Sombras

JON JUARISTI, ABC – 12/04/15

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Las semblanzas de Julio Caro Baroja constituyen un canon de excelencia de la cultura liberal española.

Como un fruto tardío del centenario de Julio Caro Baroja (1914-1995) y bajo el sello de la editorial Caro Raggio, acaba de ver la luz una recopilación de sus retratos literarios – Viejos amigos, grandes figuras-, a cargo de Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, sobrino del autor y responsable del título del libro. Con el pretexto de dar un testimonio de la historia intelectual de su época, don Julio escribió una prolija obra memoriográfica. Aunque también la formulación inversa sería legítima: aprovechó sus incursiones en la autobiografía para rescatar y poner a salvo un mundo y una cultura. La cultura de la España liberal.

Como la de todos los hombres, la memoria de Julio Caro Baroja tuvo mucho de caverna platónica o de teatro de sombras. Antes incluso de alcanzar la cincuentena, constató que la mayor parte de sus maestros había cruzado ya hacia la otra orilla y se apresuró a fijarlos en esbozos verbales para evitar que, a falta de una eternidad que los mudase en ellos mismos, fueran borrados por el tiempo irrevocable.

En 1972, año del primer centenario del nacimiento de Pío Baroja, don Julio publicaba Semblanzasideales, cuyo contenido conserva íntegro la colección ahora aparecida, que se enriquece con otras evocaciones. Desfilan así ante el lector luces (y sombras) de la bohemia finisecular (Valle-Inclán, Ciro Bayo, Ricardo Baroja, Luis Taboada) junto a algún rezagado de la Restauración (el prolífico novelista Manuel Fernández y González); figuras del noventayocho (Unamuno, Pío Baroja, Azorín) y de la generación de 1914 (Ortega y Marañón); antropólogos y filólogos vascos (Telesforo de Aranzadi, José Miguel de Barandiarán, Resurrección María de Azkue); algunos hombres (y una mujer) de la Institución Libre de Enseñanza (Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío, Alberto Jiménez Fraud, Natalia Cossío), y cuatro maestros de la Historia Antigua, Medieval y Moderna (Gómez Moreno, Menéndez Pidal, Carande y García de Valdeavellano).

Las semblanzas de Caro Baroja son testimonios privados de gratitud, por más que algunas de ellas hayan tenido su origen en homenajes públicos, y en tal sentido constituyen una teoría o visión de carácter intensamente afectivo. Don Julio, que en tan pocas cosas creyó, parecía confiar en que el amor o el reconocimiento evitarían la pérdida absoluta de lo que siempre le obsesionó hasta el punto de convertirse en el fundamento de su epistemología: las vidas humanas. Difícilmente paralelas unas, por exceso de carácter. Y otras ( las vidas por oficio), en cambio, que la función social destinaba a la tipificación y al paradigma, o sea, a la biografía antropológica, como en los casos del inquisidor Alonso de Salazar y Frías o del cronista Esteban de Garibay. Pero la experiencia demuestra que todas se deslizan con igual y creciente rapidez hacia el olvido. Al contrario de lo que afirmó el clásico, omnis moriar, y lo que con mayor presteza se desvanece en nuestros días no es la Historia –la sepultada en los libros que cada vez menos leen o la que se representa en los teatrillos de nuestras particulares cavernas platónicas–, sino sus actores, las personas del drama.

Con las vidas inventariadas en este libro de generaciones y semblanzas de Julio Caro Baroja se podría establecer un canon mínimo de la cultura liberal española en sus dimensiones básicas: el arte, la literatura, el pensamiento, la educación, la investigación del pasado y las ciencias humanas. Es decir, en lo que constituye la identidad de un pueblo en su sentido menos cazurro. Pero ¿a quién le importa ya este despedazado teatro de la memoria de los que alguna vez fueron los nuestros?

JON JUARISTI, ABC – 12/04/15