Saludos desde Baviera

 

La interpretación de los derechos históricos vascos está sujeta a la Constitución que los recoge y ampara, dotándolos de la mayor protección jurídica que jamás tuvieron. Pero algunos siguen pensando que la Constitución reconoce un poder legítimo distinto y previo al amparar esos derechos. Y en ese contexto se pone, entre otros, el ejemplo de Baviera.

En los movimientos de sístole y diástole del corazón nacionalista se pasa de la proclamación de la diferencia irreductible de lo vasco a la búsqueda permanente de ejemplos foráneos en los que apoyar sus reivindicaciones. Si ya la independencia de Cuba fue un ejemplo aplaudido en sus inicios, y luego Argelia, Vietnam y la descolonización de los países del Tercer Mundo fueron ejemplos a seguir, en los últimos años los países bálticos, Eslovaquia y Kosovo han sido otros ejemplos en los que apoyarse. Y siempre nos quedarán Ulster, Escocia y Baviera para reclamar nuestro derecho originario, previo a toda constitución, por muy democrática que ésta sea. Algunos, en lugar de entender que los derechos históricos vascos están constitucionalizados, y que su interpretación está sujeta a esa misma Constitución que los recoge y ampara dotándolos de la mayor protección jurídica que jamás tuvieron, pero que no pueden ser entendidos contra el significado del sistema constitucional en el que están incluidos, siguen pensando que la Constitución reconoce un poder legítimo distinto y previo al de la propia Constitución al amparar los derechos históricos vascos. Y en ese contexto se pone, entre otros, el ejemplo de Baviera.

Si, por citar al político por excelencia que ha dado Baviera después de la Segunda Guerra Mundial, Franz Josef Strauss levantara la cabeza y leyera algo parecido, inmediatamente redactaría un escrito explicando algunas cosas fundamentales de la Alemania constitucional actual. Y lo haría en latín, algo que le gustaba sobremanera, aun sabiendo que sus destinatarios vascos no lo entenderían.

Baviera votó en contra de la Ley Fundamental alemana de 1949, la actual constitución alemana. Lo que no ha impedido que Baviera se constituyese como uno más de los actualmente 17 Estados que conforman la federación alemana. Y este año en el que se han celebrado 60 años de la aprobación de la Ley Fundamental, nadie en Baviera ha puesto en cuestión la lealtad a la misma. Es más: también se han recordado los 20 años de la caída del Muro de Berlín y de la unificación alemana, un sueño mantenido con mayor fervor que nadie por el partido bávaro por excelencia, la CSU, los cristianosociales, los hermanos de los demócrata-cristianos.

Baviera es un Estado más de la federación alemana. Con las mismas competencias de los demás Estados. Con la misma financiación. Si alguna diferencia existe, se podría citar que, al ser Baviera destino turístico por excelencia, no participa en el cambio que en la fecha de las vacaciones estivales afecta a los demás Estados: en Baviera siempre en agosto. No así en los demás Estados.

Baviera participa en términos de igualdad en la Cámara alta alemana, en el Bundesrat. La preside cuando, por rotación, le toca. Y ha sido un ciudadano bávaro, en su día diputado autonómico por la CSU en el Parlamento bávaro, quien ha llevado, entre otros, el Tratado de Lisboa al Tribunal Constitucional alemán para defender las competencias nacionales de Alemania y de su Parlamento, de sus dos cámaras parlamentarias.

Pero volvamos al historiador, latinista, y sobre todo político Franz Josef Strauss. Este político bávaro terminó su carrera política como ministro-presidente de Baviera, al tiempo que presidía su partido, la CSU. Pero su sueño político máximo fue el de ser canciller de Alemania. Y en sus esfuerzos por ser canciller de Alemania, canciller de la federación, es decir, presidente del Gobierno federal alemán, no huyó de crear casi una escisión entre los dos partidos hermanos, democristianos. La CDU y la CSU. Ambos partidos funcionan mediante un acuerdo tácito: la CDU no opera en Baviera, y la CSU no opera fuera de Baviera.

