Jorge Martínez Reverte-El País

Seguir estas notas dispersas es una buena manera para no comprender a los patriotas que reniegan de él

Cada vez entiendo menos la fobia tan seria que le profesan a Josep Pla casi todos los patriotas catalanes que conozco. Es una fobia esférica, perfecta en su manifestación, sin aristas. Y de esa esfera llena de desprecio nace una pequeña excrecencia que varía muy poco y se puede resumir en un “aunque escribía muy bien”. Los tiempos, hay que decirlo, están cambiando, y el rencor contra Pla se ha atemperado algo, aunque vuelva a subir ocasionalmente con motivo de manifestaciones encendidas de patriotismo, como ha sido el caso estos pasados meses. Y claro, es que Pla cometió un pecado imperdonable, que fue llevarse bien con el franquismo. Pero, ¿fue así? El libro que ha editado Destino bajo el espléndido título de Hacerse todas las ilusiones posibles, nos dice que eso no es cierto, que Pla despreciaba a Franco y a su régimen. Lo que sucede es que el escritor no pudo llevarse bien con la República que le tocó vivir. Fueron a por él, a matarle, algunas gentes de la FAI. Y se tuvo que marchar de Palafrugell, pero también de una Cataluña que no le ofrecía la menor seguridad. Pla se entregó entonces a una vida de caradura tomando sus aperitivos en Marsella mientras apuntaba barcos que llevaban suministros a la República. Gozaba del Mediterráneo acompañado de una novia mientras la gente moría en España. Le pagaba sus servicios como espía Francesc Cambó, otro ilustre catalán que tenía más miedo a la FAI que a Franco. Pla no cometió ningún pecado antifranquista, aunque sí contra algunos mandamientos católicos, pero la Iglesia verdadera puede perdonarlo todo. Así que volvió a España y siguió viviendo y escribiendo, que era lo que más le gustaba. Releer a Pla es tan satisfactorio en castellano como en su original catalán. Su prosa fluye tan poderosa como sencilla a pesar de que su traductor se empeñe en decir “doceava”, qué le vamos a hacer. Y seguir estas notas dispersas es una buena manera para no comprender a los patriotas que reniegan de él. Porque Josep Pla era un reaccionario. Hay unas páginas densas en el libro en las que analiza, sin ayuda de ningún aparato estadístico, el carácter de los catalanes y algo de la historia del país. Son páginas que harían disfrutar a cualquier indepe. Su contenido es de una xenofobia apenas escondida tras la inteligencia de quien lo escribe. Y todo el resto es de una arbitrariedad llamativa. Josep Pla era un gran escritor. Pero tan reaccionario como el mayor de los patriotas. ¿Por qué no le quieren?

Cada vez entiendo menos la fobia tan seria que le profesan a Josep Pla casi todos los patriotas catalanes que conozco. Es una fobia esférica, perfecta en su manifestación, sin aristas. Y de esa esfera llena de desprecio nace una pequeña excrecencia que varía muy poco y se puede resumir en un “aunque escribía muy bien”.

Los tiempos, hay que decirlo, están cambiando, y el rencor contra Pla se ha atemperado algo, aunque vuelva a subir ocasionalmente con motivo de manifestaciones encendidas de patriotismo, como ha sido el caso estos pasados meses. Y claro, es que Pla cometió un pecado imperdonable, que fue llevarse bien con el franquismo.

Pero, ¿fue así? El libro que ha editado Destino bajo el espléndido título de Hacerse todas las ilusiones posibles, nos dice que eso no es cierto, que Pla despreciaba a Franco y a su régimen. Lo que sucede es que el escritor no pudo llevarse bien con la República que le tocó vivir. Fueron a por él, a matarle, algunas gentes de la FAI. Y se tuvo que marchar de Palafrugell, pero también de una Cataluña que no le ofrecía la menor seguridad.

Pla se entregó entonces a una vida de caradura tomando sus aperitivos en Marsella mientras apuntaba barcos que llevaban suministros a la República. Gozaba del Mediterráneo acompañado de una novia mientras la gente moría en España. Le pagaba sus servicios como espía Francesc Cambó, otro ilustre catalán que tenía más miedo a la FAI que a Franco. Pla no cometió ningún pecado antifranquista, aunque sí contra algunos mandamientos católicos, pero la Iglesia verdadera puede perdonarlo todo. Así que volvió a España y siguió viviendo y escribiendo, que era lo que más le gustaba.

Releer a Pla es tan satisfactorio en castellano como en su original catalán. Su prosa fluye tan poderosa como sencilla a pesar de que su traductor se empeñe en decir “doceava”, qué le vamos a hacer. Y seguir estas notas dispersas es una buena manera para no comprender a los patriotas que reniegan de él. Porque Josep Pla era un reaccionario.

Hay unas páginas densas en el libro en las que analiza, sin ayuda de ningún aparato estadístico, el carácter de los catalanes y algo de la historia del país. Son páginas que harían disfrutar a cualquier indepe. Su contenido es de una xenofobia apenas escondida tras la inteligencia de quien lo escribe. Y todo el resto es de una arbitrariedad llamativa.

Josep Pla era un gran escritor. Pero tan reaccionario como el mayor de los patriotas. ¿Por qué no le quieren?