrorismo destrozara nuestra vida cotidiana. Ocultar nuestras opiniones y sentimientos nos habría permitido celebrar las fiestas familiares, participar en las reuniones escolares, no traumatizar a nuestros hijos o no destrozar nuestras relaciones laborales. Un ejercicio de contención y de madurez colectiva por el que no sucumbíamos a los cambios de humor y de agenda que cada atentado provocaba. En palabras de Echeburúa: “al no poder vivir en la permanente tensión de los asesinatos y las extorsiones (…) se han activado en los ciudadanos mecanismos de defensa contra esa perversión de valores. Así, se ha minimizado la evidencia, se ha deformado la cruda realidad y se han inhibido los sentimientos de compasión, alejándose de las víctimas, para que todo ello les permitiera vivir con tranquilidad”.

Aun suscribiendo plenamente sus palabras, aun comprendiendo que todos los silencios del pasado y del presente pueden leerse como resistencias al totalitarismo etarra, y aunque parezca preferible intentar comprender un poco más y juzgar un poco menos, no puedo evitar preguntarme si está bien o está mal que así sea.  Son las incómodas preguntas de la ética, las sugerentes explicaciones de la Psicología.

Vicente Carrión Arregui, 29/1/12