Pues bien: Strauss amenazó con romper ese acuerdo y extender su partido a toda Alemania si él no era nominado por ambos partidos como candidato a canciller para presidir el Gobierno federal. Son famosas las disputas entre él y Helmuth Kohl, las humillaciones a las que el brillante Strauss sometió al gris Kohl, hasta conseguir que fuera efectivamente nominado candidato de los dos partidos demócratacristianos a canciller. No lo consiguió, y ahí comenzó su declive, pues en la siguiente convocatoria electoral el candidato fue Kohl, quien ganó las elecciones y pudo presidir el Gobierno alemán durante doce años. Strauss se retiró a Baviera, abandonó la escena política federal que siempre le había interesado por encima de todo y en la que había llegado a ser ministro de Defensa y titular de Hacienda.

Es importante recordar en este contexto que cuando Willy Brandt, años setenta del pasado siglo, planteó sus pactos con el Este, pactos que implicaban el reconocimiento de la frontera Oder-Neisse como frontera definitiva de Alemania con Polonia -resultado de la apropiación por parte de la Unión Soviética de 100.000 kilómetros cuadrados de Polonia al Este, y de conceder a Polonia al Oeste el territorio compensatorio quitándoselo a Alemania-, el mayor opositor a dichos pactos, en nombre de los cristianodemócratas, fue precisamente Franz Josef Strauss. Aceptar esa frontera significaba para él renunciar a parte del territorio nacional.

Nada apunta en toda esta actividad política a la defensa, frente a Alemania, de algún derecho originario de Baviera. Lo que debía ser Alemania había quedado decidido, también para los bávaros, por la política concreta de Bismarck, quien contra los llamados liberales de la gran Alemania -los que soñaban en 1848 con la reunificación alemana sobre la base de Austria- impuso, a partir de 1860, la reunificación de la pequeña Alemania -sobre la base de Prusia-, a través de guerras y a través de la llamada Unión Aduanera (Zollunion).

Baviera forma parte, en igualdad de condiciones con los demás Estados, de la federación alemana. Cuenta, por poner un ejemplo llamativo, con su propio aparato administrativo para la defensa de la Constitución, alemana se entiende, una especie de Centro de Inteligencia para el interior de Baviera, como cuentan todos los demás Estados, pues es interés de cada uno de ellos velar por el bien del conjunto, velar por que no se formen grupos que puedan desarrollar actividades políticas que fueran contra los principios de la Constitución alemana.

El sucesor de Strauss en la presidencia de la CSU, Theo Weigel, formuló, con ocasión del saludo que dirigió a los compromisarios del partido hermano reunidos en congreso, la siguiente idea política: mi identidad sentimental está ligada a Baviera; mi espacio de solidaridad es Alemania; y el ámbito en el que se garantiza mi libertad es Europa. Para este leal ministro de Hacienda federal con el canciller Helmuth Kohl, lo específicamente político, la solidaridad y la libertad, no estaban vinculadas a Baviera, sino a Alemania y a Europa.

Por esa razón, quien también fue ministro federal, de Interior, el liberal Gerhard Baum, en su conferencia sobre la Constitución alemana pronunciada en Bilbao -este mismo año- con motivo del 60 aniversario de la misma, no citó la especificidad bávara en el contexto de la Constitución alemana, porque no existe ninguna y no hay, por lo tanto, necesidad alguna. Ni adujo salvedad alguna para Baviera cuando subrayó que el principio federal alemán vive de la idea de que cada parte constituyente de la misma debe mirar por el bien del conjunto.

Si Baviera quiere alguna modificación en la ley que regula sus aportaciones al fondo de solidaridad con los Estados más pobres de la federación, lo hace en compañía de otros Estados también contribuyentes netos como son Baden-Würtenberg (Stuttgart) y Hesse (Frankfurt en el Meno), pues su situación de financiación en el conjunto de la federación es la misma. Conviene resaltar que en 1945 Baviera era uno de los Estados más pobres de la federación, y que, gracias a la solidaridad de los Estados más ricos, ha podido desarrollarse, también gracias al esfuerzo propio, hasta llegar a ser uno de los punteros hoy.

Ojalá aprendiéramos a mirar más allá de nuestro ombligo, pero para aprender, y no para forzar otras realidades de forma que sigamos enamorados de nuestro ombligo sin respeto ni por los sistemas a los que miramos, ni al sistema en el que vivimos.

Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 29/8/2009