Sésamo

IGNACIO CAMACHO, ABC – 18/01/15

· Sociedades abiertas pero enfermas de etnocentrismo sólo reconocen la amenaza cuando afecta a su confortable estabilidad.

Hay una decisión que tomar y no queremos afrontarla. Nosotros: las naciones occidentales democráticas y sus opiniones públicas acomodadas en las éticas indoloras. Sociedades abiertas pero enfermas de etnocentrismo que sólo reconocen la amenaza cuando afecta a su confortable estabilidad inmediata. Es fácil alarmarse si la sangre corre por las calles de París o si los terroristas amartillan sus armas en pisos francos de Bruselas. Pero hace años que la yihad mata a placer en Irak, en Siria, en Afganistán, en Malí, en Nigeria. Mata a hombres, mujeres y niños, a cristianos, a ateos y a musulmanes que no recuerdan de memoria las suras coránicas. Mata por decenas, por cientos, por miles. Pero lo hace allí, en territorios que hemos dado en considerar naturales para su barbarie fanática; sólo nos inquieta cuando mata aquí, en nuestro entorno cercano, cuando irrumpe en la zona de seguridad que creíamos blindada sin estarlo. Allí y aquí, lejos y cerca: una primaria geografía política y antropológica de Barrio Sésamo.

Para combatir el yihadismo hay que ir allí, donde se incuba, se desarrolla y campa a sangre y fuego. Eso no nos gusta; tiene un coste de riesgo y de compromiso difícil de asumir en la sociedad del pacifismo. El error de Irak ha destruido la cohesión de Occidente y neutralizado su capacidad de respuesta. En realidad, Bush y sus halcones equivocaron la receta, no el diagnóstico. Éste era correcto: se trataba de atajar el mal en sus raíces, de atacar las bases donde se planifica el asalto a la libertad. No sólo de la nuestra: también de la de los musulmanes sometidos al delirio expansionista del fundamentalismo.

Pero el fracaso iraquí estigmatizó la estrategia. Estados Unidos y sus aliados no han hecho en los últimos años otra cosa que replegarse poseídos de un ataque colectivo de mala conciencia. Las masacres en suelo asiático o africano forman parte de una rutina de telediarios. Sólo conmueven las cabezas cortadas de «los nuestros», de algunos corresponsales o cooperantes blancos. Las demás víctimas están descontadas: niñas nigerianas, cristianos egipcios, resistentes kurdos, campesinos afganos. Vidas que no cuentan, estadísticas más o menos ingratas de una especie de mal necesario.

La decisión que nadie quiere considerar es la de aceptar como una guerra lo que el islamismo ha declarado como tal. Una guerra global que no puede ganarse blindando fronteras ni marcando perímetros. Y menos retrocediendo del campo de batalla porque en medio de una matanza sistemática, estructural, las primeras potencias militares del planeta no soportan un goteo limitado de bajas. Es sencillo: si nosotros no vamos allí, ellos vienen aquí. Barrio Sésamo. Y ya es triste, doloroso y cínico que las víctimas de allí hayan dejado de importarnos.

IGNACIO CAMACHO, ABC – 18/01/15