Sería una indecencia política que, tras su fracaso, Arturo Mas no dimitiera

El Mundo 27/11/12
Luis M. Anson

PEDRO J. Ramírez tuvo el acierto de denunciar en el momento oportuno la corrupción de un sector de la clase política catalana, señalando con el dedo índice a Arturo Mas, que clamaba por una mayoría absoluta excepcional para segregar a Cataluña de España. La maquinaria de la Justicia puesta ya en marcha significa una espada de Damocles con balanceo de cárcel sobre varios dirigentes de la vida política y social de Cataluña.

La función esencial del periodismo es la administración del derecho a la información que tienen los ciudadanos. También el ejercicio del contrapoder, elogiando al poder cuando el poder acierta, criticando al poder cuando el poder se equivoca, denunciando al poder cuando el poder abusa. A veces se necesita mucho valor para cumplir con una obligación periodística que provoca reacciones de amenazas y altanerías. La denuncia que desde este periódico se ha hecho sobre los abusos y la corrupción de algunos dirigentes catalanes ha rendido un servicio de primera magnitud a la salud de España. A la vista del informe policial serio y contrastado que se publicó en EL MUNDO, a Arturo Mas no le quedará otro remedido que soportar el peso del Estado de Derecho y someterse a la acción de la Justicia.

Quería ser el caudillo invicto de los catalanes, el gran timonel de la travesía a la independencia, el sol rojo que calienta el corazón de los ciudadanos. Aspiraba Arturo Mas a convertirse en el mesías del pueblo. Se veía como el Moisés que escindía las aguas del mar. Tras la manifestación de la Diada y las encuestas internas que le otorgaban más de 80 diputados, decidió cruzar el Rubicón, convocar elecciones y asestar una puñalada trapera y cachicuerna a la unidad de España. Estaba seguro de entrar en la Historia por el arco del triunfo. Su ridículo ha sido histórico. Hay que tener la cara de cemento armado y con pintas para salir en la televisión a porta gayola y hacer luego un galleo por tafalleras. El fracaso electoral del gran traidor a España puede calificarse, sin perder la mesura, de catastrófico. La mayoría absoluta excepcional que solicitó Arturo Mas para convertir las elecciones en un plebiscito a su favor que le convirtiera en el César de los catalanes se ha saldado con un ridículo impetuoso. Ni mayoría absoluta ni excepcional ni otras gaitas. Arturo Mas ha fracasado y no tiene otra opción éticamente aceptable que la dimisión. Con un nuevo presidente incluso sería posible prorrogar el pacto entre CiU y el PP que dio estabilidad a la legislatura cercenada por la pirueta secesionista del presidente de la Generalidad, porque no todos, ni siquiera la mayoría, son separatistas en Convergencia y Unión.

Arturo Mas quiso que Mariano Rajoy le otorgara la dádiva de 50.000 millones de euros para saldar la deuda que los despilfarros del tripartito y también los de su propia gestión habían generado. Amenazó a Rajoy, que le negó la merced, con terribles consecuencias. Y desencadenó el huracán secesionista que se le ha convertido en un tornado imposible de controlar.

Un destacado político socialista me dijo hace un par de meses en un almuerzo que la corrupción de varios dirigentes catalanes estaba también en el origen del secesionismo de Arturo Mas, para eludir la acción de la Justicia Pedro J. Ramírez ha demostrado que no le faltaba razón a mi comensal. Y su valentía periodística al denunciar a los corruptos ante la opinión pública es una de las causas directas del descalabro del presidente de la Generalidad.

El gran fracasado de las elecciones catalanas, en fin, puede refugiarse en una actitud cínica y forcejear para dar continuidad a su quimera al frente del Gobierno autonómico. Pero sería una indecencia política elevada al cubo. Arturo Mas debe dimitir ya y que su partido elija un nuevo líder para gestionar la incierta legislatura que ahora comienza.