José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 15/4/12
Ahora descubren que la muerte injusta de un ser humano no es exactamente política, sino que es sólo eso, una muerte injusta. Y claman indignados
Afirmaba un filósofo que en la sociedad actual opera un curioso principio, que describía con la difícil siguiente fórmula: «El descargo de lo negativo (precisamente ese descargo) predispone a la negativización de lo que descarga». Ejemplos: cuantas más enfermedades derrota la medicina, tanto mayor es la inclinación a declarar a la medicina una enfermedad; cuantos más beneficios trae la química a la vida humana tanto más sospechosa resulta de haber sido inventada exclusivamente para envenenar a la humanidad; cuantas más guerras se evitan, tanto más se considera belicismo a la prevención de la guerra; cuanto mayor es el progreso científico, más deploramos ese progreso y le acusamos de haber destruido el mundo. La liberación de lo amenazante (precisamente esa misma liberación) hace que lo liberador parezca amenazante.
Demostración clamorosa de la verdad del principio: la de la opinión pública de esta semana. Es decir, si las fuerzas de seguridad nos han librado del terrorismo (porque ellas han sido, melifluos cantos aparte), se vuelven sospechosas de terroristas, y ante la menor ocasión clamamos indignados en su contra. Todo el caudal de indignación moral que estuvo soterrado y reprimido por la conveniencia personal y política, toda esa mala conciencia por no haber dicho y hecho lo que sabíamos muy bien que la ocasión exigía, todo lo que no se dijo contra la negatividad asesina, todo eso puede por fin explotar unánime, y debe hacerlo precisamente contra quien nos ha liberado de ese miedo. La sabiduría popular, que no es filósofa pero sí aguda, lo decía desde siempre: si hay algo que no se perdona, ese algo son los favores.
¡Qué espectáculo portentoso hemos tenido! La sociedad civil entera clamando y llorando por la muerte de un joven a manos de la brutalidad policial. Las peñas del Athletic prometiendo manifestación y minuto de silencio. Jugadores en el funeral. Periodistas describiendo con tintes justicieros los pelotazos bárbaros de la policía. Opinadores reclamando una policía adecuada a los nuevos tiempos: si ya no les agrede nadie, si nadie les tira piedras ni les da palizas, ¿por qué se defienden tan brutalmente? Fiscales clarividentes que corren a calificar de antemano los hechos como homicidio. Políticos pidiendo perdón. Sindicatos policiales exigiendo que les quiten las escopetas a sus afiliados, porque son como infantes. Todos unidos en la exigencia contra lo intolerable. Y está bien que así sea… pero no deja de ser un portento.
¿Y por qué portento? Pues por su inversión radical, porque es el tipo de comportamiento exactamente opuesto al que esa misma sociedad ha practicado durante decenios y decenas (de muertos). Hasta ayer mismo, el Athletic no se inmiscuía en cuestiones políticas, faltaba más, sus jugadores no opinaban ni iban a entierros, eran como los cocineros, sus presidentes se negaban a convocar minutos de silencio para no dividir a las gradas, una cosa era el fútbol y otra la política. Ocho segundos de silencio guardó San Mamés por la vida de Isaías Carrasco. Ocho segundos. Era la regla de oro: no hay que mezclar las jaiak con la política, la muerte no debe detener la fiesta. Ahora descubren que la muerte injusta de un ser humano no es exactamente política, sino que es solo eso, una muerte injusta. Y claman indignados. Un cambio espectacular, sin duda, pero déjenme que lo pregunte, déjenme que diga eso que nadie parece querer decir: ¿no será porque, precisamente, son los policías los presuntos culpables? ¿Sería la misma la reacción si el agresor fuera otro? ¿No es más cierto que lo que une en su protesta a la sociedad es la identidad concreta de aquel contra quien se protesta? ¿No es cierto que es más fácil, más gratificador, más buena conciencia, criticar a la Ertzaintza (y no digamos si hubiera sido la Guardia Civil) que criticar a cualquier otro homicida? ¿Es esto un signo de una nueva sociedad civil activa? ¿O es más bien una exhibición del síndrome colectivo del secuestrado, que percibe como enemigos y se rebela contra, precisamente, sus liberadores?
El día 29 de marzo pasado emboscaron en Bilbao a unos policías, les propinaron una brutal paliza y, según este periódico, a uno le hundieron el cráneo. Ese mismo día en Getxo, lanzaron piedras y cócteles contra un batzoki que impactaron en la cabeza a una paseante y la mandaron al hospital. ¿Qué tiene que ver? Nada. ¿Justifica una cosa la otra? Claro que no. Pero, ¿por qué una saca a todos a la calle y las otras son simples noticias para pasar página rápido? ¿Seguro que no tiene nada que ver con la historia y la realidad de esta sociedad?
Bueno, así será, pero en el fondo es positivo. Por algo se empieza. Aunque haya tenido que esperar al muerto número novecientos, practicar la indignación por la injusticia creará poso social. Así, dirán algunos, vamos dando pasitos. Ojalá, aunque más bien me parece que la opinión hegemónica seguirá compatibilizando sin ningún problema de disonancia lógica y moral el rechazo indignado a la muerte de uno con la exigencia no menos indignada de la libertad de los asesinos de los otros. Tiempos portentosos: los pasados y los presentes.
José María Ruiz Soroa, EL CORREO, 15/4/12