Si el PP gana, ¿nos vamos de España?

LIBERTAD DIGITAL 18/05/15
SANTIAGO NAVAJAS

El único escritor de Nueva York que votaba a George W. Bush era el aristocrático Tom Wolfe. Ante la amenaza de la plana mayor de la intelligentsia norteamericana de exiliarse si volvía ganar el republicano, Wolfe anunció sarcásticamente que iría con mucho gusto a despedirlos a todos al aeropuerto. Pero señaló especialmente a los intelectuales de izquierda: «Han perdido el contacto con la realidad».

En relación a la sorprendente victoria por mayoría absoluta de David Cameron en Gran Bretaña, me he acordado de aquello que decía el muy izquierdista, pero a pesar de eso lúcido, George Orwell:

           El pensamiento político, particularmente en la izquierda, es una especie de fantasía masturbatoria en la que el mundo de los hechos apenas cuenta.

En España la esquizofrenia de la intelectualidad progre se mezcla con la paranoia. El actor y director teatral Sergio Peris-Mencheta declaró que si el PP volvía a ganar las elecciones se plantearía «exiliarse», ya que entendía que los «ricos» votasen al PP, «vale, lógico, pero ¿cuántos ricos hay en España?». También sugirió que una inspección de Hacienda a su productora tenía motivaciones políticas…

Peris-Mencheta se proclama integrante del «mundo de la cultura». Pero el hecho de que muestre tal simpleza en los análisis y esa deriva paranoica más bien es índice del lamentable estado de la presunta clase intelectual en este país. Ya Almodóvar, otro que se caracteriza por confundir injuriosos ataques con legítimas críticas, propagó el rumor de que el PP había intentado dar un golpe de Estado en 2004 para no perder las elecciones del 14-M.

Además del aislamiento onanista de la realidad, que les lleva a vivir en una dimensión paralela en la que la autosatisfacción moralista se combina con la demonización del adversario, al que se le niega la legitimidad para ejercer el poder, se produce en la izquierda un equívoco radical respecto de lo que se entiende por democracia. Como explicó Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, para la izquierda la pregunta democrática fundamental es: ¿quién manda? Si no mandan ellos, entonces el Gobierno no está legitimado (por eso la alucinógena protesta de los acampados el 15-M, en la que rechazaban que los políticos elegidos en las urnas les representasen). Pero, seguía Popper, desde una óptica liberal la cuestión democrática fundamental es cómo diseñamos la Constitución de manera que sea posible cambiar al Gobierno pacíficamente. La clave no está en elevar al poder a los hunos sino separar del mismo a los hotros.

La elección en las urnas es condición necesaria pero no suficiente para considerar a un gobernante legítimo. También es condición sine qua non que haya posibilidad de removerlo mediante algún tipo de procedimiento pacífico, sea mediante votación en el Parlamento o convocatoria de nuevas elecciones. Por eso, aunque Hitler fue elegido en las urnas no cabe considerarlo un dirigente democrático, porque rápidamente eliminó cualquier posibilidad de separarlo del poder; del mismo modo, Vargas Llosa calificó al México del PRI de «dictadura perfecta». En la actualidad, la Venezuela de Chávez y Maduro está calificada como «régimen híbrido» en el Índice de Democracia que elabora The Economist, un poco mejor que Egipto pero incluso por debajo de Turquía.

Finalmente, los intelectuales norteamericanos se quedaron a pesar de Bush y los artistas españoles no se irán en el caso de que gane el PP, aunque por supuesto seguirán luchando por sus legítimos, aunque discutibles, intereses de lobby de la industria cultural para pagar menos impuestos (mientras piden que se los suban a todos los demás. Parafraseando a Zapatero, bajar impuestos es de izquierdas… siempre y cuando se les baje a los sectores dominados por la izquierda).

Curiosamente, los artistas que finalmente sí se han exiliado de su país como protesta gubernamental han sido franceses; y no se fueron contra Sarkozy precisamente sino contra el afán confiscatorio del socialista Hollande. Así, Gerard Depardieu, Emmanuelle Béart o Alain Delon decidieron huir de las medidas fiscales draconianas de su país y se establecieron en Bélgica. Lo que nos recuerda las ventajas del federalismo en estos tiempos en los que se pide superficialmente una recentralización de funciones del Estado. Desde el punto de vista liberal, la competencia también es buena entre distintos territorios administrativos. Cabe votar en las urnas cada cuatro años y con los pies permanentemente.