Silencio cómplice ante el genocidio

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 06/04/15

· ¿A qué esperan los clérigos musulmanes para condenar las matanzas de cristianos en cada oración de cada mezquita?

Los están exterminando. Las huestes feroces del Califato, ya sea en su versión Estado Islámico, ya en las africanas Al Shabab o Boko Haram, están masacrando a los cristianos exclusivamente en función de su religión, sin distinción de edad, sexo, estado civil, condición social o actividad profesional, lo que significa que están llevando a cabo un genocidio, en el sentido literal de la palabra. Y a nadie parece importarle demasiado. Pero menos que a nadie, a los musulmanes cuyo dios es invocado como suprema razón para hacer correr esa sangre.

El penúltimo acto de esta brutalidad, que amenaza con borrar cualquier presencia cristiana del universo que reza mirando a La Meca, se ha perpetrado en una universidad keniata, donde 148 estudiantes han sido pasados por las armas sin piedad, mientras sus hermanos occidentales celebraban la Semana Santa. Habrá otras degollinas y el mundo seguirá callando o musitando vagas palabras de repulsa inútil, como ocurrió cuando hace unas semanas veintiún egipcios coptos fueron secuestrados en Libia por matarifes del Estado Islámico con el fin de ser sacrificados ante las cámaras, en un acto alevoso que da cuenta de su insondable perversión. O cuando las mismas hordas brutales, vestidas con ropajes distintos, atacaron e incendiaron dos iglesias en Pakistán, con un saldo de catorce muertos y decenas de heridos. O ante la tortura y decapitación sistemática de niños, mujeres y ancianos inermes en Irak y Siria, donde la furia de estos guerreros de la media luna encuentra un terreno abonado para su siembra de terror.

Son tantos los ejemplos, tan elevada la cifra de víctimas, que resulta imposible hacer un recuento exhaustivo. Van cayendo hombre a hombre, familia a familia, comunidad a comunidad, sin otro estigma que su credo, bajo el empuje bestial de unos fanáticos decididos a «limpiar» su territorio de «politeístas», como llamaban a los seguidores de Cristo los yihadistas que en el siglo octavo tardaron apenas dos años en llegar desde Gibraltar hasta Covadonga con tácticas idénticas a las de hoy.

¿Dónde están los fieles seguidores de Alá que dicen rechazar esta barbarie? ¿Por qué no levantan la voz y se manifiestan en las calles? ¿A qué esperan sus líderes religiosos para condenar sin paliativos estas prácticas brutales en cada oración de cada mezquita cada viernes de cada mes? Hasta la fecha hemos visto algunos actos de repulsa en Francia, a raíz del atentado cometido por dos miembros de Al Qaeda contra el semanario «Charlie Hebdo», y en Túnez, tras el ataque frustrado al parlamento y la posterior matanza llevada a cabo en el museo del Bardo. Muy poco más, en Jordania, como respuesta a la inhumana ejecución de su piloto quemado vivo. En realidad, un silencio atronador que desprende el hedor de la cobardía o el de la complicidad con este crimen atroz de lesa humanidad.

No disculpo la pasividad occidental. Me avergüenza, como española y europea, como miembro de una sociedad que se dice civilizada, contemplar impotente la renuencia de los míos a pasar a la acción en socorro de esas gentes indefensas, bajo el estandarte de los valores que nos han permitido progresar en libertad e igualdad. Estoy convencida de que nuestra seguridad presente y futura, por no mencionar nuestra decencia colectiva, exigirían una intervención armada mucho más contundente de lo que hemos visto hasta ahora. Dicho lo cual, son los musulmanes quienes tienen en su poder la llave para frenar a estos bárbaros. Ellos y sólo ellos pueden demostrar, por la vía de los hechos, que no hay un dios que se complazca en semejantes atrocidades ni una religión digna de respeto que las consienta en su nombre.

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 06/04/15