Socializar la resistencia

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 12/01/15

· Demostremos a esas bestias sanguinarias que, como dejó escrito Albert Camus, «de los resistentes es la última palabra».

Contrariamente a lo que muchos creen, cuando los terroristas de ETA decidieron «socializar el sufrimiento» no estaban poniendo en su punto de mira al conjunto de los ciudadanos, de manera indiscriminada, sino colocando una diana en la frente de ciertos colectivos especialmente influyentes, como políticos, jueces o periodistas.

Considerando que el autor intelectual de esa estrategia, Rufino Echevarría, es hoy un dirigente de Sortu, partido legal y considerado «democrático» a pesar de estar integrado por gente como él, hay que concluir que la idea fue excelente para los intereses de la banda, toda vez que los señalados, salvo alguna honrosa excepción, optaron por propiciar una negociación política que nos ha traído hasta donde estamos, con Bolinaga o «Santi Potros» en la calle y el brazo ideológico del terror afianzado en las instituciones.

La «socialización del sufrimiento» ha demostrado ser una modalidad retorcida y perversa del terrorismo asesino cuyos efectos resultan, si cabe, más devastadores aún para las sociedades atacadas que los de las matanzas a ciegas. Y los terroristas lo saben. Todos los terroristas, incluidos los que matan en nombre de Alá y su profeta, presuntamente a fin de vengar su honor.

Los yihadistas que irrumpieron el pasado miércoles en la redacción de «Charlie Hebdo» habían calculado muy bien su golpe. Su objetivo no eran las personas, sino la libertad, el derecho a transgredir e incluso a ofender dentro de los límites establecidos por la Ley, o asumiendo las consecuencias legales de conculcarla. Un principio nuclear de nuestra civilización avanzada cuya defensa justifica con creces la movilización sin precedentes que se vivió ayer en París. Era imprescindible responder a la brutalidad islamista con una presencia masiva de los llamados a encabezar la resistencia occidental frente a su avance sanguinario: jefes de Estado y de Gobierno, responsables de la seguridad colectiva, líderes de opinión.

Y no por otorgar un mayor valor a las vidas de los dibujantes galos que a las de tantas víctimas inocentes degolladas o abatidas a tiros por los secuaces del «Califato» o Al Qaida, como sostienen algunos análisis simplistas, sino por lo que está en juego. Porque habíamos de replicar a esta calculada socialización del sufrimiento con una socialización mayor de la resistencia que oponemos, y no rindiendo nuestros principios. La población francesa ha dado estos días una lección encomiable de unidad y coraje frente a quienes pretenden ponerla de rodillas, pero dado que no es Francia el enemigo del islamismo fanático, sino todos nosotros, hijos de la luz del humanismo ilustrado, éramos todos nosotros los llamados a resistir. A desafiar el riesgo inherente a un atentado suicida tomando la calle. A decir alto y claro que no abdicaremos una sola de las conquistas de la razón.

A proclamar, como Voltaire, que «no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo». Yo suscribo de la cruz a la raya esa afirmación y por ello habría publicado las célebres caricaturas de Mahoma, o al menos alguna de ellas, el día siguiente a la masacre perpetrada en el semanario satírico. Estoy convencida de que una agresión como la sufrida por ese medio de comunicación constituye un golpe mortal para todos los medios de comunicación, y lamento que la mayoría de la Prensa autodenominada libre no haya sido solidaria. Esa omisión concentra el riesgo sobre los pocos que se atreven a plantar cara al terror, significándose, y demuestra a los terroristas que sus acciones criminales no sólo son legítimas a sus ojos exaltados, sino también útiles.

No lo son. No deberían ni pueden serlo. Demostremos a esas bestias sanguinarias que, como dejó escrito Albert Camus, «de los resistentes es la última palabra».

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 12/01/15