Sabino Arana contra la casta

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO /  Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU – EL CORREO – 26/01/15

Pedro José Chacón Delgado
Pedro José Chacón Delgado

· Con su reproche, el padre del nacionalismo vasco nos descubre por contraste a la Euskadi real, que acogió sin prejuicios a la inmigración de otras partes de España.

Desde los inicios de la política moderna, ir contra la casta ha sido el recurso infalible para que un partido en ciernes asomara la cabeza. Son tantos los que han probado tal suerte que sorprende mucho el revuelo ante el último caso conocido. Entre nosotros, el PNV empezó también así y es por eso que ahora no teme nada del tsunami que se avecina. El resultado es que en Euskadi no se conoce casta, ¿o es que no habíamos reparado en ese detalle? Así que cuando aparece alguien susceptible de formar parte de ella, más pronto que tarde, se nos va para Madrid.

Sabino Arana define a la casta en multitud de ocasiones, y con ese mismo término incluso. A los llamados «diputados de calzas negras» que concentraron las iras del pueblo en la revuelta del ‘estanco de la sal’ de 1631, en el peculiar –como todos los suyos– análisis histórico que les dedica, los define así: «Es decir, diputados ricos y amigos de figurar en la nobleza extranjera y de títulos, condecoraciones y mercedes. La casta no ha desaparecido. Con la diferencia de que hoy, en vez de títulos y mercedes nobiliarias hay minas, fábricas, propiedades, cargos de autoridad, etc».

La casta la formaban los políticos vascos españolistas, que eran todos los de su época menos él: «Ésos son los que, llevando indignamente hermosos apellidos de nuestra lengua dignos de mejor suerte, y aparentando fuerismo, u honradez administrativa, o protección para la industria y el comercio, engañan a los bizkainos sanos, y compran por unas pesetas a los que están ya maketizados y envilecidos, y suman votos para ascender a los puestos de autoridad… ¿Para hacer qué? Nada, absolutamente nada por los intereses verdaderamente bizkainos; todo, absolutamente todo por el españolista partido a que pertenezcan, o por los intereses particulares de su amo y cacique, al mismo tiempo que por los suyos propios».

El político que mejor representó la casta según Sabino Arana fue Fidel de Sagarmínaga, diputado general de Bizkaia, fundador de la sociedad Euskalerria de Bilbao y líder de la postura más intransigente en la defensa de los fueros tras la abolición de 1876, y de quien se podría reunir una buena separata con las lindezas que le dedicó el fundador del nacionalismo vasco. Lo más suave fue llamarle escritor falso y traidor: llegó a decir de él que era «de cerebro flojo y corazón femenil, como el padre que lo engendró».

Ya desde el ‘Discurso de Larrazabal’, cuando inició su proselitismo, Arana reconoció su soledad frente a la casta, en la que incluía tanto a los políticos como, por supuesto, a los intelectuales. Era la élite vasca de la época, cuyos miembros se reconocían entre sí como ‘éuskaros’, término que, desde que el fundador del nacionalismo entró en escena, empezó a quedar arrumbado: señal inequívoca de quién ganaría la partida. Casta era Azkue, de quien dijo Arana que «emplea toda su actividad y se sirve del euskera para apoyar a un partido liberal y españolista, y combatir contra el nacionalista o patriota»; casta Campión, a quien desautorizó por no tener apellidos euskéricos; casta Labayru, autor de una monumental historia de Bizkaia, porque «busca solamente la satisfacción de una afición literaria o la gloria de su propio nombre»; casta Carmelo Echegaray, cronista de las provincias vascongadas, porque se reconocía discípulo y admirador de Menéndez Pelayo; casta Bonifacio Echegaray, hermano de Carmelo y especialista en derecho foral, porque hablaba de Euskal Herria como patria chica y España como patria grande; casta Antonio de Trueba, cronista de Bizkaia: «Trueba (Dios le haya perdonado), que se debiera haber contentado con escribir cuentos y cantares…».

Y casta, en fin –por no seguir–, Antonio Arzac, director de la revista ‘Euskal-Erria’ de San Sebastián, la más importante y longeva de su tiempo, representante como ninguna otra de los valores de los éuskaros y de su casta y a la que el fundador del nacionalismo vasco, dictaminando contra ella, define así: «Tengo en la mano un cuaderno que dice: Euskal-Erria, Revista Bascongada, Órgano del Consistorio de Juegos Florales Euskaros de San Sebastián, de la Comisión de Monumentos de Guipúzcoa, de la Sociedad de Bellas Artes, de la Asociación Euskara de Nabarra y del Folklore BascoNabarro…, órgano, en fin, de todo aquello que trasciende a euskaro, éuskaro o eúskaro; a fuerismo, a autonomía, a regionalismo; a euskera sin raza; a gigantescas montañas y sombríos bosques y risueños valles y cristalinas fuentes y pintorescas caserías sin patria; a patria sin fronteras meridionales ni orientales ni occidentales; a poetas que sólo cantan a la poesía; a aurresku bailado por un Gómez, y txistu tocado por un Pérez, y santso lanzado por un Rodríguez, a euskera aprendido y hablado por los Gómez y los Pérez y los Rodríguez, a Gernika cantado por los Rodríguez y los Pérez y los Gómez, y a patria chica, en fin, con patria grande».

Arana, con su reproche, nos descubre por contraste a la Euskadi real, de inconfundible identidad, segura de sí misma y que acogió, sin prejuicios, a una enorme inmigración de otras partes de España. Esta es la Euskadi que ha acabado imponiéndose, porque no hay otra, a pesar del franquismo y del terrorismo. Sin embargo, de la casta que la apadrinó desde un principio apenas nos acordamos, salvo por los nombres de algunas de nuestras calles. Y, en cambio, quien nació hace ahora 150 años, y fundó el nacionalismo contra ella, es homenajeado de continuo y disfruta de la gloria. Es la gran paradoja de la historia vasca contemporánea. Nuestra casta desapareció cuando desde dentro y desde fuera se aliaron en su contra. Pero necesitamos recuperar su cultura y su memoria, porque esta sociedad tiene derecho a soñar con que la Euskadi real y la Euskadi oficial algún día, por fin, coincidan.

PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO /  Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU – EL CORREO – 26/01/15