IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El simulacro de Sánchez ha asomado al PSOE a un vacío de liderazgo. Debajo del presidente sólo hay un agujero orgánico

UNA buena parte de la inquietud que el simulacro de espantada de Sánchez desató en el PSOE se debía a la sensación de pánico ante un eventual vacío de liderazgo. El hermetismo escenificado por el presidente hizo cundir en el partido la idea de que si se consumaba el amago de dimisión podía abrirse un debate sucesorio inesperado, susceptible de desatar el caos en una atmósfera de abatimiento orgánico. En el bochornoso concurso de halagos no fue difícil atisbar conatos de toma de posiciones o de postulación solapada de candidatos, tanto por si la temida retirada se producía mediante un ‘dedazo’ como por si el jefe se largaba sin señalar heredero claro. En todo caso, esos días de zozobra mostraron que detrás del cesarismo sanchista no existe más que un enorme agujero jerárquico.

Lógico. La estructura clásica de la organización socialista, asentada sobre una robusta trama de cuadros intermedios, corrientes internas y baronías, ha quedado arrasada desde que Sánchez se recompuso de su caída para volver a asaltar la secretaría. Las primarias han desembocado en un modelo vertical donde el vencedor ejerce un poder personalista y el resto de dirigentes son meras terminales sin iniciativa ni autonomía. Las antiguas discusiones en el Comité Federal, incluso en la ejecutiva, se han transformado en aclamaciones populistas y sólo en la periferia habitan, con mucha reserva, algunos notables con cierta conciencia crítica. Muy lejos de constituir una alternativa.

Es así como la perspectiva precipitada de un postsanchismo provocó entre los afiliados un terremoto político. Ni siquiera María Jesús Montero, la sucesora más evidente, suscitaba suficiente confianza para hacerse cargo del Ejecutivo en una legislatura de complicadísimos equilibrios entre unos socios que a menudo se comportan como enemigos. El ‘horror vacui’ se apoderó de mandos y bases hasta que el fin de la farsa les sacó del vilo entre patentes muestras de alivio. El líder lo había conseguido: no sólo tenía a los suyos en un puño, prietas las filas, sino que les había arrancado una vejatoria, ovejuna demostración de obediencia, fidelidad y cariño.

A corto plazo le puede dar resultado la jugada. Él mismo va a encabezar un tardosanchismo más o menos lavado de cara en el que tal vez no quepa descartar una purga con tintes de revancha. Pero en algún momento, por mucho que intente impedir u obstaculizar la alternancia, la voluntad ciudadana o la suerte le darán la espalda y dejará en la oposición una formación desarbolada, sin aparato ni nomenclatura relevante, en quiebra anímica como la que Zapatero, esa minerva, legó a Rubalcaba pero ya sin posibilidad biográfica de buscar amparo en el criterio de la vieja guardia. Y aunque haya manifestado la intención de volver a presentarse para tranquilizar a la militancia, ni el más entusiasta de sus seguidores es capaz de creer ya en su palabra.