Semántica de la paz

Interesante polémica entre los profesores Ignacio Sánchez-Cuenca y Fernando Savater, mantenida durante los últimos días en el diario EL PAÍS, con el telón de fondo del alto el fuego de ETA, el inicio de negociaciones de ésta con el Gobierno y la semántica de la terminología acuñada para los nuevos tiempos.

Ignacio Sánchez-Cuenca. EL PAÍS, 9/7/2006

Los hechos confirman la derrota del terrorismo

¿Cómo es posible que haya gente que piense que ETA está ganando la partida? ¿O que crea que el Estado, justamente ahora, tras tres años sin muertos provocados por esa organización terrorista y una declaración efectiva de alto el fuego desde hace más de tres meses, con Batasuna ilegalizada, vaya a ceder lo que no ha cedido en treinta años de tenaz resistencia?

Puede haber varias razones. Primero, la mala fe. Es lo que sucede con el PP, que en un gesto de deslealtad, miopía y antipatriotismo sin precedentes, se ha opuesto frontalmente al proceso de paz antes incluso de que se inicie. Lo mismo ha hecho la AVT, que en lugar de asistir a las víctimas, cometido por el que recibe cuantiosas subvenciones del Estado, actúa como un grupo de presión político aun a costa de dividir gravemente a las personas que han sufrido la violencia terrorista.

Segundo, porque algunas personas se habían formado una idea un tanto fantasiosa de cómo acabaría ETA. Se habían creído algo así como que el final de ETA consistiría en un acto solemne de rendición en el que los terroristas entregaban las armas y desfilaban por las calles entre abucheos de la ciudadanía. Al ver que no desaparece de esa forma, concluyen erróneamente que ETA está consiguiendo sus objetivos.

Tercero, porque hay quienes se empeñan en abordar este asunto en términos morales. Según ellos, hay dos clases de personas, las que no tienen escrúpulos y están dispuestas a hacer lo que sea por conseguir la paz, y las que poseen firmes principios morales que les llevan a rechazar cualquier cesión a ETA. Su actitud es tan pura, que todo lo que hace el Gobierno les resulta vergonzante e indigno. Ven que se están pagando precios altísimos y se alzan indignados para protestar por semejante escarnio. Cualquier iniciativa les resulta una traición.

Ya el mismo término «proceso de paz» lo consideran un «precio semántico» que se paga por el fin de la violencia. Con aire sabiondo dicen que no se puede hablar de «paz» porque aquí no ha habido guerra. Pero la paz no sólo se opone a la guerra. También se habla de paz para referirse a ausencia de violencia, a concordia, y en español se dice con mucha frecuencia «hacer las paces» para conflictos que no son necesariamente bélicos.

Consideran igualmente que la verificación del alto el fuego ha sido precipitada y le ha dado ventaja a ETA. No aprecian una voluntad clara e irreversible de disolución. Como si no fuera obvio que esa condición no puede ser satisfecha ahora, en esta etapa del proceso. Aquí y ahora lo importante son los hechos. Y los hechos son que el cese de la violencia es total en estos momentos, salvo algún incidente aislado menor. Ya quisiera el Gobierno británico haberse encontrado un panorama semejante cuando comenzó sus negociaciones con el IRA. Allí, a pesar del alto el fuego, la violencia continuó, incluso con víctimas mortales.

Finalmente, la declaración del Presidente del Gobierno les ha dado pie para sospechar que el Estado se rinde. ¡Zapatero habla de respetar las decisiones que tomen los vascos según los procedimientos establecidos en la Constitución! Cómo no van a provocar alarma estas palabras si hasta la celebración de una reunión entre los socialistas vascos y gente de Batasuna se considera un «precio político».

No sé si será posible introducir algo de sensatez en el actual debate, pero me parece esencial establecer algunas cuestiones de hecho para dar sentido a las cosas que están pasando y a otras que probablemente sucederán en breve.

En el País Vasco ha habido un conflicto durante más de tres décadas: un grupo violento, apoyado aproximadamente por 150.000 personas, se ha dedicado a asesinar a fin de conseguir sus objetivos políticos. El Estado ha resistido el ataque y ha logrado reducir a ETA hasta dejarla prácticamente sin capacidad ofensiva. Como consecuencia de la condición terminal en que ha quedado ETA, los terroristas han anunciado un alto el fuego.

ETA, pese a su debilidad extrema, no va a disolverse porque se lo pidamos. Sigue contando con una base de apoyo social importante. Y por muy débil que se encuentre, sabemos que todavía podría ampliar la lista de víctimas mortales. De hecho, no hay que hacer supuestos muy arriesgados para conjeturar que si no hubiera sido por la actitud receptiva del Gobierno hacia las demandas de ETA de abandono «honroso» de la violencia, ahora tendríamos algún muerto más.

Para conseguir el fin del terrorismo, es necesario hablar no sólo con ETA, también con Batasuna. La razón es sencilla de entender. Si queremos que ETA no vuelva a matar nunca más, hay que conseguir que su base social, los seguidores de Batasuna, se integren en el sistema democrático. En los términos utilizados por Zapatero, se requiere un gran «pacto de convivencia» en el País Vasco que desactive el tinglado montado en torno al terrorismo. Dicho pacto requiere algunas «concesiones» simbólicas y procedimentales, como las famosas mesas de diálogo, que sin duda serán piezas importantes en ese acuerdo incluyente que cierre para siempre el conflicto creado por ETA.

