Qué se creen

EDUARDO TEO URIARTE, Fundación para la Libertad – 03/11/14

Eduardo Uriarte Romero
Eduardo Uriarte Romero

· Mi admirado Félix de Azua recientemente ha achacado los problemas de corrupción política a la vieja catolicidad española, al rechazo de la reforma protestante, que nos dejó por los siglos hechos unos pícaros sin ética. Tiene razón, pero quizás pueda resultar exculpatorio encontrar el origen de tanto latrocinio en esa falla histórica, resultado del Imperio y la Compañía de Jesús que tanto martillearon a los herejes, y no fijarse en la responsabilidad de los malhechores actuales. Deberíamos acudir a la lógica de Jon Juaristi, tan admirado por mi como el donostiarra antes citado (Jon celoso es terrible), lógica a veces tan rural, y por lo tanto tan euskaldun, cuando va a la raíz del problema. En el pasado, ante las explicaciones profundas que buscaban causas para entender los muchos asesinatos que se producían en Euskadi, el ofreció un argumento demoledor: “en Euskadi hay muchos asesinatos porque hay muchos asesinos”. Siguiendo su raciocinio habría que decir que en España hay mucha corrupción política porque hay mucho chorizo en la política. Hasta tal punto hay corrupción que empezamos a creer que todo el sistema se cae por podrido.

Sumidos hoy en la desolación vemos a los que nos dirigen sobrepasados por la corrupción y la mentira. Pero nos siguen engañando cuando nos dicen entre pucheritos que, efectivamente, en su partido hay corruptos -lo que salta a la vista- y que lo van a solucionar. Nos lo dicen por enésima vez conocedores de su impotencia, pues tras tantos años los corruptos forman unas potentes tramas que enfrentarse a ellas podría suponer liquidar el partido. Pues el problema de la corrupción, cáncer de la democracia desde sus orígenes, la han consentido en sus respectivos partidos ellos mismos, porque formaba parte del partido. Por eso no hay que hacerles mucho caso hasta que empiecen a poner medios para debilitar el poder de sus propios partidos (lo que temen porque les alejaría del poder), puesto que la fortaleza de los mismos los han convertido en feudos opacos a la justicia, y apuesten por mecanismos para controlar el ejercicio del gobierno de las diferentes administraciones. Hasta que no dispongan medios, recursos y respeto, sobre todo, hacia  del poder judicial, incluida una reforma legal que le otorgue independencia alejándole de la partitocracia, seguiremos en el orden de cosas que favorece la corrupción.

A ello habría que sumar para limitar la corrupción otra serie de actuaciones dentro de los partidos, como la apertura a la publicidad. Porque la democracia interna en el seno de los partidos para dirimir sus asuntos no es democracia, o es pública o no es democracia, y los trapos sucios se deben lavar en público, porque de no ser así nunca se lavan, se esconden. A las direcciones de los partidos lo que primero les interesa es el poder, y para ello el apoyo y fidelidad de sus bases, y si para conseguirlo hay que ser comprensivo con la necesidad de engrasar la fidelidad, se anima o se tolera hasta que el escándalo estalla públicamente. Visto lo que ocurre habría que  superar la hipocresía de sacristía al uso, fomentando la creación del registro de todos esos loobys que sitian a todas las administraciones y partidos, como existe en la democracia más veterana. Y, para finalizar con las medidas, buscar un sistema de relación con el electorado más cercano, solicitando avales a la ciudadanía para la presentación por parte de un partido de su candidato, y obligando al electo a informar periódicamente a sus avalistas en una serie de encuentros públicos durante su mandato. Todo ello tras un profundo repaso a la ley electoral.

De no tomarse medidas nos seguirán engañando. Pues creen hacernos una concesión declarando que en sus respectivos partidos, desgraciadamente, hay manzanas podridas y, por lo tanto, corrupción. Lo que deberían de una vez aceptar y declarar, ante el enésimo caso producido,  es que los partidos son entes corruptores, y no meros lugares donde se da la corrupción. Que en sus partidos es muy difícil que alguien, incluso honrado, sobreviva en ellos sin mirar a otra parte. Que en los partidos se anima esas malas prácticas, donde se suele descubrir muchos afiliados sin peculiares dotes y conocimientos políticos situados en puestos importantes, que incluso son considerados imprescindibles, por misteriosa razón.

Hay que empezar por asumir que los partidos han sido instituciones donde se ha promovido la corrupción para poder empezar desde ese anuncio a aplicar soluciones. Hay que permitir el ejercicio de la autocrítica, puesto que sin ella se han abandonado las razones que dieron origen a la existencia del partido. Los partidos debieran ser instituciones políticas, sin embargo, en ellos, desde hace muchos años no se debate la política, sólo se obedece. Son instituciones con la misión de sostener la democracia, pero en su seno no la tienen, sustituida por un régimen interno feudal. Son instituciones  con el deber de acatar y hacer cumplir la legalidad pero ésta se exceptúa en los casos de actividades encaminadas a sostener en el poder al partido. Es evidente que tras treinta años de funcionamiento cada partido se ha convertido en un fin en sí mismo, en entes endogámicos, de ahí sus prácticas sectarias incluidas las corruptas. Por lo que se debiera concluir que hay que darle la vuelta a lo que hoy son los viejos partidos.

