JUAN CARLOS VILORIA-El Correo

La palabra es superior a los hechos. Si no, América se llamaría Columbia por Cristóbal Colón –que la descubrió– y no América por Américo Vespucio, que, ayudado por falsarios de los hechos, convenció durante siglos a una buena parte de la opinión pública renacentista de que el genovés, con el patrocinio de Castilla, solo había descubierto unas islas (Antillas). Incluso en tiempos contemporáneos, eruditos de la historia han sostenido que el auténtico conquistador y explorador del nuevo mundo habría sido el embaucador Américo Vespucio. Un librito, ‘Cosmographiae Introductio’, bien distribuido y publicitado en 1507 fue suficiente para manipular la realidad durante siglos. Cuando se descubrió el fraude era demasiado tarde y América se llamaría así por los siglos.

La palabra es tan poderosa –y la palabra escrita, más aún– que el poder se afana y despliega todas sus armas para controlarla. La portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, sostenía en pleno cambalache para designar al nuevo presidente de RTVE que «el Gobierno no tiene nada que ver con esa negociación; es una competencia del Parlamento». Mientras, el mismísimo jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, se dejaba las pestañas transaccionando con los socios para elegir al encargado de poner el nuevo sello a los telediarios. A Pablo Iglesias no le hace falta conocer la historia del engaño de Américo Vespucci, ni que nadie le dé lecciones del poder de la palabra sobre la realidad. Lo sabe de sobra. Estos días se ha reproducido hasta la saciedad una grabación en la que dice con su énfasis habitual: «A mí dame los telediarios y tú quédate con el Ministerio de Sanidad».

¿Qué tienen de atracción fatal los telediarios? Se supone que Rajoy y sus chicos los controlaban y han perdido la moción de censura. Rajoy ha tenido que ir a declarar al juzgado. A Mato, Soria, Zaplana, Aguirre, González o Cifuentes no les salvaron los telediarios. Pero no se puede dejar de reparar en que los partidos que han controlado las televisiones públicas potentes en Cataluña, Euskadi y Andalucía nunca han perdido las elecciones. Han podido perder el poder puntualmente, pero las elecciones no. De modo que una aproximación a la atracción fatal de los telediarios, tele-noticies, teleberris, indica que su control favorece electoralmente a quien está en la sala de máquinas. No es garantía de mayoría, pero ayuda. Ese es el auténtico doping electoral. Sobre todo, en un país donde todavía se utiliza como argumento de peso: «Lo ha dicho la tele». Elegir la noticia favorable con la que se empieza el informativo. Relegar los hechos poco favorables a un rincón del TD. Escoger la palabra adecuada (presos, presuntos golpistas, terroristas) parece inocuo, pero no lo es. La realidad es tan maleable que la palabra prevalece sobre los hechos. Por eso no hay que sorprenderse de que la noticia de más calado en estas semanas de nuevo Gobierno haya sido la elección a la carta del nuevo jefe de la ‘teleirrealidad’.