Pujol, el apellido mágico

ABC 09/01/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Los nueve miembros de la familia está imputados y ninguno ha pisado la cárcel

CONFIESO mi estupefacción renovada. Tal vez me falten conocimientos jurídicos, pero no alcanzo a comprender cómo es posible que los nueve miembros de la familia Pujol-Ferrusola estén imputados por la Justicia, algunos desde hace ya cinco años, y ninguno de ellos haya pisado la cárcel. Corrijo. Comprender, comprendo perfectamente. Solo hay una explicación posible. Pero resulta tan incompatible con lo que entendemos como «Estado de Derecho», tan frontalmente opuesta a las reglas de juego democráticas, que razón y voluntad se resisten a aceptarla

Ayer mismo daba cuenta ABC de un nuevo informe de la UDEF (esa unidad policial especializada en delitos económicos relacionados con la corrupción, cuya existencia ignoraba o fingía ignorar el ex «molt honorable president» al ser preguntado por ella en el Parlamento de Cataluña) que acreditaría el origen ilegal de la fortuna multimillonaria amasada por su primogénito, Jordi Pujol Ferrusola. Es difícil llevar la cuenta exacta de las causas abiertas contra el clan, y casi imposible calcular el importe exacto de las cantidades obtenidas de forma presuntamente fraudulenta por sus integrantes, toda vez que son cuatro los juzgados implicados en una macroinvestigación que mantiene ocupadas a la Policía, la Guardia Civil y la Fiscalía desde 2012. Con distintos grados y modalidades de participación en el «negocio», se les imputa cohecho, delito fiscal, tráfico de influencias, blanqueo y falsedad documental, entre otros crímenes vinculados al cobro y posterior «lavado» de comisiones ilícitas, obtenidas a cambio de favores políticos durante el largo mandato del patriarca absoluto. Audiencia Nacional, UCO, UDEF, Ministerio Público, medios de comunicación, opinión pública y publicada tras el rastro hediondo de sus andanzas… y ni un solo día entre rejas. ¿Ustedes lo entienden? Yo no. O sí, lamentablemente.

Los españoles hemos visto detener y entrar en prisión a notables de toda condición. Desde Rodrigo Rato a José Barrionuevo y Rafael Vera, desde Mariano Rubio a Francisco Granados, pasando por Miguel Blesa o Gerardo Díaz Ferrán. En algunos casos invocando alarma social, en otros con el empeño de impedirles destruir pruebas, esos y otros ángeles caídos de la política o la empresa han desfilado ante nuestros ojos esposados, cubiertos de vergüenza, como chivos expiatorios del latrocinio colectivo expuestos al escarnio del pueblo. Ellos no. El apellido mágico Pujol, una especie de «detente bala» con poderes sobrenaturales, ha obrado hasta hoy el milagro de librar a sus portadores de las desagradables consecuencias inherentes a sus actos. Le ha protegido cual talismán capaz de conjurar el peligro. De modo y manera que todos y cada uno de ellos siguen en la calle, disfrutando del botín, con medios sobrados para ocultar o hacer desaparecer cualquier rastro de la maraña societaria empleada para perpetrar su gigantesco fraude. Todos permanecen impunes, riéndose a mandíbula batiente de los esfuerzos desplegados por la Policía y la Guardia Civil para hacerles pagar por sus fechorías. Al más duramente castigado, hasta la fecha, se le ha retirado el pasaporte…

Decía que sólo existe una explicación posible para esta sinrazón indignante, aunque en realidad hay dos. O bien estamos ante una manta de proporciones atómicas, que el «padre-padrone» amenazó abiertamente con destapar al decir aquello de «si se toca la rama de un árbol caerán todas», o bien la amenaza es política y autoimpuesta. Dicho de otro modo. O hay miedo a la información de la que pueda disponer Jordi Pujol Soley, o bien el miedo es al fantasma de la «catalanofobia», sabiamente agitado por las huestes nacionalistas. Sea como sea, es inaceptable.