Rajoy visita la Catedral

Los seguidores del Athletic se hacen trampas en el solitario, aplicando en cada caso el criterio que resulte más conveniente para mantener la tradición de acoger sólo a jugadores vascos. Salvo una minoría ‘ultra’, se lo toman con cierta ironía: sí, hacemos pequeñas trampas, ¿y qué? Sirve para mantener la tradición sin las obsesiones etnicistas que estuvieron en su origen.

El 24 de octubre Rajoy se fotografió en el antepalco de San Mamés sosteniendo en sus manos una camiseta del Athletic con las firmas de los jugadores, y ardió Troya: algunos de esos jugadores mostraron su enfado por lo que consideraron uso político de sus nombres, hubo cartas de protesta de socios y peñas en los periódicos acusando al presidente del club de haber roto la neutralidad y la directiva se vio obligada a emitir una nota en la que lamentaba la «utilización política» de un «acto privado» de atención a una personalidad.

Aprovechando la confusión, la revista Época ha publicado esta semana un reportaje que mezcla realidad y ficción para justificar una portada sensacionalista en la que bajo el título ETA, a la caza del Athletic aparecen las fotos de 12 jugadores rojiblancos (algunos ya traspasados) supuestamente simpatizantes de la izquierda abertzale. Los gramos de realidad del reportaje son que un grupo de socios entre los que figuraban personas conocidas de Batasuna se presentaron en público el día 22 como base de una corriente de oposición a la Junta actual (presidida por Fernando G. Macua) que ya se había hecho presente en las últimas asambleas de compromisarios.

El mosqueo de jugadores y una parte de la afición estaba justificado, entre otras cosas, porque la visita de Rajoy a Bilbao se debía a la celebración, ese mismo día, de la proclamación como candidato a lehendakari del nuevo líder del PP vasco, Antonio Basagoiti, que también aparece en la foto, al igual que el presidente del club.

Fue una torpeza de Macua, pero algunas de las reacciones estuvieron a la misma altura. El presidente del PNV vizcaíno, Andoni Ortuzar, manifestó: «Nosotros no necesitamos esa foto, porque somos de aquí». Como si Basagoiti no lo fuera por el hecho de no ser nacionalista. Y si está justificada la irritación por la utilización política de las instalaciones del club, también debió haberse manifestado cuando, el 29 de diciembre del año pasado, Carod Rovira, la consejera gallega Ánxela Bugallo y la vasca Azkarate protagonizaron el acto estrictamente nacionalista de la firma sobre el mismísimo césped de San Mamés de un manifiesto en favor del reconocimiento de las selecciones de sus nacionalidades.

La aparición de una corriente radical de oposición a Macua tiene su origen en la decisión del actual presidente de asumir, en marzo pasado, la propuesta de la Federación de mantener un minuto de silencio en todos los campos en memoria del ex concejal socialista Isaías Carrasco (que llevaba una bufanda del Athletic en la bandeja del coche en el que lo mataron). Macua rompía ese día con la inercia de directivas anteriores de negarse a secundar iniciativas de ese tipo con el argumento de que no había que dividir a la masa social con asuntos políticos (por ejemplo, el 30 de enero de 1998, tras el asesinato del concejal del PP Jiménez Becerril y su esposa). Argumento que no había impedido otras manifestaciones de solidaridad cuando las víctimas eran del campo nacionalista (asesinatos de Argala en 1978 y de Santi Brouard en 1984), y tampoco que los jugadores del Athletic y la Real saltasen al campo con una gran ikurriña el 3 de abril de 1999 para celebrar el Aberri Eguna.

La tradición de que en el Athletic sólo puedan militar jugadores vascos, ¿es un residuo de la ideología xenófoba del primitivo nacionalismo vasco? ¿No lo prueba que los ultras locales reciban al Real Madrid al grito de «españoles, hijos de puta» (aunque haya más españoles en el Athletic que en el Madrid actual)?

Cuenta Elie Kedouri (Nacionalismo. 1988) que cuando se le preguntó a un diplomático polaco, tras la Primera Guerra Mundial, en qué criterios apoyaba su definición del ámbito territorial de la nación polaca, respondió: «En el principio histórico, corregido por el lingüístico siempre que opera a nuestro favor». El Athletic se atiene a esa pauta a la hora de definir quiénes pueden jugar en el equipo de San Mamés. El apellido de Aranzubía (Logroño) permitió aplicarle el ius sanguinis; también a Ezquerro (Calahorra), reforzado por haberse iniciado en Osasuna, único equipo de Primera con nombre en euskera (significa salud). Valverde (Cáceres) fue contratado del Barcelona porque había pasado por el Alavés y el Sestao: se le aplicó, con criterio amplio, el ius solis. Lo mismo que a muchos otros nacidos allende el Ebro pero recriados en Lezama, como Llorente.

Los seguidores del Athletic no necesitan que se les recuerde que se hacen trampas en el solitario, aplicando en cada caso, como el polaco de Kedouri, el criterio que resulte más conveniente; lo saben muy bien y, salvo esa minoría ultra, se lo toman con cierta ironía: sí, hacemos pequeñas trampas, ¿y qué? Sirve para mantener la tradición sin las obsesiones etnicistas que estuvieron en su origen.

No hay duda del origen nacionalista de esa práctica autárquica, pero tampoco de que desde los años 30 fue asumida por el conjunto de los seguidores e incorporada como seña de identidad compartida. La identificación con el Athletic, incluyendo esa singularidad, se fue reforzando a medida que se convertía en excepción dentro del panorama futbolístico.

Esa identificación se ha convertido en una especie de territorio protegido, a salvo de diferencias ideológicas, sociales, generacionales. Un oasis de unanimidad social en medio de un panorama de enfrentamientos múltiples. Y preservarlo ha sido un valor sobreentendido.

Patxo Unzueta, EL PAÍS, 7/11/2008