Riesgo de autocomplacencia

Euskadi va cambiando hacia la normalidad a pesar de los inmovilistas. El PNV vuelve a los suyo: la capacidad de decidir. ¿Les suena? El nuevo Gobierno sabe que la mayoría nacionalista nunca aceptará tener a un socialista como lehendakari. Y seguirá intentando un contrapoder, desde las diputaciones, los ayuntamientos o las Juntas Generales.

Hoy, 1 de marzo, hace un año en Euskadi, la historia marcaba un cambio de ciclo del que todavía muchos no quieren darse por enterados. Se celebraron las elecciones al Parlamento vasco. Ganó el PNV. En las urnas. Pero al no lograr la mayoría en la Cámara, no pudo gobernar. En aquella noche electoral, el teléfono móvil de Rodolfo Ares echaba humo recibiendo mensajes que le animaban para que los socialistas se presentasen como alternativa. «Rodolfo, con el PP, sumais». Y Patxi López cogió el timón de un Gobierno que, por ser el primero constitucionalista, iba a estar permanentemente cuestionado por los partidos políticos nacionalistas que, sin ningún rubor, siguen contabilizando a todos los abertzales juntos y revueltos con tal de que las cuentas electorales les resulten favorables.

No importa si entre los socialdemócratas de nuevo cuño, los democristianos y progresistas conservadores e independentistas pacifistas se camuflan en el recuento los cómplices del entramado de ETA. Todo es bueno para el convento con tal de poder decir que «la mayoría política de este país es nacionalista». Una perversión conceptual que se ha mantenido desde que la ley de partidos hizo posible apartar de la legalidad a los cómplices políticos del terrorismo. Aquella noche, hace un año, el PNV vio derrumbarse el castillo del poder ostentado durante 29 años mientras ETA recibía una mala noticia. Porque sospechaba, y se ha ido enterando después, que un Patxi López escarmentado con la trampa del proceso de negociación y sostenido por el PP de Antonio Basagoiti, ya nada tenía que ver con aquel dirigente que quiso mirar a los ojos a Otegi para convencerle de que ETA debía disolverse.

Intuía que los nuevos tiempos iban a ser contraproducentes para su supervivencia, que los nuevos gobernantes iban a ser implacables en la persecución del delito y que empezaba la cuenta atrás para que su entorno político, ahora ilegalizado, recuperase el espacio necesario para aferrarse a las últimas instituciones que le quedan: los ayuntamientos y las Juntas Generales. Temores fundados. Porque desde que el consejero Ares se tomó la recuperación de las calles infestadas de propaganda terrorista como un reto personal y lograra romper la espiral de pasividad que había ensombrecido la imagen de la Ertzaintza contra ETA en los últimos años, los terroristas han visto achicado su espacio. Si, además, el antiterrorismo «preventivo» del ministro Rubalcaba va estrangulando su capacidad de maniobra, el balance de los terroristas, en este último año, parece desolador.

La redada de ayer en Francia demuestra la nutrida información de que dispone la Policía. Una treintena de detenciones en los dos meses que llevamos de año es un balance que le está dando unos domingos gloriosos al titular de Interior, que se permite vanagloriarse ante los escépticos que no le creyeron cuando alertó de los planes maléficos de la banda. Tal es el bajón que sufre ETA, con los descabezamientos sucesivos de sus cúpulas, que la izquierda abertzale, agobiada, vuelve a mostrar guiños para insinuar que está dispuesta a reprobar los atentados terroristas. Un desmarque «con la puntita» del folio que, en principio, ha provocado escepticismo generalizado. Y no es para menos si recordamos que, la semana pasada, los representantes de Batasuna en las Juntas Generales de Álava se ausentaron del pleno para evitar compartir el minuto de silencio en recuerdo de Fernando Buesa asesinado por ETA hace 10 años. Estos son los hechos. Las palabras no acompañan. Y no sirven si no van avaladas de gestos.

Mientras esto no ocurra, habrá que reconocer que Euskadi va cambiando hacia la normalidad a pesar de los inmovilistas. Las familias de las víctimas van encontrando su sitio y recuerdan el aviso del consejero Ares en un foro de debate en Madrid: «Que nadie se deje engañar por los intentos de los radicales abertzales, que lo único que pretenden es volver a aprovecharse de las instituciones democráticas». Pero el lehendakari tiene que vencer todavía muchos reparos. Los prejuicios de los ciudadanos ante un Gobierno sin el PNV sólo se pueden disipar con la acción. A su socio preferente, el PP, le preocupa que la normalidad se estanque como consigna porque ya está amortizada. «Ahora es tiempo de actuación», dice Antonio Basagoiti, que espera ver avances en educación y cultura y que asume que en algunas cuestiones económicas «es lógico» que mantengan sus discrepancias.

Se está calmando el ambiente político por mucho que el PNV quiera fijar la idea de que «no hay liderazgo» en Ajuria Enea. Las urnas son las que indicarán si los ciudadanos prefieren un clima más plano o un constante pulso ante debates identitarios. Ayer, el jeltzale Urkullu volvió a poner negro sobra blanco su prioridad. Por encima de la crisis, y unos días después de que el Tribunal de Estrasburgo diera un varapalo al recurso de Ibarretxe sobre su fracasada consulta, el PNV vuelve a los suyo: la capacidad de decidir. ¿Les suena? El nuevo Gobierno vasco sabe que la mayoría nacionalista nunca aceptará tener a un socialista como lehendakari. Y no se cansará de intentar hacerle un contrapoder. Desde las diputaciones, desde los ayuntamientos donde gobiernen o desde las Juntas Generales. Por eso su socio preferente le da un consejo: «Saber ser dialogante y parar los pies».

Tonia Etxarri, EL CORREO, 1/3/2010