Rajoy rinde la plaza

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 25/09/14

Isabel San Sebastian
Isabel San Sebastian

· El presidente ha tirado la toalla y, con ella, cualquier posibilidad de ser reelegido.

Mariano Rajoy ha renunciado a la victoria, es evidente. Acorralado por una crisis que no termina de remitir y una recuperación que llegará, si es que llega, demasiado tarde en términos electorales; presionado hasta lo insoportable por el separatismo catalán; rehén de un consejero tan carente de principios como inexplicablemente influyente; incapaz de lidiar con las diferencias crecientes que enfrentan a un Partido Popular cada vez más desligado del Gobierno con un Gobierno cada vez más alejado de la tradición y valores propios del Partido Popular, el presidente ha tirado la toalla y, con ella, cualquier posibilidad de ser reelegido.

Quien realmente ha dimitido en esta crisis no ha sido Alberto Ruiz-Gallardón, cuyo adiós a la política está revestido de la dignidad que habita en la coherencia, virtud sumamente rara en la vida pública española, sino Mariano Rajoy. Es Rajoy el que ha dimitido definitivamente de sí mismo para encarnarse en otro personaje ajeno al que decía ser o, acaso, mostrarse al fin ante su electorado tal y como siempre fue. Él es quien ha abdicado de su compromiso ético, de su enésima promesa, del discurso que le llevó a conquistar once millones de votos, de su palabra. Se ha marchado a China. ¡Qué gran metáfora!

Esgrime el presidente en apoyo de esta abdicación la necesidad de consensuar la regulación del aborto con un adversario que, lejos de buscar el menor acuerdo con quienes creemos en el derecho a la vida (colectivo en el que se encuadraba el PP hasta que la demoscopia le ha aconsejado cambiar de bando), aplicó su mayoría parlamentaria sin previo aviso ni discusión para convertir la muerte de criaturas inocentes en un derecho inalienable de la mujer. La verdad, la triste realidad, es que la conveniencia ha pesado más en el ánimo de Mariano Rajoy que la convicción, hasta el punto de anular cualquier vestigio de conciencia.

La verdad es que la última encuesta del CIS situaba al PP en una posición muy escorada a la derecha y el arúspice Arriola diagnosticó que el problema radicaba precisamente en la ley que acaba de ser retirada. La verdad es que estamos ante un intento desesperado de apaciguar a la autoproclamada progresía sirviéndole la reforma de Gallardón en una bandeja de plata, como si este claudicante tributo de muerte pudiese servir de expiación por los millones de parados que nutren, indignados, las filas de Podemos, los desahuciados que claman venganza o la corrupción en buena medida impune merced a una justicia que sigue politizada a pesar de lo que decía el programa electoral de marras.

Rajoy ha rendido la plaza. No solo el fortín interior que alberga el honor inherente a cumplir lo establecido en el contrato suscrito con el ciudadano en las urnas, sino el castillo: La Moncloa, por la que no volverá a pelear. Todo apunta a que las elecciones municipales y autonómicas van a suponer un durísimo varapalo para las siglas de la gaviota, un avance arrollador del frentepopulismo representado por alianzas locales trenzadas entre socialistas y «pablistas» disfrazados de «Ganemos», y un triunfo no menos inquietante del nacionalismo rupturista envalentonado en su jaque mate al Estado de Derecho.

Para frenar la debacle, algún estratega popular urdió una reforma electoral, aplicable a los alcaldes, que suponía cambiar las reglas de juego a mitad del partido. No coló. Ahora el objetivo parece ser un gran pacto con el PSOE llamado a salvar los muebles ante el enemigo común. Un intercambio de cromos en ayuntamientos y comunidades con vocación de extenderse al Gobierno de la Nación. Un pacto por el que merece la pena, a la vista está, sacrificar la defensa de ciertos principios como el derecho a la vida del no nacido o la derrota incondicional del conglomerado etarra. Un pacto en el que Mariano Rajoy no puede esperar encajar.

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 25/09/14