Ser cristiano en Egipto

 

Aunque Al-Qaida lograse iniciar una guerra sectaria, su éxito final resulta improbable. La dictadura dinástica de Mubarak podría acabar reforzada al verse como la única fuerza capaz de arbitrar el conflicto. Las brutalidades de Al-Qaida se han mostrado siempre perjudiciales a largo plazo para la ideología islamista.

Los 23 muertos en el atentado de Alejandría el pasado día 2, en vez de amedrentar a la comunidad copta, la han echado a la calle en una cadena de protestas que se han prolongado durante días. El Parlamento egipcio, reunido en sesión extraordinaria, ha pedido a los coptos que no respondan a las provocaciones. Ahora bien, ese Parlamento, surgido hace poco más de un mes de unas elecciones amañadas, es hechura del régimen y por lo tanto sus actitudes reflejan siempre la postura gubernamental; en este caso, su temor a las consecuencias, pues estos brutales atentados son bastante más peligrosos de lo que puede parecer. Los cristianos coptos, el 10% de la población egipcia, forman una minoría considerable y podrían ser más que suficientes como para hacer saltar la chispa que prenda toda la leña que lleva años acumulándose.

El régimen de Hosni Mubarak carece de bases sólidas entre las masas. La población se ha duplicado en menos de 30 años y la economía se deteriora. Mientras tanto, el déspota reinante lo organiza todo para que el poder se convierta en hereditario dentro de su familia. Es como un faraón que construye una pirámide en un suelo que puede hundirse bajo sus pies en cualquier momento. Si los coptos se descontrolan, sus convecinos musulmanes podrían muy bien seguirles y en tal caso el régimen podría derrumbarse de un día para otro igual que la Rumanía de Ceaucescu en 1989: Las protestas sectoriales de una minoría étnica, los húngaros, acabaron contagiándose al conjunto de la población rumana, que se echó a la calle en masa y derribó al Gobierno. Las diferencias entre ambas situaciones no deben desdeñarse -el Gobierno de Mubarak es mucho más eficaz y racional que las locuras de Ceaucescu- pero el esquema básico podría repetirse.

Por el momento las investigaciones oficiales apuntan a Al-Qaida, pero en Egipto existe desde hace décadas un potente grupo integrista autóctono, la Hermandad Musulmana, que desempeña en el país un papel similar al que jugaron los carlistas en España: Un movimiento político ultraconservador que puede pasar a veces a la violencia armada en defensa de la religión y la tradición frente a los embates de la modernidad. Los dirigentes surgen del estamento religioso y de las elites tradicionales que se sienten desplazadas por los cambios, pero la masa de maniobra sale de la población humilde que sufre las consecuencias del subdesarrollo y la superpoblación, y también de estudiantes de clase media que se consideran humillados por las derrotas exteriores del país, además de sentirse descontentos por el carácter represivo del régimen y por una modernidad material que parece beneficiar solo a una pequeña minoría de enchufados.

La Hermandad ha atacado ocasionalmente a la minoría copta, pero a lo largo de los años se ha centrado sobre todo en derribar al Gobierno ‘infiel’ (sic). Por lo tanto, los coptos han sufrido duros ataques, pero, por lo general, han quedado un poco de lado en todo el asunto. Por otra parte, el Islam tradicional que defiende la Hermandad admite la presencia de minorías considerables de cristianos a condición de que acepten un estatus subordinado y que mantengan un perfil bajo, sin hacerse notar. Sin embargo, la modernización de Egipto ha llevado a los coptos en la dirección contraria: a una reafirmación militante de su propia identidad como los egipcios originarios, que estaban ya en el país cuando llegó la invasión árabe desde el exterior. Los atentados, como ya hemos visto, han reafirmado esta reacción militante.

Suponiendo que se confirme la autoría de Al-Qaida -porque siempre es más cómodo echarle la culpa a alguien de fuera-, entonces nos encontraríamos con una repetición de la estrategia seguida por este grupo en Irak, donde también se dedicaron a atacar con dureza a la disidencia religiosa más importante con respecto al Islam suní: los chiíes. No les preocupó demasiado que los chiíes fuesen también musulmanes, ni que formasen la mayoría absoluta de la población iraquí, ni que su concurso y colaboración activa fuesen indispensables para oponerse a la ocupación norteamericana con unas mínimas posibilidades de éxito, o la posibilidad de que los chiíes se vengasen, iniciando una infernal espiral de represalias. El resultado de esta ¿estrategia? ya lo conocemos: Los chiíes no mordieron el anzuelo y los suníes de Irak acabaron volviéndose contra Al-Qaida. Estados Unidos cogió la ocasión al vuelo y al cabo de pocos meses pudo marcharse del país sin que tal retirada pareciese una derrota o una claudicación. ¿Puede Al-Qaida conseguir en Egipto el éxito que no consiguió en Irak?

Aunque Al-Qaida lograse poner en marcha una guerra sectaria, su éxito final resulta extremadamente improbable. La dictadura dinástica de Mubarak podría acabar muy reforzada al emerger como la única fuerza capaz de arbitrar el conflicto y detener la espiral de violencia. Las brutalidades de Al-Qaida se han mostrado siempre perjudiciales a largo plazo para la ideología islamista, lo que debería preocupar bastante a la Hermandad Musulmana. Aunque la dinastía Mubarak cayese, no hay garantía de que los integristas lograsen tomar el poder. Durante la década de 1990 los integristas egipcios ya intentaron tomar el poder por la fuerza pero fueron derrotados al carecer del apoyo popular necesario.

Todos estos análisis racionales no deben hacernos olvidar lo más importante: que muchas personas inocentes han sido asesinadas de manera totalmente arbitraria, y por desgracia no van a ser las últimas.

(Juanjo Sánchez Arreseigor es historiador, especialista en el mundo árabe)

Juanjo Sánchez Arreseigor, EL DIARIO VASCO, 7/1/2011