De lo que se trata en estos momentos es de forzar a ETA para que abandone la violencia y apueste por la lucha política desde dentro de la democracia. Eso es todo lo que está en juego. Dada la correlación de fuerzas, lo que resulta absurdo pensar es que ETA vaya a conseguir a estas alturas sus principales demandas.

A muchas personas comprometidas en la lucha contra ETA la nueva situación les ha pillado con el paso cambiado. No han sabido ver el punto de inflexión y se encuentran ahora despistadas, repitiendo argumentos que tuvieron sentido hace unos años pero no ahora. Harían bien en abandonar esa actitud de dignidad herida y reconocer que hay elementos más que suficientes para concluir que estamos ante la derrota final de ETA.


Fernando Savater. EL PAÍS, 11/7/2006

Semántica de la paz

En su artículo del pasado domingo Ignacio Sánchez-Cuenca reprende a quienes, «con aire sabiondo», consideran que el término «proceso de paz» es un precio semántico pagado al terrorismo por el fin de la violencia. Dicen éstos que no puede o debe hablarse de paz donde no hay guerra y les replica Sánchez-Cuenca que la paz no sólo se contrapone a guerra: «También se habla de paz para referirse a ausencia de violencia, a concordia y en español se dice con mucha frecuencia hacer las paces para conflictos que no son necesariamente bélicos». Es más o menos cierto, pero falta algo. Nadie dice que la mujer maltratada «hace las paces» con su marido cuando le obedece para evitar que vuelva a pegarle, que el cajero del banco «hace las paces» con el atracador al darle el dinero para evitar su pistola o que el chantajeado «hace las paces» con el chantajista al pagarle para comprar su silencio. La paz no es el triunfo de la coacción, por mucho alivio que proporcione a algunos coaccionados, sino el restablecimiento de un derecho conculcado por la violencia. Por lo demás, cada cual es libre de pensar que «más vale un final con horror que un horror sin final». El lema es de Adolf Hitler, que tenía sin duda algo de sabiondo pero mucho más de propagandista seudocientífico.


Ignacio Sánchez-Cuenca. EL PAÍS, 13/7/2006

Respuesta a Savater

Algo hemos avanzado si Savater, a regañadientes, reconoce que hablar de «proceso de paz» no es una aberración. En su carta añade algo de lo que, al parecer, yo no me he dado cuenta: que nadie hace las paces con quien le coacciona. Pone varios ejemplos: el de un maltratador, el de un atracador y el de un chantajista. Sus palabras: «Nadie dice que la mujer maltratada hace las paces con su marido cuando le obedece para evitar que vuelva a pegarle». Desde luego. Pero si el marido lleva tres años sin maltratar a la mujer y hace un compromiso público de no volver a pegarla, quizá la mujer se convenza de la transformación y quiera darle una oportunidad para que se reinserte en el matrimonio, accediendo a mantener una conversación con quien en el pasado le pegó para dejar claras las condiciones en las que podrían convivir de nuevo.

Si nos dejamos de analogías, lo que se ventila en estos momentos es si el fin de la violencia puede exigir o no grandes sacrificios por parte del Estado. En mi artículo del pasado domingo dije que esos sacrificios serán mínimos, por la sencilla razón de que ETA llega en un estado de extrema debilidad al proceso de paz. Si el Estado no ha cedido cuando ETA era más fuerte, menos va a hacerlo ahora.

Savater no menciona este argumento. Prefiere presentar un panorama tenebroso, haciendo unas ironías un tanto crípticas sobre Hitler, destinadas, supongo, a que me dé por aludido. Valiente forma de razonar.


Fernando Savater. EL PAÍS, 14/7/2006

Aclaración sobre la paz

A Ignacio Sánchez-Cuenca no le gusta mi forma de razonar porque por lo visto no la entiende, el hombre. Intentaré volver a explicarme despacito, a ver si esta vez lo pilla. Los ejemplos que yo le daba son de «final de la violencia» pero no de «hacer las paces» porque en ellos se cede a la coacción en lugar de restablecer el derecho conculcado. En el caso de la maltratada, la mujer no le debe ninguna concesión a su pareja ni tiene por qué ponerse a discutir con él en un plano igualitario de «no agresión», como si también ella fuese maltratadora por querer ser libre. Naturalmente, si el marido reconoce su falta, renuncia a la fuerza y promete respetar la libertad de su compañera, todos tan contentos. Pero ¿es eso lo que está pasando en el País Vasco?

Sánchez-Cuenca argumenta que las concesiones a ETA serán mínimas, porque la banda terrorista está derrotada y su debilidad no va a conseguir como regalo lo que no pudo conquistar en sus momentos de pujanza. Quiero creerle, pero desconfío cuando le veo en ese mismo artículo aceptar sin discusión las dos mesas que ya intentó ETA colarle a los presidentes anteriores, aunque sin éxito. Se trata de una concesión estrictamente política y no menor, a mi juicio. ¿Serán de igual calibre el resto de las «mínimas» concesiones? Después de su reunión con Batasuna, Patxi López dijo que habría que hacer próximamente sacrificios aún más dolorosos que ése. Dolorosos… ¿hasta qué punto y para quién? Lamento ser tenebroso, pero es que me hallo en tinieblas. Y la propaganda gubernamental no logra sacarme de ellas.



(Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Fernando Savater es catedrático de Filosofía en la misma universidad)

Ignacio Sánchez-Cuenca y Fernando Savater, EL PAÍS, 14/7/2006