Sí se puede. O no

Joseba Arregi
Joseba Arregi

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 10/05/2013

· Las limitaciones que impiden la manifestación total del poder absoluto no son injusticia estructural, sino la condición de posibilidad de la libertad.

Desde que la campaña a la primera presidencia de Obama acuñó la ya famosa frase ‘Yes, we can, sí, podemos’, esa frase o grito se ha extendido por todas partes, geográficas y sociales. La animadversión a todo lo americano es compatible, por lo que parece, con una admiración sin límites hacia todo lo que es capaz de producir, hasta de los eslóganes. Y ahí andamos repitiendo ‘sí se puede’ para tratar de ganar un partido de fútbol, o de baloncesto, para parar los desahucios o para tratar de imponer la dación en pago prevista en una iniciativa legislativa popular.

Es curioso que se conjugue con tanta tranquilidad el verbo poder que da el sustantivo el ‘poder’, siempre objeto de los análisis más críticos desde posiciones de izquierda. Parece que el ‘we”, el ‘nosotros’ del eslogan original limpia de toda sospecha al poder del que el viejo adagio revolucionario liberal afirmaba que corrompe, y que, si es absoluto, corrompe absolutamente.

Pero parece que lo hemos olvidado, así como hemos olvidado también que la democracia se ha desarrollado durante algunos siglos por medio del empeño en limitar la soberanía –poder absoluto–, fuente de todas las teorías de autonomía humana –el saber es poder de la Ilustración– y de las pretensiones de autogobierno y de autodeterminación políticas. La soberanía se convierte en democráticamente aceptable sólo en los casos en los que se somete al imperio del derecho, siempre que ese poder esté sujeto a las limitaciones del derecho y de las leyes que se derivan de los derechos básicos y fundamentales.

Es habitual contraponer al poder el deber: no todo lo que se puede está permitido. Se puede, quizá, pero no siempre se debe. Y sin embargo, la pregunta de fondo es si realmente se puede tanto como se quisiera. Es probablemente una de las características más importantes de la cultura moderna situar la acción humana bajo el lema del poder: lo que se quiere, lo que el hombre quiere, se debe poder. El poder es la directriz suprema, el poder como el instrumento clave para satisfacer los deseos humanos, lo que los humanos quieren en cualquier momento.

La experiencia, sin embargo, enseña que no todo es posible. Aunque nos resulte más satisfactorio responsabilizar de la crisis que nos está afectando tan gravemente a la avaricia y al deseo de enriquecimiento de los banqueros, de los profesionales de las finanzas, de los ricos, y a los mercados, lo cierto es que la fe en que todo es posible, la fe en que es posible superar los ciclos económicos, en que es posible evitar los riesgos del mercado, en que fórmulas matemáticas cada vez más complicadas y perfectas pueden hacer olvidar los riesgos y las contingencias de la economía real, la fe en que es posible una reproducción infinita del dinero sin tener en cuenta las limitaciones de la economía real ha jugado un papel crucial en todo lo que ha sucedido.

De igual manera, muchas de las soluciones que se proponen a la crisis que nos afecta se basan en que desde la política se puede todo: no hacer caso de los mercados y sus condicionantes, pensar que la buena intención que inspira las propuestas se va a traducir en resultados que no se desvíen en nada de esa buena intención, que no existen los efectos colaterales ni las consecuencias no previstas, obedecen a la misma fe en la omnipotencia humana. Las intenciones de los actores políticos se deben traducir con exactitud en los resultados, sin tener en cuenta que existen factores no controlables que condicionan las consecuencias de nuestros actos.

Las limitaciones que impiden la manifestación total del poder absoluto no son injusticia estructural, sino la condición de posibilidad de la libertad. La libertad democrática no es posible sin la limitación del poder soberano: la del individuo, la del grupo, la del colectivo, la del mercado, la del Estado. No hay convivencia sin limitación del poder, sin límites no hay espacio público de libertad: si se quiere defender la libertad y la democracia no vale repetir como un mantra «sí se puede», o al menos no vale hacerlo sin matizar, creyendo que si quienes lo dicen somos nosotros, ese poder sin límites queda legitimado.

De la misma forma es de una grave irresponsabilidad no pensar en los efectos colaterales y en las consecuencias no previstas de las propuestas y acciones políticas. Esto vale para todas las acciones humanas, pero especialmente en el caso de la complejidad que han adquirido las sociedades modernas. El mundo de las acciones sociales –y las acciones políticas y las económicas son acciones sociales- es un mundo de reacciones indirectas, desviadas, no siempre previsibles, contradictorias, un mundo en el que, contra lo que pensaron los filósofos ilustrados que trataron de desarrollar las ciencias morales, no es posible trazar trayectorias dominadas por leyes que se comportan como las leyes naturales: si en estas domina la necesidad, en las humanas se desarrolla el espacio de la libertad.

No basta con decir que el ‘sí se puede’ no es más que un eslogan. Es la manifestación de profundas creencias propias a la cultura moderna. Nunca hasta la época moderna se había manifestado con tal fuerza la voluntad humana de transformar el mundo, la sociedad, el entorno, las condiciones de vida, el mercado, las condiciones políticas, la salud y la enfermedad. La crisis actual tiene mucho que ver con los efectos colaterales, con la manifestación de los límites, con las consecuencias no previstas, con el hecho de que no se puede todo lo que creemos que podemos, y con nuestra incapacidad de aceptar nuestra condición humana de limitación.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 10/05/2013