Hasta que no salta el escándalo las práctica corruptas son bien vistas, pues el esprit de corp convierte en lo más importante la misión del partido, y los adversarios en lo más mezquino, por lo que bien vale esos medios para seguir en el poder. El poder, y los que están cerca de él, corrompen, cosa que se conoce desde la más lejana antigüedad. Lo que diferencia una dictadura de una democracia es que con ésta última muchos casos de corrupción acaban conociéndose e incluso juzgándose, aunque con ello se ponga en peligro la misma democracia. No hay que mirar más que al cercano caso italiano. Por la debilidad humana, por la ambición de personas, se fue al traste el sistema del cuarenta y ocho que sustituía a una dictadura. Montesquieu tras volver de Inglaterra en los inicios del XIX descubrió que incluso ante los incorruptibles personajes de la revolución había que erigir (en un tiempo en el que el Legislativo no era tan servil) un contrapoder judicial independiente. Porque él mismo reconocía su propia debilidad humana cuando comentó con sus amigos Fuché y Talleyrand: “ahora que somos ministros hagámonos millonarios”. Qué mejor lugar que un partido, donde la financiación del mismo se realiza por todos lo medios, para el enriquecimiento personal de los habilidosos.

Hay determinados floreros en cargos de dirección del partido que son necesarios, Felipe, o Rajoy, dirigentes políticos, que normalmente no preguntan cómo se sostiene el partido, que asumen que mirar las cuentas es una pérdida de tiempo. Hay otra pléyade de seres imprescindibles, los conseguidores del maletín, que no accederán, salvo la excepción catalana, a primera figura. Se quedan en las segundas, donde abundan personajes que no serán removidos hasta que el partido no se disuelva si antes no los han detenido un juez. A Juaristi, hombre docto donde los haya y alérgico a los aparatos de partido, le costó dimitir de su cargo en la administración unas horas. A Bárcenas  no lo hacía dimitir ni la mismísima Cospedal. La cultura, de la que debiera formar parte la cultura política, imprescindible en el ejercicio de la política, está hoy de sobra, pocos la poseen, la trama de verdad de verdad del partido la sostienen los que nunca hablan en público de política. Se les conoce hasta por los andares, los anguilas que se mueven buscando el dinero son los imprescindibles y ascienden a puestos estratégicos de segunda división, que, en ocasiones, son todo un poder fáctico frente a la primera. Y esta es la realidad en los viejos partidos.

Por eso resulta tan difícil creer en las posibilidades de reforma desde dentro de esos partidos. El PSOE, que hace tiempo abandonó el marco político instaurado en el 78, con sus reticencias a la Monarquía, los abandonos de acuerdos de Estado, y cuyo papel fundamental desde ZP ha sido propiciar el discurso populista de Podemos -pues el optimismo antropológico no es más que la antesala de la utopía sin límite, y la Memoria Histórica la de la ruptura política- cuando le estalla al PP un escándalo de esta naturaleza decide abandonar todo acuerdo dirigido a limitar la corrupción. Vaya por adelantado que dudo mucho de la eficacia del mismo, pues las medidas serían muy tímidas, ya que afectan al poder tal como lo tienen los viejos partidos concebido. Pero el PSOE sigue mostrando una inconsciencia infantil ante el gravísimo problema al que se enfrenta, pues la corrupción en el PP también es su propia corrupción, y el primero que va caer ante las fauces de Podemos es él mismo. Si quiere consolarse puede pensar, tras lo ocurrido en Italia, que tras su desaparición vendrá la del PP, pero resulta un triste consuelo si va dejar a la sociedad española sometida al populismo más agresivo.  Cuando el PSOE dispara de la forma que lo hace contra el PP primero la bala le atraviesa a él. Qué se creen.

Entretenidas las dos viejas formaciones políticas en sus sangrientas disputas de circo, cual los inconscientes partidos en  Constantinopla ajenos al avance de los turcos, sólo nos queda a los espectadores asistir a la llegada de los bárbaros, propiciada, como siempre, por los que detentaban el poder, y asumir que estamos ante el final de una época. No sólo porque venga Podemos, sino porque el PSOE hace tiempo que se ha ido dejando el portón abierto para que entre. Para colmo, si alguna esperanza teníamos en alguna nueva formulación política que se asentara sobre el espacio abandonado por el PSOE ésta se va marchitando por falta de vocación política de los recién llegados. Puesto que lo nuevo no ha dejado de ser un experimento con demasiados resabios de los viejos partidos, personalismo, jerarquía, disciplina, democracia interna, sectarismo, corporativismo, cuya misión al final va a ser frustrar, cerrando la colaboración y llegada de otros, la posibilidad de una seria alternativa democrática de centro izquierda.

Eduardo Uriarte Romero.