Relato

EL CORREO 30/12/13
MAITE PAGAZAURTUNDÚA RUIZ

Por unos 500 euros se puede adquirir la obra completa de José Miguel de Barandiarán, publicada en 1972. El envío de los veintidós volúmenes corre por cuenta del vendedor. Los ecos de la obra de aita Barandiarán se popularizaron entre la gente sencilla y es que la mitología se alzó como una verdadera moda en aquellos tiempos en los que el franquismo declinaba. Se editaron decenas de libros, adaptados a par tir de aquellos relatos recogidos de la boca de sus últimos narradores orales.
Uno de los personajes que poblaban los relatos que el padre Barandiarán había recogido era Olentzero. Según la zona, era un hombre perverso o no, entroncaba con las leyendas de los gentiles en el periodo confuso de la cristianización o no… Lo que no habría podido imaginar el venerable sacerdote es que Olentzero se convertiría en el único ser vivo y mutante de cuantos poblaban la variabilísima mitología considerada como privativa de los vascos. Alguien dirá que la mutante era Mari. Sí, claro que Mari era un ser mutante, pero la poderosísima Mari se perdió en la niebla. Sólo Olentzero vive entre nosotros aunque convenientemente ‘papanoelizado’ e infantilizado.
En 1972, una parte minoritaria de los escolares vascos estudiaba en ikastolas. Iban ayudando a naturalizar la costumbre de cantar vestidos de caseros y caseras para recoger una especie de aguinaldo, en adaptación ligera de una de las múltiples tradiciones atribuidas al personaje Olentzero. Comenzaba a ‘papanoelizarse’, pero poco. Más adelante llegaría, por ejemplo, el Olentzero entre rejas de los partidarios de los etarras que cumplían condena, y así. En Hernani, esa vanguardia, fueron apareciendo carteles que tildaban a los Reyes Magos como imperialistas y campañas en contra de sus cabalgatas.
No está suficientemente fechada la última mutación de Olentzero. Sigue apareciendo vestido como un casero del siglo XX, pero le ha nacido una acompañante con un tocado de hace varios siglos. Mari Domingi (¿Dominguín? ¿Domínguez?) era una mera referencia en un villancico y, por política de género teorizada en alguna cuadrilla vasca, está explorando su lugar entre nosotras y nosotros. El Ayuntamiento donostiarra publica que «el Olentzero y Mari Domingi, cada año, el día 24 de diciembre vienen a San Sebastián para dejar regalos». En Hernani, siempre en vanguardia, ya visita sola las aulas. Olentzero tiembla.
El espíritu del poder es difuso, pero teje y desteje la narración. Sin ser nada partidaria de las tesis de Jesús Eguiguren, hay que reconocer que conoce el paño cuando –hablando de la difícil asimilación del terror de ETA– dice aquello de que «si haces un relato oficial va a ser mentira». Y tanto.