Ignacio Varela-El Confidencial

Puigdemont vuelve a reinar en el espacio soberanista. Ha retomado los mandos y conduce la nave, con fiera determinación, hacia la catástrofe final

Dicen que el juez Martin Probst, presidente de la Audiencia territorial de Schleswig-Holstein, está especializado en procedimientos de mediación, pero su historial no acredita experiencia en derecho penal internacional. Con su decisión, no solo devolvió la libertad a Carles Puigdemont. Además, le entregó el control político y el liderazgo del independentismo, que había perdido en la práctica.

Se ha ido al garete todo el plan diseñado por el tándem Junqueras-Torrent —con el asentimiento del sector institucional del PDeCAT— para ir relegando al fugado a un papel simbólico y reconducir el ‘procés’ hacia la elección legal de un presidente y la formación de un Gobierno efectivo.

Puigdemont vuelve a reinar en el espacio soberanista. Se vio claramente en la manifestación que ayer recorrió la avenida del Paralelo de Barcelona (el último ‘emperador del Paralelo’ fue otro caradura populista, Alejandro Lerroux, cosas de la historia). Convocada con el pretexto de la solidaridad con los presos, se convirtió en un acto de aclamación al ‘expresident’, justamente el que no está preso y el que, con su fuga, mantiene entre barrotes a quienes fueron sus compinches en la sublevación de octubre.

El juez alemán no solo ha restablecido a Puigdemont en el trono soberanista, le ha dado un incentivo para hacer que se repitan las elecciones

“Puigdemont president” fue la consigna más coreada en el Paralelo. Capítulo aparte merece el escándalo de que esto sucediera con la participación de UGT y CCOO: los sindicatos de clase, actuando de palmeros de la élite corrupta del nacionalismo. Si Pablo Iglesias —el viejo— y Marcelino Camacho resucitaran, volverían a morirse de la vergüenza. Lo de Colau extraña menos, porque ya ha demostrado que siempre está disponible para echar una mano. Luego se extraña la extraviada izquierda política de lo que le pasa en las encuestas.

El juez alemán no solo ha restablecido a Puigdemont en el trono soberanista. Además, le ha suministrado un poderoso incentivo para provocar que se repitan las elecciones. Lo único que detenía esa hipótesis era que ninguno de los actores decisivos estaba interesado en ella. Ahora, de repente, la perspectiva de unas nuevas elecciones aparece como el horizonte más promisorio para Puigdemont.

Está claro que con el Parlament del 21-D él no tiene ninguna posibilidad de ser investido ni de que lo sea otro de los procesados. No solo porque lo impiden el Tribunal Constitucional y el Supremo, sino porque ERC y el aparato del PDeCAT juegan a otra cosa. Hay que volver a domeñarlos bajo su jefatura, y eso exige otra pasada plebiscitaria por las urnas.

Puigdemont no puede imponer a un candidato de su gusto (en realidad, el único de su gusto es él), pero puede vetar a cualquier otro. Se trata de ejercer ese poder de veto hasta el 22 de mayo y entonces reclamar su liderazgo hegemónico.

¿Quién se lo discutiría? Todos sus posibles competidores (Junqueras, Forcadell, Sànchez, Turull, etc.) están encarcelados y procesados por rebelión. Cuando el auto de procesamiento se haga firme, quedarán automáticamente inhabilitados y no podrán ser candidatos ni ocupar cargo alguno. Puigdemont, liberado de momento de la acusación por rebelión por obra y gracia de un juez alemán, sí podría presentarse a las elecciones. El único.

En ese supuesto, no creo que ERC resistiera la presión para formar una candidatura común. Argumento poderoso: no podemos permitir que Arrimadas vuelva a ganarnos unas elecciones por ir separados. Sumando nuestros votos, el 21-D habríamos derrotado a la unionista insolente por 18 puntos. A ver cómo se opone a eso un partido descabezado como ERC: no será poniendo al pobre Torrent a competir con una figura ya convertida en leyenda como Puigdemont. Contento quedaría el flamante presidente del Parlament si se le concede el privilegio de ir de número dos en esa lista.

Importa lo que hagan Puigdemont, los partidos catalanes, los jueces españoles y alemanes… No importa lo que haga el Gobierno de España

Dicen que si se repiten las elecciones el independentismo puede perder la mayoría absoluta. Lo dudo. Más bien tiendo a pensar que se pondrían en condiciones de elegir a un presidente de la Generalitat sin depender de la CUP. Los presos servirían a la vez como rehenes de conveniencia (para dejar el campo despejado a Carles I el Grande) y como banderas electorales. Una jugada redonda. Y no creo que quepa esperar otra movilización masiva de las fuerzas constitucionales para repetir el 80% de participación: esas cosas solo pasan una vez, ya pasó y se comprobó que ni así se puede aspirar al gobierno.

A todo esto, Rajoy ha conseguido que el Gobierno de España sea un invitado de piedra en este banquete. Aquí importa lo que haga Puigdemont, lo que hagan los partidos catalanes, lo que hagan los jueces españoles y los alemanes… Lo único que ya no importa es lo que haga o deje de hacer el Gobierno de España. Parecía difícil pero, a fuerza de sacudirse responsabilidades, Rajoy ha logrado anularse a sí mismo como actor relevante en este conflicto. Ya ni siquiera depende de él, sino de los propios independentistas, la vigencia del 155. Y según el PNV, de ello depende también que haya Presupuesto en España. En eso, como en casi todo lo demás, el Gobierno se ha quedado patéticamente a verlas venir.

Tras fracasar el 1 de octubre y entregar a los jueces la gestión del conflicto, el Gobierno tenía al menos que hacer dos cosas: la primera, coordinar el apresamiento de Puigdemont en condiciones que aseguraran su entrega a la Justicia española para responder por todos sus delitos. Pero en otra brillante actuación de los servicios de Inteligencia, de todas las gasolineras de Alemania eligieron precisamente la del Land del juez Martin Probst.

Sus acompañantes establecieron turnos de ocho horas para recorrer los casi 3.000 kilómetros que le separaban de Bélgica

La segunda misión era ganar la batalla política en Europa, contando con el respaldo de los gobiernos y de las instituciones de la UE y con un ejército de embajadores frente al activismo desesperado de un político de tercera división como Puigdemont.

Ni de eso han sido capaces. La prensa y la opinión pública europeas están crecientemente infectadas de simpatía por la causa separatista y por sus presos, con riesgo de que el mal empiece a contagiarse a los parlamentos y después a los gobiernos.

El ministro de Justicia, leal intérprete de su jefe, declaró el viernes en Onda Cero que lo que tienen que hacer los gobiernos en este asunto es “quitarse de en medio”. Gran doctrina: quitarse de en medio, la especialidad mariana por excelencia. Dicen que el tipo es un maestro en administrar los tiempos. Realmente los administra con avaricia, hasta que se agotan.

Mientras, el segundo emperador del Paralelo ha retomado los mandos y conduce la nave, con fiera determinación, hacia la catástrofe final. Lo siento por todos.