Rubalcaba

JON JUARISTI, ABC – 29/06/14

Jon Juaristi
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· El relevo generacional viene a ser en la visión nihilista de la Historia lo que la lucha de clases en la marxista.

Alfredo Pérez Rubalcaba se retira de la política y vuelve a la universidad que dejó hace casi treinta años. Como era de temer, los candidatos a sustituirlo en la dirección del PSOE han hablado del relevo generacional, que tan de moda está. Quién le iba a decir a don Julián Marías que el método histórico de las generaciones iba a convertirse andando el tiempo en una religión poscristiana.

Cuando Marías publicó su ensayo sobre el susodicho método, en 1949, ni Rubalcaba ni un servidor de ustedes habíamos nacido todavía. Ambos vinimos al mundo dos años después y en provincias limítrofes. En teoría, pertenecemos a la misma hornada, hemos crecido en la misma franja climática y social y los dos somos profesores de sendas universidades públicas madrileñas. Sin embargo, yo diría que nuestras respectivas visiones del mundo difieren en casi todo. Lo único que tenemos en común es que multitudes de jóvenes cabroncetes manifiestan verdadera prisa por mandarnos al asilo apelando al relevo generacional.

Las generaciones no existen. O, mejor dicho, no tienen el mismo tipo de existencia del que disfrutan los gatos siameses o la cordillera penibética. Son convenciones, como el teorema de Pitágoras o el sistema métrico decimal. Conceptos y teorías que ayudan a entender lo que pasa, pero no cosas que pasen realmente. A Marías le preocupaba la inteligibilidad de lo que pasaba, la de la Historia y, sobre todo, la de la historia de España. Por eso recurrió al concepto de generación, del que había echado mano Ortega veinticinco años atrás para explicar la movida de las vanguardias. Pero ni a uno ni a otro se les pasó por la cabeza que se pudiera hablar de las generaciones en el mismo sentido ontológico en el que hablamos del Parque del Oeste.

Es más. La sucesión generacional fue lo que menos les llamó la atención. A Marías le interesó lo que podía caracterizar a una determinada generación: por ejemplo, la inclinación a la violencia política de los europeos nacidos en los años ochenta del siglo XIX. A Ortega, la coincidencia o superposición de generaciones distintas. Da toda la impresión de que desconfiaban del concepto mismo de sucesión o relevo, muy ligado al juvenilismo de entreguerras (o sea, al aspecto más ornamental y pedófilo de los totalitarismos). Que las generaciones se suceden o se relevan es una convención de todo relato histórico desde Homero y la Biblia, establecida a partir de la observación elemental de que en todas las especies los viejos mueren y los jóvenes toman su lugar (en muchos casos, después de matar a sus progenitores).

En la humana, la sustitución del asesinato de los viejos por su destierro a los Monegros produjo las primeras apologías literarias de la juventud divino tesoro, pero ningún verdadero pensador ha dudado jamás de que se trata de un género propiciatorio que en nada corresponde a la naturaleza. Con la desmesurada alabanza de los jóvenes, los bardos menopáusicos intentaban que los nuevos machos alfa les perdonasen la vida. Lo que ni se olían los pobrecillos era que, para ellos, la amenaza nunca estuvo en los alfa, sino en los beta o gamma como ellos mismos, o sea, en los patosos cursis que se fingían sus devotos discípulos.

Algo parecido a lo que va a comprobar ahora Rubalcaba. Que no hay un ecosistema más letal para un profe de Química cercano a la jubilación que un departamento universitario de Química, y no por el cianuro potásico (aunque también), sino por la extensión entre el penenato de una versión fundamentalista del culto del Relevo Generacional, del que don Alfredo fue un precursor en sus mocedades ministeriales.

JON JUARISTI, ABC – 29/06/14