Regreso a las trincheras

Antonio Altarriba, EL MUNDO, 19/6/11

¿Han vuelto a engañarnos? ¿Las ganas de alcanzar la paz nos han llevado a creer demasiado pronto en un distanciamiento, quizá ruptura, entre ETA y la izquierda abertzale? ¿Padecemos el síndrome de Estocolmo y por eso, ante el mínimo atisbo de desarme, nos mostramos benevolentes? El PSE, favorable a la legalización, ahora denuncia pactos secretos entre Bildu y el PNV en una maniobra similar a la de Lizarra. El angelismo batasuno anterior a las elecciones ha sido sustituido por declaraciones ambiguas, reclamaciones de amnistía para «los presos políticos» y el habitual matonismo político. Se diría que nos retrotraemos a tiempos pasados y el final de la banda, cercano hasta hace unos días, se diluye en un horizonte de desconfianza. De momento el rechazo genérico de «todo tipo de violencia», equiparando chantajes o persecuciones con torturas, no supone un avance significativo. Se parece demasiado al conocido argumentario en el que se «lamentaba» el atentado pero se explicaba en el marco del contencioso vasco. Peio Urizar y Oskar Matute, que pusieron rostro legal a la nueva coalición y aseguraron haber «verificado» su separación de ETA, se ven superados por la marea y, en lugar de arrastrar a sus coaligados a una reafirmación clara de la condena, son ellos los que parecen dar un paso atrás. El propio Garaikoetxea considera suficientes los rechazos expresados y se enroca: «Si atendemos las exigencias constitucionalistas, acabarán pidiendo que nos pongamos de rodillas».

Más allá de lo que ocurra con Sortu, todo indica que EA y Alternatiba van a ser engullidas por la facción batasuna. Es más, puede que la pulsión independentista acabe contagiando al PNV y su péndulo se oriente de nuevo hacia el soberanismo. De momento hemos vuelto a la guerra de banderas, con retirada por parte de unos y denuncias por parte de otros. Volvemos también a las declaraciones institucionales de condena a ETA instadas desde el PP. Con un posible gobierno de Rajoy en Madrid, los años de plomo propiciados por la cohabitación Aznar-Ibarretxe pueden reinstalarse en la convivencia cotidiana.

La banda tiene ahora una oportunidad para, aprovechando el tirón electoral, abandonar la lucha desde una posición ventajosa. Pero eso mismo –en el caso de que ocurra– va a dificultar la tan necesaria reconciliación. Hay voces en Bildu que reiteran su compromiso con la paz y con «todas» las víctimas. Pero, ¿se puede dar cobertura afectiva y restituir la dignidad social a quienes han sufrido un atentado al tiempo que se pide la libertad de los que lo llevaron a cabo?

Lo más probable es que en los próximos meses entremos en una penosa contabilidad de padecimientos. El Instituto Valentín de Foronda (UPV-EHU) lleva a cabo una investigación sobre los efectos del terrorismo, muertos, amenazados, chantajeados, exiliados… Pero los 859 asesinados por ETA van a ser contrapesados con los 474 fallecidos dentro de la banda y en sus aledaños que propone la Fundación Euskal Memoria. Su censo incluye los asesinados por el GAL, los suicidados en prisión, los familiares muertos in itinere y hasta los que cayeron manipulando explosivos. Todos sabemos que ni siquiera un empate técnico en este macabro marcador serviría como base para restaurar la convivencia ciudadana. Toda esa pila de cadáveres y el incalculable sufrimiento que conllevan necesitan una causa para que su muerte cobre sentido. Y la causa de los unos excluye la de los otros. La izquierda abertzale no va a condenar con efectos retroactivos. Es más, probablemente sostenga que, para llegar a esta fase política, fue necesaria la militar. No admitirán errores ni asumirán deshonra. Si al menos ETA se disolviera… En cualquier caso se aproximan tiempos de tensión. Para los vivos y para los muertos.

Antonio Altarriba, EL MUNDO, 19/6/11