Quemar la calle

EL MUNDO 29/03/14
ERNESTO SÁENZ DE BURUAGA

En las algaradas callejeras de los últimos días, los buenos son los policías y los malos, los alborotadores. Corren malos tiempos cuando hay que demostrar la evidencia, pero hemos llegado a un punto donde es difícil explicar que no es verdad que los patos disparen contra las escopetas.

Nunca tendría miedo de ver en las calles a la Policía. Me da seguridad. Y garantiza mis libertades y mis derechos. En una manifestación habitualmente no pasa nada porque la gente tiene todo el derecho a protestar y lo hace sin perturbar el orden público. En ocasiones, este esquema simple se ve desbordado cuando un grupo de alborotadores, generalmente antisistema o de ultraizquierda, quiere un fin de fiesta con fuegos artificiales, para lo que llevan piedras, palos, cuchillos, tornillos. Incluso algo tan necesario como un bidón de gasolina. Y la montan.

Entonces, la Policía evita que incendien contenedores, destrocen el mobiliario urbano y conviertan la calle en el escenario de una guerrilla. Si la Policía es contundente, ya se sabe. Se han pasado. La utilización de la fuerza ha sido desproporcionada ante indefensos ciudadanos que tras detenerlos resulta que no eran tan indefensos. Y se hace política. Pero si sucede lo contrario y la Policía no actúa con contundencia y son agredidos, con la intención declarada de matar a un policía, han fallado los resortes de la operación y de nuevo se hace política.

En cualquier otro sitio que no sea España, estos debates no existen. Los partidos de izquierda, los de derecha y los sindicatos cierran filas contra cualquier tipo de violencia, sin querer sacar otro rédito que el beneficio de los ciudadanos. Lo que está pasando estos días requiere, no de la bronca política, sino del cierre de filas para evitar una desgracia. Nada puede justificar la violencia amparándose en una crisis que se supera y de la que muchos de los que ahora están en las calles antes no dijeron nada. Contra la derecha, por increíble que les parezca, no vale todo. La izquierda no puede contemplar sin mover un músculo este intento de cargarse a un Gobierno salido de las urnas a base de quemar las calles.