Regalo de cumpleaños para Sabino Arana Goiri

En el País Vasco nadie lee, menos aún las obras donde dejaste escrito tu pensamiento político y menos todavía entre tus propios seguidores. Contribuiste como nadie a separar en dos la comunidad vasca real, tanto con tu apellidismo euskérico como con tu reclamación de independencia, inédita aquí hasta que tú la formulaste.

Sabino Arana Goiri: desde que naciste han pasado ya 146 años y nadie como tú ha resultado tan decisivo para configurar la historia contemporánea vasca. Viniste al mundo mortal en la madrugada del 25 al 26 de enero de un 1865 y, como ha sido usual entre católicos, decidieron recurrir al santoral y llamarte Sabino por el 25 y Policarpo por el 26. El caso es que luego en todas las biografías aparece el 26 como tu fecha de nacimiento, siendo así que de haber tenido que ponerte un solo nombre, éste habría tenido que ser, sin duda, el segundo que consta en tu partida de bautismo.

Como dejaste escrito varias veces, nunca te interesó la literatura que no tuviera una finalidad puramente patriótica, y es por eso, estoy seguro, por lo que no te has ocupado jamás de un relato titulado ‘Asaba zaharren baratza’ (El huerto de nuestros mayores): es de Ramon Saizarbitoria, autor que, conociéndote y conociéndole, tampoco has tenido ocasión de frecuentar, y forma parte de su libro ‘Gorde nazazu lurpean’ (Guárdame bajo tierra). Quería contártelo aquí lo más sintéticamente posible, aprovechando que siempre fuiste muy aficionado a leer la prensa, costumbre que supongo no habrás perdido todavía. Me gustaría que lo aceptaras como mi regalo de cumpleaños, y que no te lo tomaras a mal, aun viniendo de un maketo como yo; además, supongo que donde estás ya habrás tenido que encontrarte con alguno más de los míos, que si por algo se distingue y se distinguió siempre el catolicismo fue por su universalidad.

El protagonista de este relato, en su versión castellana, se llama Policarpo (Polikarpo en el original) y forma parte de una familia y de un entorno acendradamente nacionalistas vascos. El hilo argumental de todo el texto, su verdadera razón de ser, por encima y por debajo de las anécdotas que lo jalonan, es la pesadumbre que le embarga al protagonista y narrador (y también a su padre, quizás más que a él mismo) por no haberse llamado Sabino, como el prócer: «Cuando nací, mi padre hubiese querido ponerme Sabin, es decir, Sabino, en honor de Sabino Arana, porque, según él, fue el hombre más grande que ha existido, al menos para los vascos». La razón para no haberse cumplido ese propósito era doble, a juicio del narrador: la circunstancia de su nacimiento, cuando la madre, después de un alumbramiento especialmente accidentado, durante el que le dieron a él por muerto, quedó inmensamente agradecida a las monjas que cuidaron de ambos, y cuya orden estaba acogida a la advocación de San Policarpo; y por otra, el carácter débil de su progenitor, que no supo imponerse a la voluntad de la madre.

El hecho de que Policarpo sea el nombre del protagonista y narrador y que un entorno sabiniano como el que tuvo toda su vida no supiera que ese nombre, precisamente ese, era el segundo oficial de Sabino Arana, recorre todo el relato desde el principio hasta el final. Ni los prebostes del nacionalismo, que a veces aparecen, reparan en esta cuestión, ni la conocen siquiera. De hecho, uno de ellos «me preguntó cómo me llamaba. ‘¿Policarpo?’, repitió cuando oyó mi nombre, como extrañado o, más bien, si debo decir lo que siento, como si el nombre le diera asco». Por tanto, aparte el desenlace final del texto, que tiene que ver con una circunstancia perteneciente al hilo que une todos los relatos del libro ‘Gorde nazazu lurpean’, la cuestión del nombre es la clave del mismo: nadie sabe que Policarpo es el segundo nombre de Sabino Arana, ni el protagonista y narrador, ni su padre, ni su madre, ni los dirigentes del partido, ni las monjas, ni el amigo del padre y la hija de aquel, dos personajes clave del texto. De lo que no hay duda es de que el autor, Saizarbitoria, sí sabe esta circunstancia y, al fallecer el padre de Policarpo, aprovecha para decirnos: «murió el 26 de enero, día de San Policarpo. El patrón de la monja que me salvó la vida al nacer quiso rubricar, por lo que se ve, que su autoridad estaba por encima de la de Sabino Arana».

Sabemos, por otra parte, que tras el Concilio Vaticano II el santoral sufrió ciertos cambios, entre ellos justamente el día de San Policarpo, que a partir de 1970 se celebra el 23 de febrero (menuda coincidencia). Saizarbitoria escribió este relato, a juzgar por la fecha de su primera aparición, en 2001 (la original euskérica) y en 2002 (en castellano), con las clásicas biografías de Sabino Arana abiertas en su escritorio, particularmente la de Ceferino de Jemein, cuya primera edición es de 1934, anterior a los hechos históricos que aquí se narran, y donde aparecen reproducidas todas las fotos que se conservan del fundador del nacionalismo así como su partida de bautismo.

Te tengo que decir, Sabino Arana, y me permitirás que te tutee, que ninguno de los críticos oficiales de la literatura vasca, ni nadie más, que yo sepa, ha reparado en esto. El relato se sostiene en el desconocimiento de ese detalle por parte de todos los que intervienen en el mismo: protagonista, narrador, personajes, lectores, crítica… En el momento que alguien más que el propio autor sabe que Policarpo es el segundo nombre de Sabino Arana, el relato se cae como un castillo de naipes. Lo cual nos lleva a la verdadera clave del texto: que en el País Vasco nadie lee y menos aún las obras donde dejaste escrito tu pensamiento político y menos todavía entre tus propios seguidores. Si, como dije al principio, considero tu figura histórica ciertamente trascendental, por lo que concierne a tu figura política contribuiste como nadie a separar en dos la comunidad vasca real, tanto con tu apellidismo euskérico como con tu reclamación de independencia, inédita aquí hasta que tú la formulaste. Y, sobre todo, también colaboraste lo tuyo, por lo que se ve, a que el índice de lectura en el País Vasco apenas supere los niveles de allende el Ebro, lo que ya es decir.

(Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad del País Vasco)

Pedro José Chacón, EL CORREO, 25/1/2011