Recuentos

ABC 16/11/14
JON JUARISTI

· El independentismo catalán no ha conseguido su referéndum, pero ha recontado y exhibido públicamente sus fuerzas

EL pasado domingo la comunidad nacionalista catalana hizo un recuento de sus efectivos. Desde entonces sabemos, ellos y nosotros, que estos ascienden a dos millones poco más o menos: un tercio del censo electoral de Cataluña. También sabemos otra cosa: que no hay otra comunidad en Cataluña que la comunidad nacionalista catalana. El resto de la población de Cataluña –dos tercios del censo electoral– no forma una comunidad alternativa (nacionalista española o antinacionalista). Si formara una comunidad, se habría opuesto activamente a la escalada secesionista desde 2012. No lo ha hecho en las elecciones autonómicas ni en las legislativas, en las municipales ni en las europeas. Y, sobra decirlo, no lo ha hecho en la calle. Conclusión: no existe más comunidad en Cataluña que la comunidad nacionalista catalana.

Frente a los nacionalismos secesionistas de sesgo étnico, la modernidad ha conocido dos tipos –y solo dos– de oposición: la de los nacionalismos estatales y la de los partidos o sindicatos obreros internacionalistas. Ambas catalizaban la precipitación de sendas comunidades alternativas a la etnia: el Staatsvolk o constitutive people (pueblo constitutivo del Estado) y la clase o clases revolucionarias. Ni una ni otra parecen existir ya en Cataluña, de la misma manera que se volatilizaron en el País Vasco, dejando como presencia residual los mermados apéndices regionales de los dos partidos nacionales mayoritarios. Sobra decir que no se habría llegado a la situación presente si ambos partidos mayoritarios no hubieran cedido la construcción simbólica de las autonomías catalana y vasca a los respectivos nacionalismos étnicos de ambas regiones desde el origen mismo de la transición a la democracia. El corolario de tales cesiones fue la práctica desaparición del Estado en Euskadi y Cataluña. Cuando el Estado desaparece, se esfuma con él su pueblo constitutivo, es decir, la comunidad nacional, transformándose en muchedumbre temerosa y pasiva. Una comunidad nacional necesita de su Estado para protegerse de la violencia étnica o revolucionaria. Cuando no lo tiene, se agazapa y trata de pasar desapercibida, aunque constituya una mayoría demográfica.

El presidente del Gobierno ha calificado la ausencia del Estado en Cataluña, el pasado domingo, de respuesta proporcional y cauta. Cautela hubo, sin duda, pero no proporcionalidad, porque la ausencia del Estado no es una respuesta a nada, sino una costumbre que viene de los orígenes de la transición, una costumbre que Rajoy no inventó pero que no ha modificado. El Estado no ha estado el domingo en Cataluña. Ni estuvo antes, ni después, ni se le espera. Y, por cierto, en contra de lo que se viene afirmando, el Gobierno de la Generalitat no representa al Estado en Cataluña. Desde 2012 no esconde su condición de ariete de la ofensiva independentista contra el Estado. Esta es la situación, que el recuento público de los efectivos de la comunidad nacionalista catalana ha agravado considerablemente desde el pasado domingo. Por supuesto, no se ha celebrado referéndum alguno. Y no se debía consentir que se celebrase, es verdad, pero, en mi opinión, habría sido preferible un referéndum con la presencia del Estado asegurando el orden que este recuento triunfalista de las filas independentistas movilizables, un gigantesco gesto de intimidación hacia los excluidos de toda comunidad, hacia los parias de Cataluña, dos tercios o más del censo electoral, ni pueblo constitutivo ni clase revolucionaria, sino muchedumbre agazapada tras el repliegue de un Estado que dejó de garantizar sus derechos hace mucho tiempo.