Temores

Con el énfasis en la palabra paz como final a estos años de plomo, podría entenderse, como les gustaría a los nacionalistas, que lo que se va a negociar es el conflicto entre Euskal Herria y España, para así acceder por primera vez en una verdadera democracia. Esta dignificación del proceso y de su fin está suponiendo, cuando aún estamos en los prolegómenos, una dignificación de los terroristas y una perdida de capacidad negociadora para el Gobierno.

El último comunicado de alto el fuego por parte de ETA, cuando iban a cumplirse tres años que no atentaba contra nadie, ha sido acogido con el lógico optimismo y euforia, aunque también con algunas reticencias. Cabe destacar con respecto a situaciones similares en el pasado que el escepticismo y hasta la preocupación es mayor entre los que más directamente padecen la amenaza terrorista, prácticamente nadie se ha desprendido de sus escoltas ni mucho exilado que vaya a volver, y, sin embargo, ha tenido un mayor seguimiento, hasta abusivo, por parte de los medios de comunicación. Difusión exagerada aunque fueran muy significativos los llamamientos a la prudencia que desde las altas instancias gubernamentales se estuvieran haciendo. Incluso, el giro de 180 grados que el presidente Zapatero ha realizado hacia el PP, poco días después de haberle demostrado toda su despreciativa desconfianza, solicitándole colaboración ante el proceso de paz, pudiera entenderse como el intento de compartir riesgos ante un manifiesto de los terroristas que no ha resultado ser el que él esperaba.

Después de la euforia inicial, provocada especialmente por los medios, no estaría mal encauzar los sentimientos y permitir una cierta reflexión. En plena situación de agonía para ETA que le ponía ante el riesgo de desaparición por inanición, resultado de iniciativas políticas, policiales y legales surgidas del Pacto Antiterrorista, a lo que se suma el contrario ambiente general, ser la última organización terrorista en Europa, que el terrorismo haya pasado, y de qué forma tan brutal, a ser islamista, y ante una capacidad de flexibilidad, más allá de todo límite, demostrada por el Gobierno Zapatero en la negociación del nuevo estatuto catalán, se produce esta tregua. La declaración no por esperada no ha dejado de sorprender por la fecha, hija de una cierta precipitación como lo demuestra la remisión de dos comunicados seguidos y casi con el mismo contenido, pareciendo dar a entender que ETA tiene prisa y necesita la notoriedad perdida tras el fracaso de su huelga general y el posible encarcelamiento de Otegi. Y, aún así, se podría sospechar que no ha sido el mensaje que le hubiera gustado a Zapatero, que no puede echarse atrás tras haber iniciado, esperemos que no ingenuamente, él mismo las expectativas de paz.

La llamada a la prudencia de los portavoces gubernamentales y su acertado criterio de que la Justicia no puede declararse en huelga, como le hubiera gustado a Conde Pumpido, no supone que no puedan apreciarse, sobre todo en el ámbito de la comunicación, posibles errores por parte del Gobierno. El énfasis expuesto por el presidente en la paz, en su concepto, no deja de dignificar la contienda que la ha precedido. Tiende a crear contendientes iguales, y no delincuentes por un lado y el Estado legítimo, sus servidores, ciudadanos inocentes, por el otro. El énfasis en la palabra paz que pondría el final a estos años de plomo dulcifica la naturaleza monstruosa del terrorismo y de los terroristas que la han negado y con los que se va a negociar. Incluso se puede llegar a entender, como les gustaría a todos los nacionalistas, que lo que se va a negociar en el fondo es el conflicto entre Euskal Herria y España para así poder entrar por primera vez en una situación de verdadera democracia (cuestión implícita y explícita en el comunicado de alto el fuego de ETA). Esta dignificación del proceso y de su fin está suponiendo, cuando aún estamos en los prolegómenos, a la vez que una dignificación de los terroristas, una perdida de capacidad negociadora para el Gobierno.

Otra cuestión importante es la solemnidad que el Gobierno quiere otorgar al proceso negociador. Ya se le dio en sus inicios llevando al Congreso de los Diputados la posibilidad condicionada de negociar con ETA el diecisiete de mayo del 2005, pero se volverá a recaer en el error si antes del verano Zapatero lleva con toda solemnidad, como ha anunciado, la solución negociadora al pleno de la Cámara. Mediante este proceder tan solemne se solemniza la negociación con unos terroristas, y también se les solemniza a éstos, y el Gobierno se coarta a sí mismo ante la opinión pública para una posible retirada.

Una mayor discreción, a la que de vez en cuando se remite el propio presidente, le otorgaría mayor capacidad de maniobra, a no ser que esto no le preocupe porque crea conocer ya, lo cual sería ser muy mal pensado por mi parte, el resultado final. Sólo un temerario puede estar dispuesto a asumir que cree conocer el resultado final, por mucha información y acuerdos previos que posea, porque lo que tiene enfrente son, nada más y nada menos, unos terroristas, para los que el engaño y la mentira son mecanismos de supervivencia desde hace ya muchos años y que manejan como nadie. Bastante más reflexión, pues, y menos intento de capitalización publicitaria porque siempre que se ha intentado hacerlo así los que han ganado han sido los terroristas. Ni dignifiquemos, ni solemnicemos, ni intentemos capitalizar propagandísticamente este encuentro. Verlas venir.

Teo Uriarte, BASTAYA.ORG, 28/3/2006